El jueves pasado aparecieron en la fotografía de portada de este diario (El Periódico de Aragón)
unos 200 agentes de la Policía Nacional concentrados ante la Jefatura
Superior de Policía portando una pancarta que decía "Apoyo a los UIP's.
Rechazo a los violentos", en adhesión al grupo antidisturbios que operó
el 22 de marzo en Madrid. Exigen ceses entre los mandos por
descoordinación manifiesta en el operativo y castigos ejemplares para
los detenidos, pero desconozco la razón de que los castigos a los
detenidos ipso facto aquella misma noche deban ser ejemplares y los
ceses (tardíos e improbables) de sus jefes, en cambio, no lo sean: en
realidad, que nadie dimita ni sea cesado dentro de la Policía o del
Gobierno es muy poco ejemplar.
Estoy seguro de que esos policías
lamentan como muchos otros ciudadanos que los medios de comunicación
estén hablando tanto de los incidentes violentos acaecidos en las
postrimerías de la manifestación del 22-M y apenas mencionen la marcha
de unas heroicas personas durante centenares de kilómetros hasta Madrid o
la manifestación ejemplar y pacífica de centenares de miles de
ciudadanos por las calles de la capital.
Corre la voz (¿leyenda
urbana? ¿bulo sin base? ¿sospecha fundada?) de que al Gobierno le
vendría bien una desgracia personal de envergadura en alguna
manifestación popular para que cundiere la alarma y pudiere actuar con
particular contundencia contra la "izquierda radical" manifestante (una
minoría, según destacados miembros del Gobierno y del PP, en comparación
con la mayoría ciudadana que permanece en sus casas). Para ellos, una
masiva protesta ciudadana pacífica y ejemplar atenta contra la imagen y
la marca España que tanto obsesiona a los adoradores de la diosa
gaviota. El hecho es que los policías (tan ciudadanos como cualquier
otro) están, por un lado, a merced de la incompetencia de algunos de sus
mandos y, por otro, de una insignificante minoría de descerebrados para
quienes la violencia callejera constituye la madre de todas las
fiestas.
Puedo asegurar a los policías concentrados la semana
pasada tras esa pancarta en Zaragoza que no soy ningún famosete de los
que habla su portavoz y que condeno cualquier agresión, sea contra
policías, contra manifestantes, contra desahuciados o contra cualquier
otra persona. Sin embargo, echo de menos que esos policías (de paisano o
no), ejerciendo sus derechos y libertades ciudadanas, manifiesten
públicamente su apoyo también a las Marchas por la Dignidad o a
cualquier otra denuncia y reivindicación, que afectan igualmente a sus
bolsillos y sus propias familias. Sin embargo, no los he visto
concentrados de esa guisa en la ejecución de un desahucio, ante la
puerta de una sucursal bancaria que se niega rotundamente a recibir a un
ciudadano desesperado, en una oficina de desempleo atestada de jóvenes,
padres y madres de familia en paro, con los afectados por las
preferentes, con los enfermos embutidos en pasillos repletos de otros
enfermos por no haber camas disponibles mientras plantas enteras del
centro sanitario están criminalmente cerradas, etc. Esa es la violencia
más cruda y real.
Desearía ver pronto a los ciudadanos
policías compartiendo espacio y pancarta con otros muchos manifestantes y
pancartas por las calles de la ciudad. Quisiera que su próxima pancarta
siguiera condenando la violencia y a los violentos, pero que fuese
exhibida en la sede del Gobierno de Aragón, y/o en la sede de las Cortes
de Aragón, pues la violencia más sistemática, salvaje y atentatoria
contra los derechos del pueblo y de la ciudadanía proviene de la
violencia del Estado, la violencia del poder económico de las grandes
empresas, la gran banca y los grandes intereses comerciales y
financieros de España, Europa y del mundo, a cuyo servicio están hoy los
Gobiernos.
Ese "rechazo a los violentos" de la pancarta
policial exhibida ante la Jefatura Superior de Policía de Zaragoza debe
señalar igualmente y sobre todo a quienes se están lucrando
violentamente mediante el crimen de lesa humanidad del desahuciado, del
desempleado, del explotado en condiciones laborales denigrantes, del
pequeño y mediano empresario arruinado por falta de crédito, de miles de
jóvenes sin futuro en su propio país abandonados a su suerte en la
emigración de la gente más preparada, de privatizaciones irracionales
desde el principio indemostrado de que lo privado funciona mejor que lo
público, de ERE insensatos y egoístas... ¿Esos policías exigirán también
que la ley caiga como una losa sobre todos esos violentos?
Tras esa pancarta del rechazo a los verdaderos y reales violentos
estaremos muchos y muchas con ellos, uniformados o de paisano, que
seguramente saben que la demolición sistemática por parte del Gobierno y
de la Troika de los derechos y libertades fundamentales de la
ciudadanía no es fruto de algún "error de coordinación" que achacan a
sus mandos, sino de un programa mundial de implantar otro orden, otra
forma de vida, otra sociedad que consolide que una minoría sea cada vez
más rica, mientras el pueblo queda sometido a los engranajes del poder.
DdA, X/2.663
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