martes, 11 de marzo de 2014

UN PERSONAJE DE RELIEVE

Esperanza Ortega

Cualquier vallisoletano sabe, solo con leer el título de mi columna, que hoy se la voy a dedicar a Pepe Relieve, el librero que murió este lunes, un día luminoso, casi primaveral, como tantos de los que él contemplaba desde su caseta del Parque del Poniente. El último de una estirpe de libreros de vocación, fue una persona sin apenas relieve: tímido y silencioso, con una profundidad angélica en la mirada, que le daba un aspecto de eterno niño envejecido. Su hermano Domingo había comenzado la saga en 1951, con la fundación de aquella mítica Librería Anticuaria, de escaparates desordenados y polvorientos, y vitrinas pobladas de pliegos de cordel. Yo todavía llegué a tiempo de entrar en lo que entonces me parecía un espacio misterioso, semejante a la lámpara de Aladino, cuando en los años setenta vine a estudiar a Valladolid. Pero muy pronto fui consciente de que había llegado tarde: el genio ya se había marchado para entonces, aunque hubiera dejado en sus paredes un rastro de hospitalidad encantada. ¡Era tanto lo que se contaba de Relieve, el único bastión de inteligencia en el Valladolid franquista! Justo Alejo y Santiago Amón murieron enseguida, sin que pudiera satisfacer mi deseo de conocerles. Muchísimo más tarde, traté de convencer a Francisco Pino de que acudiera a ver a Pepe a la caseta del Poniente. No, porque sé que voy a llorar –me dijo-. Y sin embargo, Pepe Relieve poseía la alegre placidez que engendra la falta de ambición, y una resignación digna de Séneca, que contrastaba con el entusiasmo de Pablo, Blas Pajarero, su otro hermano desaparecido. Demasiado perezoso para representar un papel protagonista, Pepe Relieve podría haber sido un excelente personaje secundario de una novela de Galdós. No así de una obra de Valle Inclán, por mucho que entre su clientela se encendieran las luces de la bohemia vallisoletana. Nada que ver tenía Pepe con Zaratustra, el librero de viejo del famoso esperpento de Valle. Zaratustra era avaro, y en la librería Relieve no se conocía la Teoría de la Contabilidad. Hubiera regalado su abrigo a Max Estrella y consentido con gusto que Don Latino le timara, a cambio de beber y fumar, y conversar hasta altas horas de la noche con ellos, en su casa de papel amarillo. Y hasta allí llegó el lobo, alentado por la fragilidad del más pequeño de los tres hermanos. Y sopló, derribándola en dos ocasiones, primero en Cánovas del Castillo y luego en su refugio del Poniente. Pepe encajaba los golpes de la fortuna con una paciencia ejemplar, pero la última demolición terminó con su vida. El lobo clavó con eficacia sus colmillos. Aún tiene carne entre los dientes, mientras se lamenta de la pérdida con taimada hipocresía. Ahora que lo pienso, a quien se parecía Pepe era al coronel de la novela de García Márquez, el sobreviviente de todas las batallas, que esperaba en vano la carta nunca escrita. La misma resistencia, la misma dignidad soterrada. Únicamente dos detalles nada irrelevantes le diferenciaban de este personaje: Pepe Relieve no participó en ninguna guerra ni tampoco se había quedado completamente solo al final de su vida. Miguel Segura, su postrer ángel de la guarda, cada día acudía al Poniente con su carta invisible, y juntos seguían alimentando un gallo de pelea escondido, en cuya victoria ya no creíamos nadie. La fidelidad a su apuesta hizo que este hombre irrelevante merezca pasar a la letra impresa, a ese mundo de sombras amarillas que únicamente habitan los personajes con relieve.

DdA, X/2.643

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