
Jaime Richart
¿Cuántos abusos, cuántas
injusticias, cuánta miseria, cuánto sufrimiento, cuántos cadáveres de la
mente o materiales más deben existir para que la sociedad occidental y
la española en particular reaccionen? La única salida racional a esta
situación da sus puertas al socialismo real. La inteligencia colectiva a
otro nivel distinto al existente, lo demanda. Los problemas crónicos de
este país, del planeta y de la Humanidad nunca serán resueltos a base
de los mismos ingredientes que los causan, que es lo que fingen
pretender el poder y los medios de información, sus cómplices. Empezando
por el restablecimiento de las nociones de administración aplicados a
la economía simple que incluye la supresión del manejo del concepto
Deuda que tantos estragos causa. Pues, habida cuenta que los recursos de
la Tierra están próximos a agotarse, es disparatado tratarlos las
naciones como si fueran inagotables; como disparatado es incitar al
crecimiento y el consumo de los mismos en lugar de contenerlos y fijar
como objetivo el decrecimiento. ¿Acaso el ser humano es incapaz de ser
feliz si no consume lo que a fin de cuentas no son más que baratijas?
No. El "consumo", tal como es entendido y tratado, responde a una
decisión macropolítica que avala la decisión macroeconómica de llevarse
por delante a la corta o a la larga a millones y millones de seres
humanos.
Decía
Voltaire que no debe haber nadie tan pobre que se vea precisado a
venderse, ni tan rico que sea capaz de comprar a otro. Pues bien, esta
sociedad está plagada de individuos en los dos extremos. Razón por la
cual demanda soluciones radicales; soluciones que vayan directas a
evitar tanto sufrimiento y tanta servidumbre sobre los que se levanta la
enorme riqueza de unos cuantos; hasta el punto de que el 80 por ciento
de ella se concentra en un 20 por ciento de la población. Sin embargo,
oyendo y viendo a muchos "combatientes" sociales en la calle y en los
medios; viendo a periodistas, políticos y gente común en actitud y con
argumentario reivindicativos a favor de millones de ciudadanos
desgraciados a causa de la crisis, da la impresión de que todos
prefieren la discusión y la protesta aunque nada se resuelva, a promover
el socialismo real; prefieren el trámite al objetivo, y la lucha por la
lucha a la conquista de una vida sosegada y definitivamente en paz. En
realidad ninguno está dispuesto a sacrificar la libertad (la suya), como
si el socialismo real propusiese una sociedad de esclavos; una
libertad, por cierto, que en este sistema, tras un proceso de depuración
intelectual sólo se concreta en el sufrimiento psíquico y/o material de
millones de personas de manera indefinida e interminable. A éstas es a
las que se les debiera preguntar; a éstas es a quienes se debiera
consultar si no preferirían renunciar a las libertades formales ya en
este sistema francamente recortadas, a cambio de una vida digna sin
tener qua agradecérselo a nadie, salvo al pacto social, esto es, a la
inteligencia concertada de la colectividad propia del milenio que
vivimos.
¿Por qué una
gran mayoría de la población de este país y aun de otros países rechaza
semejante solución? Pues porque no son mayorías las que predominan y
gobiernan, sino minorías que han lavado el cerebro a las mayorías.
Porque esas mayorías que se resienten sinceramente de los padecimientos
ajenos no sufren en carne propia la injusticia, los abusos y las
privaciones: para ellas son sólo un reflejo. Porque tienen miedo, pues
ha sido tan brutal la interiorización del pensamiento único y la
penetración en las conciencias del horror al socialismo real generada
por la propaganda y la persecución del poder establecido a lo largo de
casi un siglo, que tiemblan ante la sola idea de dicha solución. Por lo
mismo que hasta no hace mucho la idea de abrasarse en el infierno hacía
estragos seculares en una generación tras otra. Occidente y España
malviven. La brecha entre quienes lo tienen todo y los que no tienen
nada es cada vez más insoportable. Y son la voz y las armas del dinero y
las policías de los primeros, lo que se impone al resto en parlamentos y
mentideros. Los demás aguantan más o menos estoicamente las injusticias
y los abusos. Y lo peor es que imaginan que más allá de este sistema no
hay vida posible y ni siquiera un pasar. La sentencia, aunque
infundada, es firme: "éste es el menos malo de los sistemas posibles". Y
si se les ocurre "otro" sistema menos injusto, se hace sumamente
problemático pues tendrían que empezar por inventarlo y desarrollarlo.
Sin embargo está ya inventado. El "sistema" por antonomasia es el
socialismo real. China, Corea del Norte, el Estado de Kerala en la India
y Cuba son lugares donde la vida no será completamente feliz (algo
imposible en esta existencia), pero sí es pacífica y sosegadamente
vivida; ideal que es, o debiera ser, la aspiración de toda sociedad que
no está envenenada por la ambición, por la desmesura y por la necedad.
Preferir
el debate interminable y perseguir los efectos nefastos de las
conductas en lugar de erradicar sus causas, es una manera indolente e
inoperante, si no maliciosa, de actuar; una manera de mantenerse a flote
o de medrar en esta desastrosa sociedad capitalista. Y es que, en el
fondo, los que manejan los hilos del poder no desean superar
radicalmente tanta miseria, tanto cinismo, tanta prepotencia, tanta
injusticia y tanto abuso.
¿Y cómo poner en marcha un
país o varios a base de socialismo real? Pues consúltese a la China cuyos mil
quinientos millones de habitantes gozan de una vida más que pasable y que a lo
largo de las décadas en que se ha ido desarrollando el socialismo real en ese
país desde su revolución en 1949, y con las mismas armas materiales de
macroeconomía que se manejan en Occidente, se ha ido haciendo virtualmente
dueña de la Deuda global del mundo sin pegar un solo tiro.
DdA, X/2.644
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