miércoles, 12 de marzo de 2014

¿POR QUÉ NO SOCIALISMO REAL? (y 2)


Jaime Richart

 ¿Cuántos abusos, cuántas injusticias, cuánta miseria, cuánto sufrimiento, cuántos cadáveres de la mente o materiales más deben existir para que la sociedad occidental y la española en particular reaccionen? La única salida racional a esta situación da sus puertas al socialismo real. La inteligencia colectiva a otro nivel distinto al existente, lo demanda. Los problemas crónicos de este país, del planeta y de la Humanidad nunca serán resueltos a base de los mismos ingredientes que los causan, que es lo que fingen pretender el poder y los medios de información, sus cómplices. Empezando por el restablecimiento de las nociones de administración aplicados a la economía simple que incluye la supresión del manejo del concepto Deuda que tantos estragos causa. Pues, habida cuenta que los recursos de la Tierra están próximos a agotarse, es disparatado tratarlos las naciones como si fueran inagotables; como disparatado es incitar al crecimiento y el consumo de los mismos en lugar de contenerlos y fijar como objetivo el decrecimiento. ¿Acaso el ser humano es incapaz de ser feliz si no consume lo que a fin de cuentas no son más que baratijas? No. El "consumo", tal como es entendido y tratado, responde a una decisión macropolítica que avala la decisión macroeconómica de llevarse por delante a la corta o a la larga a millones y millones de seres humanos. 
 Decía Voltaire que no debe haber nadie tan pobre que se vea precisado a venderse, ni tan rico que sea capaz de comprar a otro. Pues bien, esta sociedad está plagada de individuos en los dos extremos. Razón por la cual demanda soluciones radicales; soluciones que vayan directas a evitar tanto sufrimiento y tanta servidumbre sobre los que se levanta la enorme riqueza de unos cuantos; hasta el punto de que el 80 por ciento de ella se concentra en un 20 por ciento de la población.  Sin embargo, oyendo y viendo a muchos "combatientes" sociales en la calle y en los medios; viendo a periodistas, políticos y gente común en actitud y con argumentario reivindicativos a favor de millones de ciudadanos desgraciados a causa de la crisis, da la impresión de que todos prefieren la discusión y la protesta aunque nada se resuelva, a promover el socialismo real; prefieren el trámite al objetivo, y la lucha por la lucha a la conquista de una vida sosegada y definitivamente en paz. En realidad ninguno está dispuesto a sacrificar la libertad (la suya), como si el socialismo real propusiese una sociedad de esclavos; una libertad, por cierto, que en este sistema, tras un proceso de depuración intelectual sólo se concreta en el sufrimiento psíquico y/o material de millones de personas de manera indefinida e interminable. A éstas es a las que se les debiera preguntar; a éstas es a quienes se debiera consultar si no preferirían renunciar a las libertades formales ya en este sistema francamente recortadas, a cambio de una vida digna sin tener qua agradecérselo a nadie, salvo al pacto social, esto es, a la inteligencia concertada de la colectividad propia del milenio que vivimos.
 ¿Por qué una gran mayoría de la población de este país y aun de otros países rechaza semejante solución? Pues porque no son mayorías las que predominan y gobiernan, sino minorías que han lavado el cerebro a las mayorías. Porque esas mayorías que se resienten sinceramente de los padecimientos ajenos no sufren en carne propia la injusticia, los abusos y las privaciones: para ellas son sólo un reflejo. Porque tienen miedo, pues ha sido tan brutal la interiorización del pensamiento único y la penetración en las conciencias del horror al socialismo real generada por la propaganda y la persecución del poder establecido a lo largo de casi un siglo, que tiemblan ante la sola idea de dicha solución. Por lo mismo que hasta no hace mucho la idea de abrasarse en el infierno hacía estragos seculares en una generación tras otra. Occidente y España malviven. La brecha entre quienes lo tienen todo y los que no tienen nada es cada vez más insoportable. Y son la voz y las armas del dinero y las policías de los primeros, lo que se impone al resto en parlamentos y mentideros. Los demás aguantan más o menos estoicamente las injusticias y los abusos. Y lo peor es que imaginan que más allá de este sistema no hay vida posible y ni siquiera un pasar. La sentencia, aunque infundada, es firme: "éste es el menos malo de los sistemas posibles". Y si se les ocurre "otro" sistema menos injusto, se hace sumamente problemático pues tendrían que empezar por inventarlo y desarrollarlo. Sin embargo está ya inventado. El "sistema" por antonomasia es el socialismo real. China, Corea del Norte, el Estado de Kerala en la India y Cuba son lugares donde la vida no será completamente feliz (algo imposible en esta existencia), pero sí es pacífica y sosegadamente vivida; ideal que es, o debiera ser, la aspiración de toda sociedad que no está envenenada por la ambición, por la desmesura y por la necedad.
 Preferir el debate interminable y perseguir los efectos nefastos de las conductas en lugar de erradicar sus causas, es una manera indolente e inoperante, si no maliciosa, de actuar; una manera de mantenerse a flote o de medrar en esta desastrosa sociedad capitalista. Y es que, en el fondo, los que manejan los hilos del poder no desean superar radicalmente tanta miseria, tanto cinismo, tanta prepotencia, tanta injusticia y tanto abuso.  

¿Y cómo poner en marcha un país o varios a base de socia­lismo real? Pues consúltese a la China cuyos mil quinientos mi­llones de habi­tantes gozan de una vida más que pasable y que a lo largo de las dé­cadas en que se ha ido desarrollando el socialismo real en ese país desde su revolución en 1949, y con las mismas armas materiales de macroeconomía que se manejan en Occi­dente, se ha ido haciendo virtualmente dueña de la Deuda global del mundo sin pegar un solo tiro.

DdA, X/2.644

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