Alicia Población
“La
vida no se detiene. ¿De qué sirve correr las cortinas y empeñarse en gritar que
es de noche?”
A veces
tendemos a incubar un recuerdo agradable al calor de nuestro corazón y no
queremos dejar de hacerlo por miedo a que se enfríe y muera, pero la mayoría de
las veces esos recuerdos están tan bien arraigados que ni los vientos más
fuertes son capaces de arrebatárnoslos.
Ese
miedo al abandono de un recuerdo es el mismo que nos hace llorar por la cosecha
perdida en vez de sembrar una nueva, sin darnos cuenta de que, efectivamente,
vale más. Y es el culpable, igualmente, de que nos olvidemos del temblor alegre
que estalla en la cintura y te hace aflojar las rodillas y bailar el corazón,
eso que, comúnmente, llamamos risa.
Lo que
vengo a querer decir desde hace un rato es que el arraigo obsesivo al pasado,
por hermoso que fuera, y sumándole toda la idealización que le brindamos
nosotros mismos, nos priva de la belleza del momento que tenemos delante, y
pone de manifiesto el peligro con el que se caracterizan todas las oportunidades:
que pasan de largo.
No podemos
caminar nuestra senda a ciegas o mirando hacia atrás, porque en un momento o en
otro tropezaremos y nos abriremos la cabeza. Debemos ir con la filosofía de
Telva, cogiendo las palabras difíciles sin miedo, como las brasas en los dedos,
entrar como Adela allá donde vayamos, como un golpe de viento que abre todas
las ventanas, y aceptar que siempre podemos encontrarnos con una peregrina de
piel blanca en el camino que tenga el poder de cambiar nuestro destino.
Pero
sobre todo debemos tener presente que las palabras y los recuerdos no se borran
con un golpe de aire como pueden hacerlo las flores de cerezo, esos
permanecerán ahí, dentro de nosotros, aunque sigamos caminando. Pero debemos
caminar, y también debemos crecer como un roble, a quien, efectivamente, cuesta
trabajo hincarle un hacha; pero todos los años da flores.
PLASMANDO DETALLES
DdA, X/2.652
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