Félix Población
Jamás lo habría imaginado en mi niñez, cuando mi padre
o mi abuelo sintonizaban por la noche en el comedor, con las puertas y las
ventanas bien cerradas, aquella emisora que una voz muy firme de mujer identificaba con estas palabras: Aquí, Radio España Independiente, emisión Pirenaica. Las voces de los locutores llegaban al receptor
entre múltiples interferencias, que rebajaban o alzaban el volumen al capricho
de las ondas, haciendo mucho más aventurado el riesgo de la escucha, supeditada
siempre a que ningún vecino del régimen se apercibiera de la misma. Muchos años después llegué a conocer a alguno de aquellos locutores, a quien pude darles la versión que provocaba en mi imginación infantil aquel escenario a oscuras del comedor cerrado, con las cabezas de mis mayores inclinadas sobre la amarillenta luz del aparato de radio.
Fundada en 1941, Radio España
Independiente tuvo su sede primero en Moscú, para trasladarse luego, a partir
de 1955, a Bucarest, con el objetivo inicial de combatir al fascismo en tiempos
de guerra. Sus emisiones se prolongaron hasta 1977. Hoy nos hemos enterado de que, gracias al archivo histórico del Partido
Comunista, cientos de cartas llegaban cada mes a La Pirenaica desde España, a modo de
gran fresco del sufrimiento de los vencidos en la Guerra Civil, algo que ni a mi abuelo ni mi padre se les hubiera ocurrido hacer como remitentes por el riesgo que comportaría, ni a mí imaginar entonces.
Quien así califica esa memoria epistolar es Rosario Fontova, coautora con Armand Balsabre del libro Las cartas
de la Pirenaica. Memoria del antifranquismo, publicado recientemente por
Cátedra. Hasta quince mil de aquellas misivas se recogen en esta obra como
testimonio del hambre, la miseria y la represión sufridas por las familias que
perdieron la guerra. Se trata, en resumidas cuentas, de un friso testimonial de
la intrahistoria que siguió a la derrota de la segunda República y que fue especialmente dura durante la
primera década de la dictadura, sobre todo. “En esos textos -señala Fontova- nos
hemos encontrado con lo que pensaba la gente común, que son los grandes
olvidados de la posguerra, los que no tenían ninguna manera de expresar lo que
sentían más que escuchando aquella radio por la noche y debajo de una manta;
seguramente, para que no les oyeran los vecinos”.
Las cartas se dieron a
conocer parcialmente en un libro de Luis Zaragoza que cuenta la historia de la
emisora, pero solo ahora se ofrecen con carácter exhaustivo, con un balance que
suma hasta 33.000 cuartillas, en algunos caso con misivas muy largas que
cuentan la vida de pueblos enteros, especifica Rosario Fontova, que destaca el
miedo con el que fueron escritas, dada la ilegalidad que comportaba. El miedo -leo
en El Plural- llevaba a algunos remitentes a escribir con guantes para que no
pudieran identificar sus huellas, a hacerlo en papel de luto “para disimular” y
a utilizar “tinta invisible”; es decir, el viejo truco de escribir con palillos
mojados en limón. Luego, al aplicar una fuente de calor, se podía leer el
texto. Los autores cotejaron las quince mil cartas con los guiones de los
diferentes programas de la Pirenaica (se conservan todos en el citado archivo)
para ver cuántas de esas misivas se habían leído en la radio, aunque fuera
parcialmente.
Con este minucioso y laborioso trabajo se ha demostrado que las cartas de La
Pirenaica no eran falsas, según llegó a sostenerse, como no eran falsas las
historias que contaban, comprobadas en muchos casos por los autores. Entre
ellas, las referidas a las fosas comunes y a los asesinatos en los cementerios,
sobre los que hay un aluvión de textos, en expresión de Rosario Fontova. Esos datos se
confirmaron cuando las asociaciones de Memoria Histórica acudieron a los lugares indicados en las misivas y comprobaron el detallado relato suscrito por los remitentes.
Una vez descubiertas esas voces, con el libro que acaba de salir a la calle, resulta reiterativamente vergonzoso que casi treinta años después del fallecimiento del dictador que provocó aquella barbarie, las víctimas sigan donde fueron enterradas como bestias por sus verdugos, sin que se haya alumbrado sobre ellas la verdad, la justicia y la reparación que todo régimen democrático les debería haber dispensado.
Una vez descubiertas esas voces, con el libro que acaba de salir a la calle, resulta reiterativamente vergonzoso que casi treinta años después del fallecimiento del dictador que provocó aquella barbarie, las víctimas sigan donde fueron enterradas como bestias por sus verdugos, sin que se haya alumbrado sobre ellas la verdad, la justicia y la reparación que todo régimen democrático les debería haber dispensado.
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