Jaime Richart
Las orgías que se corrían
la corte francesa y las favoritas del rey mientras el pueblo pasaba
hambre, y una de ellas, María Antonieta, respondía a quienes le decían
que el pueblo no tenía pan: "pues que coma bollos", tiene su equivalente
hoy día en España en la orgía de dinero que se embolsan grupos nutridos
de políticos y dirigentes y asociados. La ya famosa "puerta giratoria"
no es ni más ni menos que otra infamia más cometida contra el pueblo,
que se une a otras muchas de las que sufre este país donde grandes
sectores de población si no pasan hambre en sentido literal pasan graves
necesidades y carencias de bienes básicos.
La "puerta
giratoria" es una práctica rampante en cuya virtud un diputado,
gobernante o no, terminada su carrera política pasa a percibir
retribuciones millonarias en poltronas de oligopolios privatizados por
él mismo, por su partido o por el partido principal de la oposición. Las
empresas relacionadas con energía y banca son principalmente su
destino. Pero,
¿qué cometido tienen esas sanguijuelas sociales en emporios que
gestionan bienes básicos, como electricidad, gas, agua o dinero? ¿qué
aspectos de su listeza -que no su sospechosa inteligencia reducida a
menudo a labia- interesa de ellos a esos monopolios con blindada
explotación de lo que venden? Ninguno que pueda justificarse. Tan es así
que alguno, como el ex presidente de gobierno Felipe González, sin duda
ha sentido verguenza al decir: "dejé Endesa... porque me aburría".
Es
decir, para que esos personajillos se embolsen cuantiosas cifras de
dinero por nada salvo engrosar una nómina de parásitos que paga el
pueblo con sus recibos, millones de españoles han de vivir deprimidos,
perdida la esperanza de un empleo, perdida su dignidad como trabajadores
y, en incontables casos, mendigando una toma de luz o debiendo
agradecer un hogar prestado, familiar o no.
Es
tal el número de casos de esta naturaleza que la calle ya es un clamor.
España es una vergüenza mundial, un país plagado de corruptos, con un
Estado semi fallido lleno de políticos y de gobernantes afanados
exclusivamente en resolver su presente o a enriquecerse y en todo caso a
asegurarse su futuro y el de su descendencia pero en absoluto servir a
la sociedad para lo que se postularon.
Ya no se habla
sólo de indignación. Abunda tanto en todas partes y en todas las
instituciones la manipulación, la injusticia, los abusos, el nepotismo
feroz, el amiguismo inmundo, el despilfarro y el latrocinio oportunista
que la indignación del pueblo deriva rápidamente en el odio de las
revoluciones.
DdA, X/2.658
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