Asistí al homenaje que se le rindió al escritor Armando López Salinas y al poeta Carlos Álvarez hace unos años en el Ateneo de Madrid. La últma vez que vi a López Salinas fue en el transcurso de una de las grandes manifestaciones relacionadas con la movilización del 15-M, una de esas convocatorias multitudinarias que luego los medios de comunicación dominantes camuflaron con cifras que no se atenían a la realidad. Recuerdo que mientras avanzábamos por calle de Alcalá, Armando me comunicó su gran preocupación ante la masiva concurrencia que estaban teniendo esas citas al margen de siglas y partidos. La espontaneidad de ese movimiento, pensaba, era laudable, porque respondía a la indignación de una ciudadanía que se resiste a la pérdida de derechos y libertades, adquiridos -añadiría yo- gracias a él y muchos otros que como él y Carlos Álvarez lucharon contra la dictadura, pero esa misma espontaneidad podría comportar el riesgo de que facciones o grupúsculos provocadores encendiesen chispas de violencia que trajeran consigo rigurosas represiones policiales. Lo acabamos de comprobar en la multitudinaria manifestación del pasado sábado. Deberían tenerse muy en cuenta esas observaciones de Armando para próximas convocatorias. Dejo aquí constancia de la excelente ponencia de López Salinas en el Ateneo de Madrid, al tiempo que inserto el artículo de Félix Población sobre la última y más completa edición de la novela La mina, al que sigue el texto publicado en Crónica Popular por Antonio Gallifa, que se despide del escritor con la cariñosa semblanza que se merece un hombre bueno en el mejor y más hondo sentido de la palabra:
Me cuento entre los que piensan
que su probado fervor de militancia en el Partido Comunista, privó a la
Literatura de un buen escritor, algo que en el caso de Armando López Salinas ha
quedado demostrado en esta su única novela -con la que quedó finalista del
Premio Nadal en 1959- y en varios libros de viajes. Esta es toda la
bibliografía del autor de La mina
(Madrid, 1925), junto a un ensayo sobre la Alianza
de las fuerzas del trabajo y la cultura, publicado en 1977.
La magnífica edición de la novela
que Akal acaba de poner en las librerías era una deuda pendiente con López
Salinas, porque como se indica en el detallado estudio preliminar de David
Becerra Mayor, para que La mina fuera
la producción literaria íntegra que al fin se ofrece ahora al lector, había que
subsanar dos carencias fundamentales que se daban en las cinco ediciones
precedentes publicadas en castellano entre 1961 y 1984.
La primera ha consistido en
identificar públicamente la autoría de los versos con los que arrancan cada una
de las tres partes en que está dividido el libro, que algún crítico llegó a
atribuir al autor del mismo, y que corresponden al Canto General de Pablo Neruda. Parece poco probable que la ausencia
del nombre del poeta chileno pueda haberse debido a problemas de censura, como
no fuera en la primera de las ediciones, que luego por inercia se mantuvo en
las siguientes.
Sí hubo estos problemas, que solo
en la reciente edición de Akal se han subsanado, con los 24 fragmentos de la
novela que Becerra señala como censurados en ediciones precedentes -acaso por seguir también literalmente la
primera edición del libro- y que en su mayoría se corresponden con las
reflexiones y comentarios de uno de los personajes de la historia, el minero
asturiano que comparte con los protagonistas -Joaquín y su familia- las
incidencias del relato.
Por tratarse de una literatura social
muy afincada en principios ideológicas, la novela de Armando López Salinas no
obtuvo en su día una crítica muy favorable, dados los prejuicios que hacia el
realismo social y/o socialista se mantenían en España. Leída sin esos
prejuicios, sin embargo, y como testimonio de lo que en aquellos años comportó
en nuestro país el tránsito migratorio del campo a las zonas industriales, La mina es una valiosa obra, escrita con
sobriedad de estilo y excelente y expresivo lenguaje, en donde lo popular y lo
metafórico se combinan con sabia aleación.
La familia de Joaquín representa
a una de las muchas familias españolas que se vieron obligadas a abandonar el
ruinoso campo de la posguerra para embarcarse en un nuevo tipo de actividad
laboral, marcada en este caso por la dureza y la inseguridad de las
condiciones. Esa inseguridad en el trabajo en la mina de Los Llanos (Ciudad Real),
localidad que supongo habrá eliminado ya de su topónimo el que le dio la victoria
franquista (Los Llanos del Caudillo), acabará ocasionando una tragedia real,
cuyo desenlace movió al autor de la
novela a escribirla, tras informarse in situ de lo que había ocurrido.
Que la publicación del libro
editado por Akal haya coincidido casi con el accidente que tuvo lugar en una explotación
leonesa a finales de octubre, en el que murieron seis mineros, refuerza el
valor de ese tipo de literatura a la que hay que acercarse sin más prejuicio que
el de saber si cumple con el requisito fundamental de sentirnos embebidos por
su trama, por la coherencia de su desarrollo y la consistencia de sus
personajes. Es el caso de lo que cuenta mi estimado Armando López Salinas, lamentable
y tempranamente apartado de las letras por su celo en la militancia política.
*López Salinas, Armando: La Mina, Ed. Akal, 2013.
*López Salinas, Armando: La Mina, Ed. Akal, 2013.
Antonio Gallifa
Ha muerto Armando, el dirigente comunista. Aceptaste este papel que
tu conciencia te exigía. Para ello renunciaste con muda sencillez a
tantas cosas que podían abrirte la puerta de una vida que habrías
anhelado… ver tu letra impresa invadiendo las tiendas de libros, recibir
el aplauso sincero a tu prosa sencilla y grande, ser el generoso
escribidor de los pobres. Gastaste tu tiempo y tu salud recorriendo el
mundo entero para llevar nuestra voz y nuestras esperanzas. Organizaste
las ondas para que todos pudiesen conocer nuestra verdad y el camino de
la libertad. Acudiste a cualquier pequeño pueblo escondido en nuestra
piel de toro, y a aquél otro, y a aquél otro, donde algunos hombres, o
simplemente un hombre maltratado necesitaba tu apoyo, tu consejo, tu
aliento o tu impulso. Tu recorrido era inagotable: sólo volviste la
vista atrás para cerciorarte de que tus movimientos no eran vigilados
por la fiera. Compartiendo con tus camaradas el velador de un café,
siempre sin dar la espalda a la puerta, para transmitirles información, o
agotando con ellos la resistencia del reloj en sesiones cargadas de
humo y de proyectos en una recóndita chabola de las afueras, sabías
hablar y escuchar.
Ha muerto Armando, un gran escritor, un grandioso escritor. Los
estragos de la censura franquista y el tiempo que dedicó Armando a su
Partido le impidieron una obra dilatada, pero no consiguieron impedir un
gran ejemplo literario del realismo con el que era una obligación moral
escribir en esa época de aplastamiento moral y físico del pueblo. El
impresionante dominio de la narración, de los tiempos, de la sencillez
elevada a categoría artística de que hace gala Armando en La mina son un ejemplo que permanecerá siempre como referencia de la literatura española de la segunda mitad del pasado siglo.
Ha
muerto Armando, un hombre bueno. Armando, tú has sido, por encima de
todo, bueno. ¡Qué difícil es poder explicar esto en todo su significado¡
¡Qué difícil es entender la inmensa grandeza que se esconde tras esta
cualidad¡ Armando, tú has sido bueno porque no sabías ser de otra
manera. Y has sido bueno sin renunciar a la firmeza cuando lo exigían
las necesidades políticas. Tu bondad impedía que incluso tus más
encarnizados enemigos pudiesen mostrarte su odio. Compañero de tus
compañeros, amigo de tus amigos, para todos ellos tenías reservado un
puesto en tus sentimientos.
¡Armando, Armando¡ No podrás oír este diálogo mío con tus cenizas, ni
podrás presenciar el homenaje que te mereces, porque ya no existes. Mas
para los que te hemos conocido y que te queremos, tu recuerdo sigue
existiendo y existirá siempre. Con él nos prometemos estar juntos en el
gran acto colectivo que te mereces.
Ha muerto Armando, el dirigente comunista. Aceptaste este papel que
tu conciencia te exigía. Para ello renunciaste con muda sencillez a
tantas cosas que podían abrirte la puerta de una vida que habrías
anhelado… ver tu letra impresa invadiendo las tiendas de libros, recibir
el aplauso sincero a tu prosa sencilla y grande, ser el generoso
escribidor de los pobres. Gastaste tu tiempo y tu salud recorriendo el
mundo entero para llevar nuestra voz y nuestras esperanzas. Organizaste
las ondas para que todos pudiesen conocer nuestra verdad y el camino de
la libertad. Acudiste a cualquier pequeño pueblo escondido en nuestra
piel de toro, y a aquél otro, y a aquél otro, donde algunos hombres, o
simplemente un hombre maltratado necesitaba tu apoyo, tu consejo, tu
aliento o tu impulso. Tu recorrido era inagotable: sólo volviste la
vista atrás para cerciorarte de que tus movimientos no eran vigilados
por la fiera. Compartiendo con tus camaradas el velador de un café,
siempre sin dar la espalda a la puerta, para transmitirles información, o
agotando con ellos la resistencia del reloj en sesiones cargadas de
humo y de proyectos en una recóndita chabola de las afueras, sabías
hablar y escuchar.
Ha muerto Armando, un gran escritor, un grandioso escritor. Los
estragos de la censura franquista y el tiempo que dedicó Armando a su
Partido le impidieron una obra dilatada, pero no consiguieron impedir un
gran ejemplo literario del realismo con el que era una obligación moral
escribir en esa época de aplastamiento moral y físico del pueblo. El
impresionante dominio de la narración, de los tiempos, de la sencillez
elevada a categoría artística de que hace gala Armando en La mina son un ejemplo que permanecerá siempre como referencia de la literatura española de la segunda mitad del pasado siglo.
Ha
muerto Armando, un hombre bueno. Armando, tú has sido, por encima de
todo, bueno. ¡Qué difícil es poder explicar esto en todo su significado¡
¡Qué difícil es entender la inmensa grandeza que se esconde tras esta
cualidad¡ Armando, tú has sido bueno porque no sabías ser de otra
manera. Y has sido bueno sin renunciar a la firmeza cuando lo exigían
las necesidades políticas. Tu bondad impedía que incluso tus más
encarnizados enemigos pudiesen mostrarte su odio. Compañero de tus
compañeros, amigo de tus amigos, para todos ellos tenías reservado un
puesto en tus sentimientos.
¡Armando, Armando¡ No podrás oír este diálogo mío con tus cenizas, ni
podrás presenciar el homenaje que te mereces, porque ya no existes. Mas
para los que te hemos conocido y que te queremos, tu recuerdo sigue
existiendo y existirá siempre. Con él nos prometemos estar juntos en el
gran acto colectivo que te mereces.
DdA, X/2.658
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