viernes, 21 de febrero de 2014

EL PERROFLAUTA MOTORIZADO Y LA UTOPÍA COMO MOTOR DE LA EDUCACIÓN

Conviene revisar, a propósito del artículo, cada una de las ideas que nos propone
Eduardo Galeano, por más que ya las hayamos escuchado.
Antonio Aramayona

Hoy acaba la semana 39ª en el portal de la Consejera aragonesa de Educación, Universidad, Cultura y Deporte. El Gobierno de España y el Gobierno de Aragón siguen recortando profesorado, ayudas y el futuro mismo de muchas personas, jóvenes y maduras, cuya profesión es enseñar y educar.
Hoy Marisol, Adrián y el perroflauta motorizado han hecho lo que debían y querían en el portal de la Consejera.



He escrito muchas veces que una utopía es la tensión de cada ser de la naturaleza por alcanzar su óptimo grado de ser, su ser cabal y en su nivel más perfecto y máximo posible. Por eso nunca se alcanza por completo la utopía, por eso la utopía incita a ir consiguiéndola poco a poco, gradualmente, en la dinámica de un constante caminar hacia la utopía.  También por eso he dejado escrito que la utopía no está relacionada con lo imposible, sino con lo óptimo, y que sin utopías reales y auténticas la vida carece de horizonte. Por eso, en fin, la utopía no solo es posible, sino necesaria.
 Una utopía, dice Kant, no es otra cosa que una perfección no realizada plenamente en la realidad. Por ejemplo, concebimos y queremos una república democráticamente perfecta, regida por la igualdad, la libertad y la justicia, pero no la encontramos y a veces no sabemos cómo encaminarnos hacia ella ¿es por esto imposible? No, es una utopía, es un valor personal y social que nos impele a luchar sin tregua por alcanzar esa utopía.
Si tenemos claro en la mente y en el corazón una utopía, seremos capaces de salvar todos los obstáculos que encontremos en su realización concreta. ¿Es que acaso la verdad sería una mera ilusión por el hecho de que todo el mundo mintiese? Pues bien, la idea, el ideal y el valor de la educación constituye otra utopía, aunque el Gobierno de España y el Gobierno de Aragón se empeñen en cercenarla y negarla. A veces pensamos en aulas, colegios, universidades, libros y calificaciones cuando hablamos de la educación. Sin embargo, todo ello no son más que medios posibles para ir acercándonos o alejándonos  de la utopía de  la educación. El valor de una educación que permita y fomente el desenvolvimiento y desarrollo de todos y cada uno de los seres humanos,  como humanos y ciudadanos, es, sin duda, verdadero, es una utopía, constituye o debería constituir el motor principal de cualquier sistema educativo.
No nacemos con nuestras capacidades ya hechas y formadas, sino que necesitamos ir formándolas, e ir así creciendo cada día. Ese crecimiento puede resultar ser adecuado o no, bueno o no, acertado o no, según ayude o no a acercarse a la utopía de la educación. El ser humano debe hacerse a sí mismo,  debe educarse por sí mismo, debe crecer cada día como humano. No hay mayor y más excelente empresa que hacer posible una buena y acertada educación, lo cual presenta no pocas dificultades, pues en ella se dan cita también los intereses espurios y egoístas de algunas personas y grupos existentes en la sociedad. Pensemos, por ejemplo, en el hecho de que la inteligencia depende de la educación, y la educación, a su vez, de la inteligencia. ¿Cómo hacer para educar la inteligencia inteligentemente? Para ello se requieren distintas generaciones que contribuyan a la vez al desarrollo de la utopía de la educación, una educación plenamente integradora.
        Y desde el primer día que tengamos conciencia de nosotros mismos, hasta el último instante y la última bocanada de aire, tras todo esa búsqueda de la utopía, siempre nos amaremos también como imperfectos, pues la perfección es solo otro invento más de los inventores de los dioses.

DdA, X/2.630

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