
Ana Cuevas
Hace
33 años, un 23 de febrero, las heridas mal curadas de este pueblo
supuraron su odio tiroteando los techos del Congreso de los diputados.
La España intolerante, la que sustituye el sable por el diálogo, la que
se erige en salvadora de la patria aún a costa de sacrificar a sus
compatriotas, se puso un tricornio por montera para intentar asesinar la
recién nacida democracia. Aparentemente, el golpe fracasó. Pero la
criatura democrática creció con el miedo a que ese lobo feroz volviera
tarde o temprano a devorarla. Se nos quedó canija y cobardica.
El miedo
debe ser el origen de la desmemoria histórica que ha permitido que
notables alimañas del fascismo y organizaciones con antecedentes
criminales como Falange pululen como perico por su casa por nuestra
democracia. Somos así de generosos con los liberticidas. Tanto, que a
veces incluso les proporcionamos una mayoría absoluta en las urnas para
que salven la patria "a su manera". La suya, la privatizada, va de
perlas. No solo se salvan de todas las trapacerías que les salpican sino
que regatean como Messi el descontento ciudadano.
Las estadísticas
dicen que perderían votos pero que volverían a ser reelegidos. Pese a la
Reforma Laboral, el desempleo pertinaz, las políticas anti-sociales de
recortes y privatizaciones, las leyes restrictivas de las libertades
ciudadanas e individuales, el descarado apoyo a la banca y a los
poderosos en detrimento de los más débiles y desamparados. Pese a la
ineficacia, el cinismo y el desprecio con el que nos tratan. Al aluvión
de basura corrupta que supuran y del que salen impunes la mayoría. A
pesar de todo ello, muchos españoles, algunos trabajadores o parados,
les votarían.
Es entonces cuando sospecho que, tal vez, no fracasaran
del todo los golpistas. De alguna manera se inoculó en este pueblo la
querencia al yugo y al maltrato. Si no, no se entiende. ¿Por qué les
votan, si nos odian? Igual es que, además de tener mal la memoria, somos
simplemente idiotas.
DdA, X/2.631
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