Félix Población
El artículo al que ha hecho referencia esta tarde Alfredo Pérez Rubalcaba, durante el debate sobre el estado de la nación, en su primera réplica al presidente del Gobierno Mariano Rajoy Brey en el Congreso de los Diputados, está fechado el 4 de marzo 1983 y fue publicado en el diario Faro de Vigo. Se titula Igualdad humana y modelos de educación y fue escrito cuando Rajoy era diputado de Alianza Popular en el parlamento de Galicia. El líder de la oposición socialista quiso ilustrar con ese texto la etapa de mayor desigualdad que vive España actualmente y la naturaleza del modelo educativo del ministro Wert, que se basa precisamente en los conceptos esgrimidos por don Mariano en tal artículo. El párrafo en concreto que leyó Pérez Rubalcaba es el que sigue: "Ya en épocas remotas
–existen en este sentido textos del siglo VI antes de Jesucristo- se
afirmaba como verdad indiscutible, que la estirpe determina al hombre,
tanto en lo físico como en lo psíquico. Y estos conocimientos que el
hombre tenía intuitivamente –era un hecho objetivo que los hijos de
“buena estirpe”, superaban a los demás- han sido confirmados más
adelante por la ciencia: desde que Mendel formulara sus famosas “Leyes”
nadie pone ya en tela de juicio que el hombre es esencialmente desigual,
no sólo desde el momento del nacimiento sino desde el propio de la
fecundación". Bastaría como muestra del pensamiento de Rajoy Brey, pero para quien quiera leer más inserto el resto del texto. Y si aún no se conforma el sufrido lector, podrá abundar en las ideas del actual presidente del Gobierno con un segundo artículo, que no desmerece del primero y fue publicado también en Faro de Vigo el 24 de julio de 1984 bajo el título La envidia igualitaria:
"Uno
de los tópicos más en boga en el momento actual en que el modelo
socialista ha sido votado mayoritariamente en nuestra patria es el que
predica la igualdad humana. En nombre de la igualdad humana se aprueban
cualesquiera normas y sobre las más diversas materias:
incompatibilidades, fijación de horarios rígidos, impuestos –cada vez
mayores y más progresivos- igualdad de retribuciones…En ellas no se
atiende a criterios de eficacia, responsabilidad, capacidad,
conocimientos, méritos, iniciativa o habilidad: sólo importa la
igualdad. La igualdad humana es el salvoconducto que todo lo permite
hacer; es el fin al que se subordinan todos los medios.
Recientemente,
Luis Moure Mariño ha publicado un excelente libro sobre la igualdad
humana que paradójicamente lleva por título “La desigualdad humana”. Y
tal vez por ser un libro “desigual” y no sumarse al coro general, no ha
tenido en lo que ahora llaman “medios intelectuales” el eco que merece.
Creo que estamos ante uno de los libros más importantes que se han
escrito en España en los últimos años. Constituye una prueba irrefutable
de la falsedad de la afirmación de que todos los hombres son iguales,
de las doctrinas basadas en la misma y por ende de las normas que son
consecuencia de ellas.
Ya en épocas remotas
–existen en este sentido textos del siglo VI antes de Jesucristo- se
afirmaba como verdad indiscutible, que la estirpe determina al hombre,
tanto en lo físico como en lo psíquico. Y estos conocimientos que el
hombre tenía intuitivamente –era un hecho objetivo que los hijos de
“buena estirpe”, superaban a los demás- han sido confirmados más
adelante por la ciencia: desde que Mendel formulara sus famosas “Leyes”
nadie pone ya en tela de juicio que el hombre es esencialmente desigual,
no sólo desde el momento del nacimiento sino desde el propio de la
fecundación. Cuando en la fecundación se funde el espermatozoide
masculino y el óvulo femenino, cada uno de ellos aporta al huevo
fecundado –punto de arranque de un nuevo ser humano- sus veinticuatro
cromosomas que posteriormente, cuando se producen las biparticiones
celulares, se dividen en forma matemática de suerte que las células
hijas reciben exactamente los mismos cromosomas que tenía la madre: por
cada par de cromosomas contenido en las células del cuerpo, uno solo
pasará a la célula generatriz, el paterno o el materno, de ahí el mayor o
menor parecido del hijo al padre o a la madre. El hombre, después, en
cierta manera nace predestinado para lo que habrá de ser. La desigualdad
natural del hombre viene escrita en el código genético, en donde se
halla la raíz de todas las desigualdades humanas: en él se nos han
transmitido todas nuestras condiciones, desde las físicas: salud, color
de los ojos, pelo, corpulencia…hasta las llamadas psíquicas, como la
inteligencia, predisposición para el arte, el estudio o los negocios. Y
buena prueba de esa desigualdad originaria es que salvo el supuesto
excepcional de los gemelos univitelinos, nunca ha habido dos personas
iguales, ni siquiera dos seres que tuviesen la misma figura o la misma
voz.
Esta búsqueda de la desigualdad, tiene
múltiples manifestaciones: en la afirmación de la propia personalidad,
en la forma de vestir, en el ansia de ganar –es ciertamente revelador en
este sentido la referencia que Moure Mariño al afán del hombre por
vencer en una Olimpiada, por batir marcas, récords…-, en la lucha por el
poder, en la disputa por la obtención de premios, honores,
condecoraciones, títulos nobiliarios desprovistos de cualquier
contrapartida económica…Todo ello constituye demostración matemática de
que el hombre no se conforma con su realidad, de que aspira a más, de
que busca un mayor bienestar y además un mejor bien ser, de que, en
definitiva, lucha por desigualarse.
Por eso,
todos los modelos, desde el comunismo radical hasta el socialismo
atenuado, que predican la igualdad de riquezas –porque como con tanta
razón apunta Moure Mariño, la de inteligencia, carácter o la física no
se pueden “Decretar” y establecen para ello normas como las más arriba
citadas, cuya filosofía última, aunque se les quiera dar otro
revestimento, es la de la imposición de la igualdad, son radicalmente
contrarios a la esencia misma del hombre, a su ser peculiar, a su afán
de superación y progreso y por ello, aunque se llamen asimismos “modelos
progresistas” constituyen un claro atentado al progreso, porque
contrarían y suprimen el natural instinto del hombre a desigualarse, que
es el que ha enriquecido al mundo y elevado el nivel de vida de los
pueblos, que la imposición de esa igualdad relajaría a cotas mínimas al
privar a los más hábiles, a los más capaces, a los más emprendedores…de
esa iniciativa más provechosa para todos que la igualdad en la miseria,
que es la única que hasta la fecha de hoy han logrado imponer".
DdA, X/2.633
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