Francisco R. Pastoriza
En cierta ocasión Gabriel García Márquez
declaró que se encontraba con frecuencia en los periódicos con alguna
entrevista que no recordaba haber concedido ni a quien la firmaba ni al
medio en la que se publicaba.
En
realidad es muy fácil publicar una entrevista falsa a un personaje
conocido porque sus respuestas son casi siempre predecibles conociendo
su obra y habiendo consultado algunas de sus declaraciones reales. Sólo
hay que poner en su boca lo mismo con otras palabras.
Enrique Vila-Matas contó públicamente sus entrevistas hechas con este
procedimiento a personajes como Marlon Brando o Rudolf Nureyev para una
revista en la que escribía cuando era muy joven. Pero el caso más
conocido por su impacto internacional fue el del periodista italiano
Tommaso Debenedetti, un periodista respetado, hijo y nieto de
periodistas (su padre es también un escritor de éxito), autor de más de
ochenta entrevistas falsas con personajes muy conocidos que pasaron por
verdaderas durante mucho tiempo hasta que cometió un error de cálculo,
que fue poner en boca del escritor Philip Roth una supuesta decepción
con la política de Barack Obama. Entrevistado por Paola Zanuttini,
periodista del diario italiano “La Repubblica”, Roth negó haber hecho
ninguna declaración en este sentido, lo que inquietó a la periodista y
la llevó a una investigación en la que terminó descubriendo las
numerosas entrevistas falsas que Debenedetti había publicado con
personajes como el Dalai Lama, Mijaíl Gorbachov, Lech Walesa, John Le
Carré, Günter Grass o Noam Chomsky. Incluso introducía elementos de
ficción para crear una puesta en escena que dotase de credibilidad a las
declaraciones, como el estado de terror de Derek Walcott “entrevistado”
telefónicamente instantes después del terremoto de Haití o la inquietud
del cardenal Ratzinger poco antes de ser elegido Papa. El caso es que
Debenedetti no se arrepintió nunca de su impostura sino que, según sus
declaraciones, cree haber prestado un gran servicio al periodismo porque
afirma que en Italia la información está basada en la falsificación y
todo cuela mientras sea favorable a la línea editorial del medio en que
se publica. Y que se metió en ese juego para poder publicar y poder
denunciar este estado de cosas. Claro que esto lo dijo después de haber
sido descubiertas sus falsificaciones.
La emisión de “Operación Palace” en la noche del pasado domingo en La Sexta dentro del programa “Salvados” de Jordi Évole, sobre una
supuesta trama del 23-F presuntamente desconocida hasta ahora, ha vuelto
a provocar reacciones insospechadas en la opinión pública, así como
algunas respuestas salidas de tono, después de que muchos ya pensábamos
que este tipo de reacciones ante estos programas estaba superado.
En los comentarios al programa de Évole se viene citando el primero
de los casos en el que se puso en el aire la emisión de un programa de
ficción utilizando métodos periodísticos que lo dotaban de credibilidad.
En efecto, el 30 de octubre de 1938 (por cierto, también era domingo) a
las ocho de la noche, se emitió en la CBS el programa “La guerra de los
mundos”, una adaptación para la radio de la obra de H.G. Wells,
escritor que había sido guionista de “Casablanca” y que fue perseguido
durante la caza de brujas de Hollywood. La adaptación para la radio la
hicieron Orson Welles y Howard Koch, con el equipo del Mercury Theatre, y
narraba una supuesta invasión de nuestro planeta por extraterrestres.
Orson Welles, que aún no era el director de cine de éxito que llegaría a
ser, desempeñaba el doble papel del narrador y del profesor Richard
Pierson, supuesto director del Observatorio de Princeton, Nueva Jersey.
Welles aplicó a esta adaptación la técnica de la retransmisión de
acontecimientos en directo que le otorgó un realismo tan eficaz que
muchos oyentes creyeron que la invasión se estaba produciendo, lo que
provocó una situación de pánico y caos al hacer que mucha gente huyera
despavorida de sus casas. Se estima que unos seis millones de
radioyentes escucharon el programa y que al menos 1.200.000 creyeron que
su contenido era auténtico, a pesar de que en el inicio del programa se
había advertido que se trataba de una pieza de radioteatro y que esta
advertencia se repitió a la mitad de la emisión del espacio, alertada la
dirección de la emisora de los efectos que se estaban produciendo. Esta
reacción histérica (denominada por la semiótica “confusión de géneros” y
“decodificación aberrante”) se ha explicado debido al clima de
inseguridad y ansiedad colectivas generadas en la sociedad americana por
la Gran Depresión que entonces sufrían los Estados Unidos (una crisis
económica como la actual en España) y por las noticias sobre el
expansionismo militar de Hitler en Europa.
Imposturas televisivas
El 5 de abril de 1991 el centro regional de TVE en Cataluña estrenaba
en su circuito de cobertura territorial el espacio “Camaleó”, dirigido
por Joan Ramón Mainat. Se iniciaba con “La mort”, un reportaje sobre la
muerte. De pronto la emisión se interrumpió para dar paso a la noticia
de un golpe de estado contra Mijaíl Gorbachov en la antigua Unión
Soviética. El presentador del programa era Josep Abril, conductor
habitual del telediario catalán de noche y periodista de prestigio. Se
incluían conexiones con los corresponsales de TVE en Nueva York y Moscú,
lo que colaboró a proporcionar mayor credibilidad al espacio, y
grabaciones de una televisión americana, CMN, cuyo logotipo estaba
diseñado para que se confundiese con el de la CNN. El jefe de política
internacional de la cadena aportaba sus comentarios sobre el
acontecimiento y citaba fuentes del Pentágono y la Casa Blanca. Unas
imágenes de una rueda de prensa de Marlin Fitzwater, portavoz del
presidente Bush, anunciaba (en una falsa traducción) la ruptura de
relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos y la URSS. La Cope
interrumpió su programación para dar la noticia y Radio 4 hizo lo mismo.
Su director Ramón Font desmintió que la emisora estuviera en
connivencia con los responsables de “Camaleó”. La credibilidad del
programa se manifestó en la cantidad de llamadas que colapsaron las
centralitas de todos los medios de comunicación de Cataluña, así como la
del consulado de la URSS en Barcelona, y es que la situación que vivía
la Unión Soviética en aquellos momentos hacía presagiar un desenlace
similar, como realmente ocurrió meses después, en agosto del mismo año,
cuando se intentó un golpe de estado real contra Gorbachov. Frente a las
críticas que llovieron desde la casi totalidad de los partidos
políticos e instituciones, los responsables del programa declararon que
se trataba de una propuesta de reflexión colectiva sobre las
informaciones que ofrecen los medios de comunicación. Un profesor de
antropología de la Universidad de Barcelona afirmaba que el programa
había tenido la osadía de poner de manifiesto hasta qué punto todos
somos rehenes de los medios de comunicación.
Pero “Camaleó” no era el pionero televisivo de este tipo de
programas. Pocos meses antes, en febrero de 1990, dentro del informativo
“Mixer”, de la televisión pública italiana RAI-2, uno de los espacios
de más audiencia, dirigido y presentado por el popular periodista Gianni
Minoli, se emitió un documental en el que se demostraba, con falsas
pruebas, que el referéndum celebrado el 2 de junio de 1946 en el que los
italianos optaron por el régimen republicano en vez de por la
monarquía, había sido falsificado. Umberto Quatrocchi, un general
jubilado, se había prestado al juego declarando que en aquellos momentos
era magistrado y, junto a otros seis colegas, había falsificado las
actas de la votación en la que se abolió la monarquía en Italia,
siguiendo las instrucciones de un misterioso personaje del Ministerio
del Interior. Quatrocchi afirmaba que los resultados favorecían
claramente el retorno de la dinastía de Saboya, lo que entraba en
contraste con las aspiraciones democráticas de la nueva Italia, y
aseguraba que un notario tenía en su poder el documento donde constaba
la verdadera historia. La credibilidad del programa se debió, como en
los casos anteriores, a la existencia real de un estado de cosas que
permanece en el inconsciente colectivo del país, ya que el susodicho
referéndum sobre el régimen político italiano es una deuda histórica de
la República puesta en duda periódicamente. En esta ocasión fueron
millones de italianos los que siguieron atónitos el programa. Al final,
el presentador se justificó con argumentos muy similares a los de los
ejemplos anteriores: a veces se utilizan trucos para hacer programas y
lo importante es denunciar esos trucos precisamente para mejorar “ese
fantástico instrumento de libertad que es la televisión”, dijo
textualmente.
No tuve la oportunidad de ver “”Operación Palace” el día de su
emisión, por lo que es muy fácil decir, a toro pasado, que en un
visionado posterior me produjo sobre todo hilaridad (en ocasiones
carcajadas) y alguna que otra indignación por el tratamiento
irresponsable de algunos acontecimientos. Pero es verdad que el guión
del programa, aunque nada creíble para espectadores informados, sigue
las pautas de un reportaje periodístico de investigación al uso y echa
mano de elementos fuera de contexto frecuentemente utilizados por la
televisión. Y si en algún momento provocó en los espectadores una
sensación de realidad ello es posible porque en el imaginario colectivo
también en este caso muchas cosas están aún sin explicar. Pudo haber
colaborado a ello, como en “La guerra de los mundos”, la vulnerabilidad
de la sociedad española provocada por la situación de inseguridad
económica a causa de la crisis, y las noticias de revueltas en varios
lugares del mundo, una de ellas Ucrania, que terminó, el mismo día de la
emisión de “Operación Palace”, con un golpe de estado, según el
depuesto Yanukóvich. También, como en el resto de los casos, la
confianza que la audiencia tiene en los responsables del programa. En
este caso es bien sabido que Jordi Évole es uno de los periodistas que
tienen una mayor legitimación ganada a través de sus programas de
denuncia. Personalmente pienso que no están justificadas algunas de las
críticas salidas de tono a “Operación Palace”, sobre todo aquellas que
alegan supuestas manipulaciones e inmoralidades, cuando lo que se trata
de poner de manifiesto es que a veces historias increíbles se convierten
en creíbles gracias a los métodos utilizados, y es esta la reflexión a
la que debe llevarnos el programa.
DdA, X/2.632
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