Entierro de Antonio Machado, febrero, 1939
Esperanza Ortega
Fue la penúltima frase de Machado antes de morir: “merçi, madame”. El
último adiós se lo dirigió a su madre, que agonizaba en la cama
contigua. ¿Pero quién era aquella “madame”?: Pauline Quintana, la señora
que acogió a Machado en el Hotel Bougnol, de su propiedad. Avisada por
su vecina Juliette de que en su café de Colliure había recibido a una
familia de exiliados españoles con una anciana agotada, Madame Quintana
decidió alojarles en pensión completa. Hizo mucho más: compró mudas a
los hermanos Antonio y José, que compartían camisa y se tenían que
turnar para bajar al comedor. Y mandó venir al médico, que diagnosticó
la gravedad no solo de la madre sino también de su enigmático hijo
mayor, el que paseaba hablando solo por la playa y por los alrededores
del cementerio. Madame Quintana le atendió cuando ya no pudo levantarse y
cedió la sepultura para que fuera enterrado por un grupo de milicianos
españoles. Madame Quintana cumplió también su último deseo: días antes
de su muerte, el poeta le había entregado un cofre lleno de tierra,
recogida por sus manos durante su viaje hacia el exilio. Y le había
rogado que la extendiera sobre su cadáver, dentro del ataúd. ¿Quién ha
dicho que Machado descansa en tierra extranjera? Allí donde esté su
tumba, habrá tierra española. Si en la Junta de Andalucía conocieran
estos detalles, quiero pensar que no seguirían reclamando el traslado de
sus restos a Sevilla. Machado intuyó muy pronto que iba a morir ligero
de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar, y que a él, como a
todo hijo de vecino nacido al sur de los Pirineos, una de las dos
Españas le iba a helar el corazón. Igual que se le hiela el corazón a
cualquiera que visite el cementerio de Colliure. Aunque ante su tumba se
experimenta una rara sensación de paz, la misma que emana de su último
verso, el que encontraron tras su muerte, en el bolsillo de su única
chaqueta: “Estos días azules y este sol de la infancia” ¿Qué debería
haber hecho Machado para estar a la altura de aquellas circunstancias?
Exactamente lo que hizo. Por eso sus gestos son ahora sagrados,
memorables. En su camino de Madrid a Valencia, le alojaron en una casa
solariega de Tarancón. Durmió en la alfombra, al lado de la cama
matrimonial: enterado de que a sus dueños les habían dado el paseo, no
quiso disfrutar de ninguna comodidad a su costa. Pero Antonio Machado no
acertó siempre, se equivocó cuando le escribió a Lister estos versos:
“Si mi pluma valiera tu pistola/ de capitán, contento moriría”. Se
equivocó porque su pluma valía mucho más que todas las pistolas. Como
vale más que todas las pistolas la voz que todavía nos habla desde las
páginas de sus libros, con cadencia y olor a tierra española. Su
mensaje, sin embargo, no todos pueden entenderlo. En su peregrinaje
hacia el exilio, Machado se había hospedado en el Hotel Majestic de
Barcelona. ¿Y saben lo que se les ha ocurrido a sus propietarios
actuales? Dar su nombre a la habitación en que pernoctó, convertida en
una suite de lujo para disfrute de la jet cultivada, con hilo musical de
Serrat incluido. Apuesto a que a sus clientes no se les ocurre dormir
en la alfombra, por respeto. ¿No sería más propio que en su homenaje
acogieran a una familia de desposeídos que llegaran casi desnudos a sus
puertas, como llegó Machado al Hotel Bougnol? Pero para eso hay que
tener algo que dudo que sirvan en el Majestic & Spla: la generosidad
de Madame Quintana. Merçi, madame, en nombre de España.
DdA, X/2.634
1 comentario:
Articulo con bastantes errores
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