miércoles, 26 de febrero de 2014

PAULINE QUINTANA: GRACIAS, SEÑORA, EN NOMBRE DE ESPAÑA

 Entierro de Antonio Machado, febrero, 1939
Esperanza Ortega

Fue la penúltima frase de Machado antes de morir: “merçi, madame”. El último adiós se lo dirigió a su madre, que agonizaba en la cama contigua. ¿Pero quién era aquella “madame”?: Pauline Quintana, la señora que acogió a Machado en el Hotel Bougnol, de su propiedad. Avisada por su vecina Juliette de que en su café de Colliure había recibido a una familia de exiliados españoles con una anciana agotada, Madame Quintana decidió alojarles en pensión completa. Hizo mucho más: compró mudas a los hermanos Antonio y José, que compartían camisa y se tenían que turnar para bajar al comedor. Y mandó venir al médico, que diagnosticó la gravedad no solo de la madre sino también de su enigmático hijo mayor, el que paseaba hablando solo por la playa y por los alrededores del cementerio. Madame Quintana le atendió cuando ya no pudo levantarse y cedió la sepultura para que fuera enterrado por un grupo de milicianos españoles. Madame Quintana cumplió también su último deseo: días antes de su muerte, el poeta le había entregado un cofre lleno de tierra, recogida por sus manos durante su viaje hacia el exilio. Y le había rogado que la extendiera sobre su cadáver, dentro del ataúd. ¿Quién ha dicho que Machado descansa en tierra extranjera? Allí donde esté su tumba, habrá tierra española. Si en la Junta de Andalucía conocieran estos detalles, quiero pensar que no seguirían reclamando el traslado de sus restos a Sevilla. Machado intuyó muy pronto que iba a morir ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar, y que a él, como a todo hijo de vecino nacido al sur de los Pirineos, una de las dos Españas le iba a helar el corazón. Igual que se le hiela el corazón a cualquiera que visite el cementerio de Colliure. Aunque ante su tumba se experimenta una rara sensación de paz, la misma que emana de su último verso, el que encontraron tras su muerte, en el bolsillo de su única chaqueta: “Estos días azules y este sol de la infancia” ¿Qué debería haber hecho Machado para estar a la altura de aquellas circunstancias? Exactamente lo que hizo. Por eso sus gestos son ahora sagrados, memorables. En su camino de Madrid a Valencia, le alojaron en una casa solariega de Tarancón. Durmió en la alfombra, al lado de la cama matrimonial: enterado de que a sus dueños les habían dado el paseo, no quiso disfrutar de ninguna comodidad a su costa. Pero Antonio Machado no acertó siempre, se equivocó cuando le escribió a Lister estos versos: “Si mi pluma valiera tu pistola/ de capitán, contento moriría”. Se equivocó porque su pluma valía mucho más que todas las pistolas. Como vale más que todas las pistolas la voz que todavía nos habla desde las páginas de sus libros, con cadencia y olor a tierra española. Su mensaje, sin embargo, no todos pueden entenderlo. En su peregrinaje hacia el exilio, Machado se había hospedado en el Hotel Majestic de Barcelona. ¿Y saben lo que se les ha ocurrido a sus propietarios actuales? Dar su nombre a la habitación en que pernoctó, convertida en una suite de lujo para disfrute de la jet cultivada, con hilo musical de Serrat incluido. Apuesto a que a sus clientes no se les ocurre dormir en la alfombra, por respeto. ¿No sería más propio que en su homenaje acogieran a una familia de desposeídos que llegaran casi desnudos a sus puertas, como llegó Machado al Hotel Bougnol? Pero para eso hay que tener algo que dudo que sirvan en el Majestic & Spla: la generosidad de Madame Quintana. Merçi, madame, en nombre de España.

DdA, X/2.634

1 comentario:

Unknown dijo...

Articulo con bastantes errores

Publicar un comentario