
Antonio Aramayona
A las 10.00 horas de una mañana de la semana pasada, tras "una
oración comunitaria", la consejera aragonesa de Educación, Universidad,
Cultura y Deporte, María Dolores Serrat, ante cuyo portal está
apostado cada mañana el perroflauta motorizado desde hace nueve meses,
asistió a la inauguración de las XII jornadas de reflexión sobre "La
religión en la escuela" y "la enseñanza religiosa, a través de la
coordinación entre la escuela y la parroquia", junto al arzobispo de
Zaragoza, Manuel Ureña, y el obispo de Huesca y Jaca, Julián Ruiz,
y ante 230 profesores de religión de varias diócesis católicas
cercanas, designados a dedo por sus respectivos obispos y pagados con el
dinero de todos los españoles.
La consejera Serrat, ante los
deplorables datos de la poca asistencia a las clases de religión del
alumnado aragonés de la enseñanza pública, aseguraba que "harán lo
posible desde el departamento de Educación para que los alumnos elijan
también la asignatura en Secundaria y continúen profundizando en cursos
posteriores", en una clara apuesta por la neutralidad confesional que
todo cargo e institución pública del Estado deben mostrar en razón de su
cargo. Por si fuera poco, la consejera Serrat, avanzando, peldaño a
peldaño, hacia la consecución final de su máximo nivel de incompetencia,
siguió afirmando, siempre en razón de su cargo, que la formación
religiosa es "fundamental" para conocer la "esencia y la dignidad del
ser humano". Incluso se permitió adentrase en los arcanos de la
gnoseología para fundamentar el estudio de la religión y la moral
confesionales en la red de enseñanza pública, pues, según ella, "es
imposible rechazar lo que uno no conoce" (desconozco si estaba pensando
en aquellos momentos también en el alumnado de religión de Infantil y
Primaria, que no tiene la más remota idea sobre la dimensión religiosa
del ser humano ni la menor capacidad de decisión acerca de asistir o no a
las clases de religión, católica o albigense).
La consejera
Serrat desconoce (¿o no?) que en un Estado democrático, social y
aconfesional se debe impartir en la escuela saberes, no creencias. Deben
imperar allí la razón y la ciencia, y jamás la superstición, el
pensamiento dogmático o el mito, pertenecientes en todo caso al ámbito
privado. Cientos de parroquias pueden acoger a la persona creyente y a
las familias creyentes que lo deseen. Nunca tendrán tanta libertad
religiosa como en un Estado laico, donde la ley fundamental al respecto
es la ley de la libertad de conciencia, en igualdad de condiciones para
todas y todos. Pero la cuestión de fondo es aferrarse al poder
multisecular y a los privilegios anticonstitucionales que la Iglesia
Católica ha disfrutado en España. De hecho, en la mano de la Conferencia
Episcopal ha estado siempre el chantaje de cambiar unos votos (los
votos de sus adeptos incondicionales) que pueden producir un viraje
significativo para otorgar o arrebatar el poder a un determinado partido
o grupo político. Con ello se hacen unos delincuentes, unos mafiosos.
Por su parte, el arzobispo de Zaragoza abundaba en el tema y afirmaba
que la disminución del número de alumnos en las clases de religión no
viene motivada por una decisión tomada a conciencia, sino más bien
influida por el clima "laicista" de la sociedad, un discurso "dominante
que hace mella en los padres". Con ello el obispo Ureña ignora (no solo
desconoce) qué es realmente el laicismo, y echa las culpas de su mala
situación a terceros, en lugar de asumir la responsabilidad de sus
propias torpezas e incoherencias.
Entretanto, casi simultáneamente, y con la asistencia del alcalde de Zaragoza, J.A. Belloch,
se inauguraba en el Museo Diocesano, cuya remodelación hemos pagado los
ciudadanos y ciudadanas con el dinero público que se nos esquilma, una
exposición sobre la "sábana santa". A este respecto, interesa
principalmente una pregunta, que alberga pocas esperanzas de ser
respondida: ¿qué cantidad concreta de dinero público han destinado el
Ayuntamiento y la Diputación de Zaragoza a subvencionar y sufragar los
costes de dicha exposición, estrictamente confesional? ¿Hay dinero o no
hay dinero para hacer frente a las necesidades de la ciudadanía?
Como si con él no fuera la cosa, el alcalde Belloch y su Corporación
municipal adepta (PSOE-PP), asistían como todos los años el día de san
Valero, patrón de la ciudad (¿hasta cuándo habrá patrones confesionales
para fiestas institucionales que incluyen a toda la ciudadanía, y no
solo al sector creyente, cada vez más menguante?), a una procesión y a
una misa solemne católica. Con su crucifijo en los plenos municipales,
su calle dedicada a Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei,
sus exposiciones de sábanas, sus misas y procesiones, Belloch está
convirtiendo a la ciudad de Zaragoza en una inmensa sacristía. Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat. En otras palabras, el eterno retorno del nacionalcatolicismo.
DdA, X/2.628
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