No soy futbolero, si por tal se llama al que acude a un estadio o sigue las incidencias de cada jornada liguera. Dejé de interesarme por ese deporte cuando se hizo del mismo un negocio multimillonario, con fichajes de escándalo -especialmente en tiempos de crisis- y partidos de pago en las televisiones. Debo reconocer, sin embargo, que me sigue gustado el juego, sobre todo cuando compiten equipos de cierta solvencia.
También reconoceré siempre
mi sportinguismo en la distancia y en el tiempo, como consecuencia de mi
separación de Asturias hace muchos años y de mi memoria sentimental como socio
infantil del club rojiblanco hace algunos más. Desde la remota niñez no había
tenido oportunidad de acudir a un encuentro de fútbol en El Molinón. Por eso el
pasado domingo, cuando quien compartió conmigo de guaje aquella afición me
obsequió con su tarjeta de abonado de honor para que acudiera al viejo estadio,
acepté la invitación con gusto, y hasta podría decir que con expectación.
Se enfrentaban el Sporting y el
Zaragoza, el partido se disputaba a mediodía y las gradas presentaban una buena
entrada, habitual al parecer en todos los encuentros que se celebran en El
Molinón, sobre todo cuando el equipo marcha bien, como es el caso. El
adversario también prometía juego, así que me las hacía muy felices con mis
nostalgias y las expectativas futbolísticas. Alojado además en la tribuna sur,
donde se apiña la hinchada más animosa del equipo, pasé de la melancolía de los
recuerdos al contagio agitado por los lances del juego en cuanto se inició éste.
Ambos conjuntos prometían
espectáculo, pero mi Sporting anduvo algo irresoluto en la defensa -su mayor
debilidad- y muy pronto encajó el primer gol. A partir de ese momento, el colegiado
sevillano Santos Pargaña denotó un descaradado favoritismo hacia al
equipo visitante con dos tarjetas amarillas en contra del Sporting, cuando no
se habían cumplido diez minutos de juego y ninguna de las faltas era merecedora
de tal sanción.
Gracias a su buen juego, el
equipo local logró empatar antes de que finalizara la primera parte y ponerse
por delante en el mercador al inicio de la segunda. Fue entonces cuando el tal
Pargaña volvió a erigirse en protagonista con una segunda sesión de tarjetas
que acabó con la expulsión de tres jugadores sportinguistas, el entrenador y su
ayudante técnico. Añádase a eso la decisión de pitar un penalti -que no lo fue-
en contra del Sporting en los minutos finales.
La derrota (2-3), consumada in
extremis, fue asumida por los aficionados con una estruendosa y razonable
indignación que a punto estuvo de repercutir dañinamente en mis tímpanos de
espectador desacostumbrado a tamañas broncas. Tres puntos decisivos para
colocarse en cabeza de la segunda división le fueron arrebatados al Sporting
por un árbitro incompetente, merecedor de algún tipo de correctivo por su
impericia y/o temeridad provocando al
respetable, una afición entusiasta y cívica que sabe de fútbol como muy pocas. El balance de tres jugadores
expulsados, en un equipo que solo cometió doce faltas en todo el encuentro, lo
dice todo. Si en este partido se hubiera jugado algo más que ese primer puesto
provisional -pongamos el ascenso a primera división-, Santos Pargaña debería haber
pagado su escandaloso y provocador arbitraje descendiendo de categoría.
Pese a todo, a la salida de El
Molinón, los aficionados se mostraban satisfechos con el juego de su equipo, convencidos
de que solo pasando lo que pasó pudo perder su Sporting. Personalmente sentí
que el colegiado andaluz no solo había crispado y mutilado un buen espectáculo
deportivo, sino la plácida recordación de mi memoria, alojada en esa misma
tribuna sur, bajo el sol o la lluvia de aquellas lejanas tardes de domingo que
glosaba en Radio Gijón EAJ-34, con flemática locución, Julio Arbiza.
*Artículo publicado hoy también en Astures.info
Puntos de Página
La alcaldesa Moriyón remeda a Báñez
Además de los empachos a los que nos obligan las entrañables navidades, el fin
de año es una fecha en la que también se produce una ingesta
descontrolada de discursos institucionales y declaraciones oficiales. Y
aunque uno se promete cada año que jamás volverá a meterse entre pecho y
espalda ni un solo gramo de esa clase de bollería política prefabricada
e indigestísima, siempre se termina por sucumbir a pesar de las
consecuencias. Recordaré las navidades de 2013 merced a dos piezas
discursivas muy tóxicas a causa de su simpleza y ñoñería. El primer obús
contra mi inteligencia lo lanzó la inefable alcaldesa Moriyón [de Gijón] al
aconsejar a los trabajadores de Tenneco que busquen solución al cierre
de su empresa encomendándose a las gestiones de la Virgen de Covadonga.
El modelo de gestión Fátima Báñez-Virgen del Rocío ha hecho fortuna
entre esta clase política de administradores concursales de la ruina
general. Moriyón, tan dada a la ñoñería monjil, el pataleo de marquesa
enojada con el servicio, y la simpleza de indigente cultural en su forma
de hablar y de gobernar, recurre a la Santina como mediadora de las
causas laborales para dejar bien claro que esta ciudad está gobernada
por una pandilla de señoritos y meapilas. La segunda pieza que generó mi
hartazgo la ha aportado el fúnebre Fernández, presidente del Principado
de Asturias en el exilio interior, con su engendro oratorio de fin de
año. Si no fuera porque le toca presumir de laico, Fernández el ausente
nos habría recomendado lo mismo que la hermana Moriyón: acudir en
peregrinación a Covadonga porque él y su gobiernín han tirado la toalla.
El presidente ensimismado nos contó que lo que hay que hacer es crear
empleo, salir de la crisis, propiciar el diálogo político y hacer de la
política una herramienta de soluciones. Lo que no nos dijo es cuándo
piensa ponerse a hacer algo de todo eso, cómo frenar la deslocalización
de empresas que ya se ha convertido en una plaga regional o como buscar
pactos para que Asturias tenga presupuestos. Nada. Eso si, mucha unidad
de España, mucho cuidado con la secesión de Cataluña y mucha diarrea
mental que entenderán los iniciados de Ferraz o de la FSA. Estamos
perdidos y no creo que la Santina pueda hacer nada para abortar esta
conjura de los ñoños, los caraduras y los simples que sigue mandando
aquí. Año nuevo, todo igual. O peor. Jaime Poncela, Artículos de Saldo
DdA, X/2.589
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