
Hermes H. Benítez
Quien se haya dado el trabajo de examinar
con alguna atención los argumentos esgrimidos por los partidarios del
magnicidio, advertirá que cuando su visión de las causas inmediatas de la muerte
de Allende es seriamente impugnada, terminan por echar mano de afirmaciones como
la siguiente: “cualquiera que haya sido el dedo que apretó el gatillo
del arma que lo mató, el Presidente fue asesinado”. Y ¿por qué se afirmaría tal cosa?, porque “Allende fue
forzado a suicidarse”. Es decir, la distinción utilizada cotidianamente entre
“morir por propia mano” y “morir por mano ajena”, o lo que es lo mismo, entre
suicidio y asesinato, es aquí simplemente eliminada por medio de un pase
retórico, con el fin de demostrar que, incluso, si Allende se quitó la vida
habría sido asesinado. ¿No es esto una clara violación del principio de no
contradicción, pilar fundamental de la lógica, que sostiene que una afirmación y
su negación no pueden ser verdaderas al mismo tiempo y en el mismo respecto?
En una entrevista de enero del 2012, que
solo vinimos a conocer recientemente, Roberto Avila Toledo, el abogado
querellante del Caso Allende, hace uso de una variante de la referida
afirmación, en el contexto de la investigación judicial, en ese momento en
curso, en contra de los responsables, civiles o militares, del golpe del 11 de
septiembre de 1973:
“Un
suicidio es un acto libre y autónomo. La acción de terceros lo transforma en
homicidio. La Suprema Corte de Estados Unidos determinó homicidio respecto de los
que se arrojaron al vacío en las Torres Gemelas, y no suicidio como alegaban
las compañías de Seguros. Morir no era su voluntad. Habían sido empujados a
ello por los terroristas, para evitar algo aún peor”. De lo que se concluye
que: “Allende fue asesinado al igual que las víctimas de los atentados
terroristas en contra las Torres Gemelas [en New York]” (1).
Es manifiesto que lo que con este argumento
el abogado se propone hacer es identificar un precedente legal que permita
acusar, juzgar y condenar, como culpables de magnicidio, a todos aquellos que,
de una forma u otra, fueran ellos civiles o militares, actuaron directamente en
el Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, o ayudaron a crear las
condiciones que lo hicieran posible. Como estrategia legal el argumento concebido
por el abogado Avila Toledo tiene una considerable fuerza y evidentes méritos,
pero, lo que aquí nos interesa sacar a la luz es la particular visión de la
conducta de Allende aquel trágico día, sobre la que se levanta aquel argumento
legal.
Si lo ponemos en forma de silogismo tendríamos
la siguiente figura: P1. Un
suicidio es un acto libre y autónomo. P2. La
acción de terceros en un suicidio lo transforma en homicidio. P.3 Así como en el caso de los suicidas del
ataque a las Torres Gemelas, en la muerte
de Allende intervinieron terceros. Conclusión: Por lo tanto, la muerte de Allende fue un homicidio.
La premisa
No. 1 del argumento es discutible, porque no todo suicidio puede ser
entendido como siendo propiamente un acto libre y autónomo. Por ejemplo, la
autonomía, o libertad, implicada en la decisión de quitarse la vida de una persona que padece
de una depresión clínica aguda es, por cierto, sumamente limitada, por no decir
inexistente, dado que es tomada bajo los efectos de lo que no es otra cosa que
una grave dolencia psíquica con base
orgánica. En cuanto a la premisa No. 2,
creemos que debería reformularse así: la
acción de terceros puede, en ciertos casos,
transformar
jurídicamente, un suicidio en homicidio. Por ejemplo, si se pone a
una persona ante la decisión forzosa de elegir entre su propia vida y la de su
hijo. Pero hay otros casos en que ello no ocurre así, como el siguiente, que hemos
examinado antes, y que relatamos aquí basándonos en un escrito de Eduardo
Galeano:
“El
día 26 de marzo de 1978, María Victoria Walsh, hija del periodista, escritor,
dramaturgo y revolucionario argentino Rodolfo Walsh, le gritó a los esbirros de
la dictadura militar que la acosaban en su casa de la calle Corro, de Buenos
Aires: “Ustedes no me matan, yo elijo morir, carajos”, y entonces ella y otro
combatiente llamado Alberto molina, se suicidaron allí mismo con sus propias
armas frente a sus enemigos, para no darles el placer sádico de que los
torturaran y asesinaran”.
Hay
en esta autoinmolación una afirmación heroica de la libertad humana que impide se la pueda reducir, al menos moralmente, a la categoría
de homicidio, por mucho que se trate de decisiones adoptadas, por una o varias personas,
bajo las condiciones más extremas.
En lo referente a la premisa No. 3 del argumento de Avila Toledo, las cosas son más
complicadas de lo que aparecen a primera vista, en primer lugar porque la
intervención de terceros en la muerte del Presidente debe ser entendida de
dos maneras diferentes: 1. Que fue
asesinado directamente por los soldados golpistas, y 2. Que estos, al provocar
el golpe de Estado y atacar La Moneda con fuerzas de aire y tierra, crearon las
condiciones que empujaron a Allende a
cometer suicidio.
A pesar de los persistentes esfuerzos de
los partidarios chilenos del magnicidio, estos no han conseguido probar, “más
allá de toda duda”, que Allende fuera muerto por alguno de los soldados que
asaltaron La Moneda aquella tarde. Es más, nadie ha podido demostrar que uno o
varios soldados hayan ingresado al Salón Independencia antes de que lo hiciera el
doctor Patricio Guijón, quien, entre el humo y la semioscuridad, vio el
violento alzamiento del cuerpo del Presidente provocado por uno, o dos, disparos;
lo que también es presenciado desde otro ángulo por el doctor José Quiroga. Hasta
la fecha, ninguno de estos cruciales testimonios han podido ser seriamente impugnados,
a pesar de que por 40 años sus declaraciones han sido descalificadas, mediante
el uso de diferentes argumentos ad hominem,
por casi todos los que han escrito en favor del magnicidio (2). De allí que las observaciones y conclusiones
más importantes y sugerentes de los estudios metapericiales del doctor Luis Ravanal,
obtenidas o extraídas de documentos forenses y no del estudio directo de los restos del Presidente,
que supuestamente demostrarían que Allende no se suicidó sino que fue asesinado,
no han tenido la fuerza suficiente como para poder refutar, o contradecir, las
declaraciones de los referidos médicos de La Moneda. Ello porque “si una
hipótesis [en este caso el asesinato de Allende] es incompatible con algún
hecho de observación bien comprobado [ningún golpista ingresó al Salón
Independencia antes que el doctor Guijón], la hipótesis es considerada falsa y debe
ser rechazada” (3).
Más digna de confianza parece la segunda
alternativa arriba indicada, esto es, que la participación militar en la muerte
de Allende pudo haberse reducido a la creación de las condiciones, mediatas e
inmediatas, que lo llevaron al suicidio. Por cierto, los partidarios del
magnicidio rechazan a priori esta
segunda posibilidad y afirman que, en realidad, Allende no se suicidó sino que fue
asesinado por alguno de los soldados golpistas que penetraron al Salón Independencia,
de La Moneda, muy cerca de las 2 de la tarde del 11 de septiembre. No cabe duda
que la intención de los golpistas era terminar con la vida del Presidente, pero
esto no llegó a ocurrir porque él decidió que se pegaría un tiro antes de
dejarse vejar, o matar, por sus enemigos, como lo expresó en repetidas
oportunidades tanto antes como durante el Golpe.
Pero el argumento de Roberto Avila presenta
otro punto débil, porque las circunstancias inmediatas de la decisión del Presidente
de morir en La Moneda son solo superficialmente semejantes a la situación de aquellos que se lanzaron
desde las Torres Gemelas. La razón de ello es que Allende no fue obligado por
terceros a ingresar a La Moneda aquella mañana, ni a combatir con las armas en
la mano con el fin de repeler el abrumador ataque golpista. Por cierto que la
sublevación militar puso a Allende en una situación de limitadas opciones, pero
ello no determinó por sí mismo su curso de acción aquel día. Como lo hemos
mostrado en varios ensayos anteriores (4),
Allende había decidido, con más de un año de anticipación, que en caso de producirse
un golpe generalizado de las FF.AA. defendería su gobierno, dignidad
presidencial y mandato, en el palacio de La Moneda, al riesgo de su propia vida.
Pero, además, a menudo se pasa por alto que Allende tuvo por lo menos otras dos
opciones la mañana del Golpe: pudo haberse asilado, junto con su familia, en
una embajada amiga (la de México, por ejemplo); o pudo él haberse escapado del
país en un avión particular. Sin embargo a las 7:15 de la mañana, ya enterado
de que el golpe unificado de las FF.AA estaba en marcha, el Presidente abandona
la casa presidencial de Tomás Moro 200, no para escapar a las acciones de los
golpistas, sino para dirigirse a toda
velocidad a La Moneda, en uno de aquellos legendarios FIAT 1500 azules conducido
por Julio Soto, su chofer y miembro del GAP, la fiel escolta presidencial. Una
vez en el viejo palacio, Allende rechazará con gran firmeza y vehemencia los
ofrecimientos golpistas de poner un avión a su disposición para que abandone el
país, junto a su familia y algunos de sus más cercanos colaboradores, así como a
cada una de los ultimatums golpistas,
hechos bajo la amenaza de bombardeo aéreo.
Como puede verse, ninguna de las acciones
aquí descritas le fueron simplemente impuestas al Presidente, sino que
correspondieron a decisiones libremente adoptadas por él en aquellas extremas
circunstancias, a partir de su código de honor personal y de sus principios y
valores políticos. Pero, por cierto, Allende no se limitó a un rechazo
puramente verbal de las amenazas golpistas, sino que, además, combatió valientemente,
junto a un puñado de sus partidarios, a los atacantes de La Moneda por más de
cuatro horas y media, a pesar de la limitación del número y el armamento de sus
defensores; denunció en sus cinco comunicados radiales a los responsables del
alzamiento golpista, así como a sus instigadores, chilenos y extranjeros; se
despidió de su pueblo y sus partidarios, y nos dejó el discurso memorable de
las grandes Alamedas, su testamento político, en el que paradojalmente se
contiene su visión esperanzadora del futuro de Chile.
Todo lo anterior pone en evidencia la clara
diferencia situacional y moral del presidente Allende y la de aquellos que, en
su desesperación, se lanzaron al vacío al incendiarse los pisos superiores de
las Torres Gemelas el 11 de septiembre del 2001, puesto que estas personas no tuvieron
otra opción que “elegir” entre morir quemados o lanzarse al vacío desde
aquellos altísimos edificios; mientras que Allende tuvo la posibilidad de
elegir tanto el lugar, al concurrir a la Moneda, como la forma de su muerte,
una vez que comprendió que la continuación de la resistencia armada terminaría
en una masacre inútil de sus compañeros. De manera que solo la conducta de
Allende en La Moneda, dentro de sus obvias limitaciones, puede ser calificada
como consistiendo en una serie de
acciones “libres y autónomas”; a diferencia de la conducta de las personas que aquel
día no tuvieron otra opción que lanzarse al vacío (5).
En
tal sentido, nos parece que, desde un punto de vista moral, la situación y
conducta de Allende se asemeja mucho más a la situación y conducta de los
pasajeros del vuelo 39 de la United
Airlines de aquel 11 de septiembre del 2001, quienes forzarían a los
secuestradores a estrellar el avión en que viajaban en un bosque cercano a
Shanksville, Pennsylvania, en vez de que este fuera lanzado sobre el Capitolio
o la Casa Blanca, que al parecer eran los blancos elegidos. Es decir, aquellos
pasajeros saben que nada de lo que hagan podrá salvarlos de la muerte pero, valiente
y libremente, tal como Allende, deciden luchar
y morir en sus propios términos, no en los elegidos por sus asesinos.
Notas
1.-Entrevista de
Patricia Mery Bell a Roberto Avila Toledo. Notas
de Prensa, 5 de enero de 2012.
2.-Desde el
libro de Robinson Rojas: Estos mataron a
Allende, en adelante, que fuera publicado originalmente en 1974, hasta Salvador Allende. Mi Carne es Bronce para
la Historia, de Maura Brescia,
publicado en el 2013, todos los partidarios del magnicidio han recurrido a la
misma e maniobra para descalificar las declaraciones del doctor Guijón. Ya
hemos denunciado antes públicamente que este último libro, recientemente
aparecido en Santiago, contiene un gran número de pasajes plagiados de otros
libros, incluyendo el último mío, titulado: Pensando a Allende. Escritos interpretativos
y de investigación. Santiago, RIL editores, 2013.
3.- Irving M.
Copi, Introducción a la lógica,
Eudeba, Buenos Aires, pág. 382.
4.-Véase, por
ejemplo los ensayos titulados: “La centralidad de la dimensión moral del gesto
final de Allende”, piensachile, 18 de
mayo de 2011; o “El temple moral del presidente Allende”, piensachile, 6 de septiembre de 2012.
5.-Aquel 11 de
septiembre de 2001, en New York, “se lanzaron o cayeron cerca de 200 personas
desde las torres en llamas”. Véase, en Wikipedia:
The attack to the Twin Towers.
DdA, X/2.588
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