
Carlos Muñiz Cueto
La vida al evolucionar necesita deshacerse de otras vidas. La vida es
depredadora en beneficio propio. De suyo la evolución, para expandirse
rápidamente, hizo aparecer los instintos del Eros y el Tánatos. A los
seres sexuados les dotó de una pulsión que los inclina a unirse para
crear una hibridación mutante. Como consecuencia, se pierde la
inmortalidad para dejar un hueco a la mutación. Los fuertes
(minoritarios) matan, los débiles (mayoritarios) sobreviven para
alimentarlos. Pero los imperfectos, fetos dados a luz dependientes de
sus madres, aceptaron el desafío de sobrevivir y desarrollaron la
inteligencia. Su éxito principal fue transmitir sus logros a las
generaciones venideras. Técnicas de comunicación que se convirtieron en
útil adoctrinamiento: se crea así un bagaje cultural a transmitir: una
tradición oral, un libro. A pesar de la ética religiosa, o por ella, la
inteligencia se convirtió en el arma de destrucción que permitió la
selección de las especies. Pero hoy en día, cualquier imbécil, cualquier
cultura capaz de arrojar familiares y colaboradores a jaurías de perros
hambrientos, es consentida y dispone de bombas atómicas y cohetes para
iniciar la destrucción masiva de la Humanidad. «El tonto (útil)
sobrevive y el genio se extingue». ¿Querrá Gaia deshacerse de la
Humanidad?. Estas noticias que nos da la prensa no parecen ser
inteligentes. Marx tenía razón cuando decía que la religión (masiva y
dogmática) es el opio del pueblo. Pero hay otra religión (interior) que
es el motor universal de la libertad; es la fe en el desafío personal;
es la esperanza de que, por encima de este sistema imbécil de muerte,
otra realidad no solo es posible, sino inteligente, al menos con la solidaridad
necesaria para evitar la depredación que hacen las minorías fuertes de
los débiles. El problema no es que los ricos y poderosos sean tan ricos y
poderosos, sino que los pobres y débiles sean tan pobres y débiles. Hoy
en día, el supuesto éxito individual del fuerte que está dejando sin
empleo y actividad a las personas, las deja sin poder para enfrentarse a
los desafíos personales de procrear con posibilidades de supervivencia y
provoca que, sin esa mayoría consumista y activa, los fuertes se
devoren entre sí. La decadencia ética y cultural del sistema es palpable
y evidente. La masificación útil que se hace del imbécil (que
evoluciona y progresa) permite nuestra mentirosa actualidad de
individuos dominados por la necesidad ideológica del grupo, partido,
religión, equipo, o la necesidad inducida de consumo. Cuando al fuerte
se le está poniendo todo tan fácil, le llega la necesidad de devorarse
entre sí en busca de paupérrimos consumidores de unos productos
realizados con su nueva arma: los robots. Esto deja sin empleo, en la
pobreza, al más débil. No tenía porque ser así, pero lo es.
¿Qué va a ocurrir cuando unas élites proclives a la maldad del
beneficio particular han alcanzado la cúspide global de la depredación
planetaria e inculcan la desesperanza en las mayorías que vagan por este
mundo en busca de supervivencia? Ocurrirá que conseguirán el suicidio
violento de su civilización por mucho que crean controlarlo todo. Un
desastre sin parangón va a pasar: el genio se extinguirá a manos de lo
masivo y dogmático (los extremismos crecen), y el minoritario depredador
(endogámico en el abuso de su riqueza) sin inteligencia desde hace
tiempo, también morirá. Lo imbécil habrá triunfado.
DdA, X/2.588
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