
Jaime Richart
En todos los países hay problemas, en todos los países hay corruptos, en todos los países hay ladrones, en todos los países hay procesos penales, en todos los países los procesos penales se demoran.... Pero, en un ranking que no existe pero que merece la pena inventar, España sería el país del mundo a la cabeza de los problemas, de los corruptos, de los ladrones del dinero público y de los miles de procesos contra corruptos y ladrones que se retrasan más que en ningún otro país -más récord- y luego -otro récord- se quedan prácticamente en nada.
Y
es que la línea divisoria que separa a las corruptelas propias de la
condición humana en cualquier país, de la corrupción a gran escala es el
número de los implicados en ésta y el montante del desvalijamiento de
las arcas públicas, que en España ha contribuido poderosamente a
desencadenar la crisis. El número de casos y de personas es lo que a su
vez determina el nivel de descomposición de cada sociedad. En este
sentido España, vista desde dentro o desde fuera, es una auténtica cueva
de ladrones metidos a políticos que han arruinado al país.
Pero
es que el capitalismo y sus fundamentos ideológicos en general, ya de
por sí propician las conductas abusivas y la desigualdad social;
desigualdad que, desde el punto de vista moral, material y psicológico
cada vez se hace más insoportable a medida que despiertan las
conciencias a lo largo de los siglos, laminadas a su vez por el poder
religioso y el político hasta ayer adormecidas. Conciencias que se
sublevan no tanto por la zozobra con la que viven muchos al lado de la
vida regalada de otros -que también-, como por la afrenta que el
diferencial hace a la inteligencia común que acaba haciendo de ello una
cuestión de honor. Esto sucede en España. En el resto de los países,
donde los escándalos prácticamente no existen a este nivel, sus
economías "crecen" más o menos no tanto por la sinergia de la
inteligencia colectiva como por la depredación que practican con mayor o
menor descaro sobre los recursos de otros países políticamente
controlados por su poder económico y político.
Aquí
y allá, pero siempre dentro del "sistema", es cierto que los ideólogos,
los laboratorios de ideas y los pocos intelectuales que quedan pueden
devanarse los sesos no ya para superar la crisis económica que atenaza a
los países del sistema cuyas peores consecuencias afectan a grandes
sectores de la población en España, sino para superar las lacras
crónicas del capitalismo en tanto que epidemia social. Pero lo hacen
respetando la idea generatriz de que la concentración del dinero en
pocas manos es el único motor posible de creación de la riqueza
pésimamente repartida...
Todos
ellos, bien pensantes y voluntariosos, aconsejan normas que lo aten
corto e impidan los abusos económicos y sociales: vano intento, por lo
visto en su ya excesiva y larga historia. Vano, porque no se pueden
poner puertas al campo, y el capitalismo es una jungla social donde los
más fuertes sin escrúpulos -no los más inteligentes- someten a la
mayoría y abusan de ella. El capitalismo y el mercado, la idea motriz de
ambos y las "leyes económicas", al no prestarse el resultado final de
la "creación" de riqueza que los justifica a ninguna clase de
regulación, restricción o contención efectivas por más que se simule,
son en sí mismos perversos. De nada sirven las leyes penales ni los
jueces, los cuales acaban asimismo sometidos al imperio de esas leyes
que contienen los resortes necesarios para ser severas con los
socialmente débiles y permisivas con los depredadores..
El
comunismo, dejando a un lado sus atroces comienzos en los países donde
ha sido instituido (comprensibles si se tienen en cuenta las horribles
condiciones en que vivía la mayor parte de la sociedad) es la solución
que está pidiendo a gritos el mundo racional. Confiemos que en España, la mayor parte de la población que da muestras de haber
despertado lo comprenda así y vote en las elecciones próximas a la
izquierda radical. Si los miembros electos incurrieran luego en
similares corrupciones, entonces habría que pensar seriamente en la
revolución.
Da
lo mismo que la solución llegue por el comunismo marxista o por el
comunismo cristiano, ese que gozan las comunidades religiosas. A fin de
cuentas, el comunismo cristiano coincide con el marxismo en las mismas
premisas, las cuales no resisten la más mínima refutación: que el
capitalismo alienta los aspectos negativos de la naturaleza humana,
suplanta los valores de la compasión, la bondad, la justicia y la
compasión por la codicia, el egoísmo y la ambición ciega, que en España
ha alcanzado niveles de orgía y decadencia de auténtica pesadilla; un
comunismo que ajuste producción y consumo prescindiendo de las leyes del
mercado y teniendo en cuenta que se agotan los recursos del planeta; un
comunismo, en fin, que asiente las bases para la máxima igualdad entre
todas las personas. Dígase cuáles son otros impedimentos que no sean los
intereses secularmente creados.
DdA, X/2.588
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