Ana Cuevas
Aquí
estamos acostumbrados a estas cosas. Nos escandalizan y cabrean pero no
nos sorprenden en absoluto. Los presupuestos temerarios en las
adjudicaciones públicas son prácticas habituales de las grandes empresas
españolas. Presentan unas cuentas infumables que, de manera
sorprendente, no frenan a la administración para concederles el triunfo
en los concursos. Es lo que ocurre con algunos servicios públicos
privatizados como las limpiezas hospitalarias. Las empresas pujan a la
baja para quedarse con la contrata aunque las cifras que presentan no
alcanzan ni para pagar los salarios de los trabajadores.
Luego ya se
sabe lo que pasa. El servicio se presta en condiciones lamentables y el
empleo se precariza o se destruye directamente. Y si aún así pringan con
la pasta, el contratador (o sea, todos nosotros) asume sin rechistar el
sobrecoste. Más que de la marca España, hablamos de la marca de un Caín
chanchullero que a la primera de cambio te mete doblada una quijada. El
problema viene al intentar exportar este modelo de negocios a otros
países menos "tolerantes".
Sacyr se hizo con las obras del Canal de
Panamá con una oferta muy inferior al de las otras empresas
concurrentes. Incluso menor que el importe base de la licitación. Para
chulo, mi pirulo. Un informe revelado de Wikileaks ya mencionaba que lo
presupuestado no llegaba ni para el hormigón. Sin embargo existía el
rumor de que Sacyr contaba con el respaldo del gobierno español y que,
de una u otra forma, cumpliría con el contrato. Ahora a la empresa le
han salido más de 1.200 milloncejos de imprevistos que, insólitamente
para ellos, el gobierno de Panamá se niega a apoquinar sin
justificaciones previas.
En el extranjero son así de tiquismiquis. Si
firmas un contrato, pretenden que lo cumplas. La cosa se pone fea porque
la "obrita" es un referente internacional. Vamos, que la cagada es
antológica para el prestigio de la dichosa marca patria. Y lo pero es
que a una se le queda mal cuerpo. Le entran dudas: ¿Quién pagará este
fiasco? ¿No serán los mismos primos que estamos abonando el "sobrecoste"
de la burbuja inmobiliaria y la estafa de la banca? ¡Ay dios! ¡Qué
negros augurios me atenazan!
DdA, X/2.586

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