
Félix Población
Cuando Ignacio Ramonet terminó su libro Fidel Castro: biografía a dos
voces, cuya lectura interesó tanto a quienes admiran como a quienes critican
al anciano líder de la revolución cubana, el reputado periodista se planteó de
inmediato la elaboración de otra muy larga entrevista con Hugo Chávez, líder de
la revolución bolivariana. Uno y otro, en distintos periodos históricos, se
convirtieron en líderes máximos de la izquierda en América Latina, con la
ventaja para el segundo de que su ejemplo cundió con éxito en varios países del
subcontinente.
En Hugo Chávez: mi primera vida,
título que Ramonet debe al protagonista del libro, no se habla de la enfermedad
que acabó temprana y sorpresivamente con la vida de uno de los más jóvenes
presidente que ha tenido Venezuela en su historia. El director de Le Monde
Diplomatique, con un sentido anticipatorio que hoy debemos agradecer y que
nadie hubiera pensado entonces que fuera necesario, le hizo
la propuesta a Chávez en 2008 y el proyecto se inició esa misma primavera en su
localidad natal, Sabaneta, escenario de sus circunstancias, según frase del
propio líder bolivariano. Esas circunstancias, las de un niño muy pobre que sin
embargo fue feliz gracias sobre todo a la impronta afectiva y dulce de la
abuela Rosa Inés, definen una de las frases clave del primer capítulo dedicado
a la niñez y adolescencia y que Hugo Chávez siempre tuvo en cuenta: Algo importantísimo es no perder nunca la
conciencia de nuestras raíces.
Mi primera vida se divide en tres partes claramente
diferenciadas: Infancia y adolescencia
(1954-1971), De cuartel en cuarte
(1971-1982) y Rumbo al poder
(1982-1998). Estas dos últimas son indispensables para conocer la formación
intelectual, el carisma que como líder caracterizó a quien encabezaría la
revolución bolivariana y el proceso seguido para desembocar como primer
mandatario de la nación y gobernarla durante catorce años. Además de un orador formidable y un
ganador y competidor nato, Chávez era una hipermnésico con una gran capacidad
para retener en su mente todo cuanto leía, a lo que había que añadir su
religiosidad popular, su liderazgo militar, una gran dedicación y diligencia, y
una comprometida solidaridad con los pobres. Me consumiré al servicio de los pobres, dijo, y así fue. Millones
de personas lo veneraban. Los pobres dejaron de ser invisibles con él, según
recordaba el escritor Eduardo Galeano citando a uno de ellos.
Chávez dedicó más del 42 por ciento del presupuesto estatal a inversiones
sociales. La tasa de mortalidad infantil en el país disminuyó a la mitad. Erradicó el
analfabetismo. Multiplicó por cinco el número de maestros. En 2012 Venezuela
fue el segundo país de América latina con mayor número de estudiantes
matriculados en educación superior (después de Cuba) y el quinto del mundo por
encima de Estados Unidos, Japón, China, Francia, España y Reino Unido. Añádase
a eso la construcción de viviendas sociales, la generalización de la sanidad,
la mejora de las infraestructuras hospitalarias, el logro de una pensión de jubilación para
todos los trabajadores, el salario mínimo más alto de América Latina, la reducción
en más del triple de la pobreza, etc. Su programa económico se basaba en un
Estado más horizontal: El trabajo, y no
el capital, debe ser el verdadero productor de riqueza. El ser humano es lo
principal. Queremos poner la economía
al servicio del pueblo. Nuestro pueblo merece lo mejor. No hace falta buscar el
punto de equilibrio entre el mercado, el Estado y la sociedad. Hay que hacer
que converjan la “mano invisible” del mercado y la “mano visible” del Estado en
un espacio económico en el interior del cual el mercado existe tanto como es
posible y el Estado tanto como es necesario.
A Ramonet le sedujeron los originales razonamientos de Hugo Chávez, su método de pensar imbricando siempre teoría y praxis, historia y sociedad, y apoyando a menudo sus argumentos con citas de pensadores generalmente latinoamericanos, denotando con ello una amplia y bien asimilada cultura. Su mente,
según el periodista, era estructuralmente marxista, pero liberada de las
escolásticas referencias a los clásicos (Marx, Engels, Lenin, Trostski). Chávez
pensaba por sí mismo, no era réplica de nadie, ni la secuela de ningún sistema
existente. Ignacio Ramonet salió de su primer encuentro con el recién nombrado
presidente venezolano (1999) convencido de que ese hombre crearía corriente y
doctrina. No se equivocó.
Pero si interesantes resultan esas dos partes del libro en las que el
director de Le Monde Diplomatique
sondea minuciosamente la memoria del líder bolivariano a lo largo de su carrera
militar y, sobre todo, a partir de la sublevación protagonizada en 1992 y el
recibimiento que le hizo dos años después Fidel Castro en La Habana para
postularlo como dirigente de la izquierda, personalmente valoro sobre todo la
primera parte. Creo que por lo detalladas y hasta espontáneamente literarias que son
sus rememoraciones con frecuencia, el propio Chávez podría haber escrito una magnífica
autobiografía de su niñez y primera mocedad. Me parece que es en ese documento
donde mejor atisbamos la sensibilidad, inteligencia y calidez humana que
despuntaban en la personalidad del fallecido presidente. Sus evocaciones de su
antepasado Maisanta, el último hombre a
caballo -sobre el que quiso escribir un libro- o el retrato que hace de su
abuela Rosa Inés, que le enseñó a leer en los libros y en el aire (huele a viento de agua), conmueven. Niño
trabajador, niño rebelde, el parecido físico con su abuela es ostensible. La
gloria está en ser útil, le decía Rosa Inés. Yo pienso que Hugo Chávez fue útil.
Durante tres años se prolongaron las sesiones de trabajo que hicieron
posible un libro de más de 700 páginas, culminación de hasta 200 horas de
charla (100 según el título del prólogo, no coincidente con el del texto). El
borrador estuvo listo en enero de 2012, cuando ya Hugo Chávez conocía la grave naturaleza
de su enfermedad y hubo de ser operado poco después por segunda vez en La
Habana. El contenido de la obra le pareció
muy lindo, pero un poco largo ¿no?, y recordó Chávez la anécdota que le
contó Fidel Castro cuando supo que Ignacio Ramonet iba a repetir la tarea que hiciera con Fidel,
recomendándole que dejara al periodista a su aire, sin inmiscuirse demasiado en
las correcciones. Has hecho un trabajo de
gran calidad –señaló Chávez-, escribes
muy lindo, pero soy tan quisquilloso que si me meto a corregir páginas, te voy
a empezar a rayar…Y no tengo tiempo. Ese trabajo, iniciado en el escenario de la casa-huerto de su niñez en Sabaneta -llena de loros silvadores, plantas tropicales y ruidosos gallos y gallinas-, nos presenta a un presidente afectivo, nostágico y sentimental, con una enternecedora memoria de su abuela Rosa Inés, algo así -dice Ramonet- como el Rosebud del ciudadano Chávez, que jamás olvidó su "primera vida".
El director de Le Monde Diplomatique apunta en la excelente y precisa
introducción acerca del protagonista que sintió al líder bolivariano feliz de haber podido plasmar, para las nuevas generaciones, lo que en este libro queda escrito. Puede que intuyera por esas fechas que no iba a ser posible una segunda
vida contada por él mismo. Fidel Castro acaba de reclamársela a Ignacio Ramonet
en una reciente visita que el periodista hizo a Cuba: “Ahora tienes que escribir la segunda
parte. Todos queremos leerla. Se lo debes a Hugo”. La esperamos, por útil.
DdA, X/2.591
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