Me hubiera gustado estudiar
periodismo. Pero las circunstancias me empujaron a emprender otra carrera
azarosa, la de proletaria, en la que llevo treinta años repitiendo curso y de
la que cada vez veo más lejana la licenciatura (léase jubilación). He de
admitir que me quedó el gusanillo por esa profesión que admiro y respeto y que
tan varapaleada está siendo en estos tiempos.
Con suerte, si consigues un
trabajo como redactor en un medio, debes acatar su línea editorial e
ideológica. Son malos tiempos para libertad en general y la de prensa no se iba
a ir de rositas. Aunque puede ser peor. En los portales de internet podemos
encontrar ofertas laborales para periodistas. Como una de Infojob en la que se
solicitaba un redactor experimentado que escribiera 12 artículos semanales por
el flamante salario de... (aquí vendría bien un redoble de tambores) ¡144
euracos mensuales!
Es superable aunque no lo crean. Otra oferta, esta para
periodistas deportivos, te pedía que pagaras cien euros por currar. Sí, han
leído bien. Y hay muchas más de estas características. Para todo tipo de
oficios o profesiones, no solo periodistas, pero con un denominador común: la
explotación pura y dura. El mercado de trabajo se ha convertido en una jungla
delirante. Las fieras campan a sus anchas en un hábitat abonado por el miedo y
la desesperación. ¿Qué será lo próximo? A lo mejor incorporar el derecho de
pernada o la donación de algún órgano como cláusula sine qua non para
firmar un contrato. Cosas veredes.
¿Es esta la luz que nos
anuncian al final del túnel? Pues ya me disculparán si me decanto por continuar
en el valle de las sombras. Su luz no presagia nada bueno, llámenme agorera. A
los chispazos citados me remito. Un trabajo digno es un derecho, nunca un
privilegio. Convencernos de lo contrario es el discurso de los illuminatis esclavistas
que están sacando tajada de esta crisis. Ellos sí que ven la luz. La codicia
les enciende la bombilla.
DdA, X/2.591
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