Jaime Poncela
A Montserrat Caballé se le mueve la peluca, se le salen los ojos de las 
órbitas y amenaza con derrumbarse en toda su humanidad sobre una 
multitud expectante que escruta los números de su participación navideña
 por si cae aquí, el premio o Montserrat. Ella es la alegoría viviente 
de lo que fue la enorme Seguridad Social española, un enorme cuerpo 
social que fue glorioso, el colchón del Estado del bienestar, pero que 
ahora ya solo es una apariencia desmejorada, un armazón al que se le 
notan todos los alambres, una masa desmadejada a la que ayuda a 
sostenerse el fornido y gentil Bustamante, un albañil reconvertido en 
cantante que simboliza el contrato relevo, la precariedad de la 
improvisación hispana, la entronización de la grisalla. Los pinches sin 
experiencia pero con apariencia sustituyen a los divos. Los contratos a 
media jornada toman el relevo de vidas laborales con diez cuatrienios 
cotizados y un Longines de oro de regalo en la cena de jubilación. La 
mediocridad con aparente buena voz exclama ripios en do de pecho y toma 
el testigo de una tambaleante España que antes triunfaba en la Escala de
 Milán y ahora manda voceras a Eurovisión y arrasa en las romerías. 
España entera es una lotería cantada con su enorme talento por Marta 
Sánchez, un adelanto de lo que serán en el futuro muchas alumnas de la 
LOMCE, las chicas Wert como lo fueron las chicas de la Cruz Roja del 
franquismo. La máscara España suple a la Marca España porque de donde no
 hay no se puede sacar. Para que no falte de nada, la mujer que se comió
 a Niña Pastori se une al coro seráfico para aportar la españolidad el 
evento de los bombos, las velas y las lágrimas. Vuelve a España, vuelve 
por Navidad, parece insinuar la presencia flamenca y rotunda de la Niña a
 todos esos catalanes y otros bigardos separatistas que se quieren ir. A
 Raphael se le mueve una dentadura tan blanca que podría deslumbrar a 
toda una caravana de camiones con los que se cruzase de noche en la 
carretera de La Coruña. Él es nuestro Peñón de Gibraltar con unos 
dientes tan pulidos y relucientes que hacen sombra al paso de peatones 
que cruzaron los pérfidos Beatles en Abbey Road. Con todos los 
kilómetros que lleva recorridos el cantante de Martos por el camino que 
lleva a Belén nadie mejor que él para cerrar el anuncio tarareando a 
implante dental batiente y fosforecente esa musiquilla que nos es tan 
familiar, ese “na, na, na” que lo mismo sirve de letra a los niños de 
San Ildefonso que al himno de España, esta lotería tan nuestra, este 
país tan “na, na, na”.
DdA, X/2.569 

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