Jaime Richart
Desde
que hace 35 años el mundo convino que España se convertía en democracia
España, ni prospera, ni se hace más culta, ni es más feliz. Al
contrario, debe ser uno de los países más retrógrados del mundo por
culpa de un partido político corrupto, con un sector de la alta
magistratura como cómplice. Entre ambos hacen que lo que llamamos
repúblicas bananeras, parezca un juego niños al lado de lo que ahora es
este país.
Aquí
hay un gobierno cuyo presidente, miembros de su gabinete y muchos otros
del partido han participado en un festín de dinero público a lo largo
de varios años. Un número inusitado de militantes con altas
responsabilidades públicas están procesados por delitos de
prevaricación, cohecho, extorsión, falsedad y fraude, y el número de los
aún no imputados pero involucrados es todavía mayor. El nepotismo es
moneda corriente.
Un
ministro histriónico y chulesco falsea continuamente la realidad
económica y acusa a colectivos enteros de actores, de políticos, de
medios de información, etc, de no pagar sus impuestos. Y eso lo hace
después de haber decretado una amnistía para favorecer a defraudadores
de su partido y saber el pueblo que miembros de su facción tienen
cuentas millonarias sin declarar en paraísos fiscales. Ministro que,
pese a todo, se proclamar, cínica y estúpidamente, urbi et orbi, que
"España está asombrando al mundo". Otro ministro pone puertas al campo
del derecho a la manifestación, con severas medidas disuasorias que
pasan, además, por habilitar como policías a futuros represores privados
en la calle con una formación técnica solamente básica.
En
España, una tras otra, cada noticia es un escándalo más escandaloso que
el anterior. No se da abasto en un país que es un desastre continuado;
un país cercano a la bancarrota donde los recortes sociales y la
privatización de la empresa pública, de la enseñanza y de la sanidad
públicas están causando graves estragos entre la población; un país que a
los mayores nos hace retroceder al clima de los primeros años de la
dictadura franquista y se acerca rápidamente a una variante de
autocracia. Es decir, a un sistema de gobierno en el que en lugar de ser
la voluntad de una sola persona la suprema ley, la suprema ley es la
voluntad de un grupo mafioso al servicio propio, al de los miembros del
partido, al de oligopolios, al de la Iglesia, al de los banqueros y al
de las multinacionales; un régimen que es cualquier cosa menos un
sistema de gobierno del pueblo para el pueblo que parece, además, estar
pidiendo a gritos una sublevación para aplastarla.
España
es una permanente pesadilla. Al mundo no debe extrañar que alguno de
sus territorios esté deseando desembarazarse del Estado español, aun al
precio de una grave confrontación.
DdA, X/2.569
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