Félix Población
Suelo
seguir toda noticia que me llega de los osos, no solo porque me parecen los
animales salvajes más preciados de Asturias y porque toda iniciativa que
prevenga los riesgos de extinción de esta especie resulta admirable y digna de
apoyo, sino porque quizá tengo más arraigada de lo que creo la imagen de la osa
Petra en el Parque de San Francisco de Oviedo, en cuya contemplación puede que
algunos de sus pequeños espectadores hayamos esbozado nuestras primeras
cavilaciones en torno a la improcedencia de encerrar a los animales salvajes en
una jaula para su exhibición pública.
Me
dice una amiga de la capital del Principado que Petra llegó a su jaula en los
primeros años cincuenta y que durante un breve tiempo la acompañó el oso
Perico, que murió al poco de experimentar su cautividad, no se sabe si por
incapacidad para soportarla. Petra vivió hasta mediados los años setenta, por lo que su triste espectáculo fue motivo de atracción para varias
generaciones de chavales. Puedo
asegurar que más de una vez fui a ver a
Petra con el deseo de que estuviera oculta en su osera de piedra, ubicada en el
centro de su prisión, y no exhibiendo su tedio y su tristeza con aquel
rutinario deambular giratorio que proclamaba el desespero de impotencia de su
circunstancia.
Siempre
que el oso es noticia en Asturias, ya sea con el reciente caso de Pelón, el
plantígrado al que busca el FAPAS para indagar qué tipo de enfermedad le afecta
y ha dejado sin pelo parte de su cuerpo, ya sea con el del oso al que un
video-aficionado grabó hace unas semanas correteando asustado por una carretera
de la región, o con el de Molinera –la osa liberada hace poco en Muniellos
después de ser asistida en Centro de Recuperación de la Fauna de Sobrescobio-,
no puedo resistir mi inquietud ante la posibilidad de que la vida de estos
animales o su hábitat corran peligro.
Esta
semana también me ha parecido digno de consignar el oso de Miguel Blesa de la Parra.
Lo vimos en una fotografía publicada en el diario El Mundo a los pies de su cazador, presidente durante muchos años
de una entidad que tenía al oso por logotipo. Se trataba de un oso pardo de 400
kilos, abatido por el expresidente de Caja Madrid en los Cárpatos en 2009, año
coincidente con la quiebra del oso de su entidad, en la que Miguel Blesa ganó
12 millones de euros entre 2007 y 2010, cantidad suficiente para emplearse a
fondo en la caza, aunque sea a una media de 20.000 euros por cabeza.
Con
toda seguridad, para los miles de preferentistas que fueron estafados por las
emisiones de deuda perpetua planificadas por el expresidente y sus consejeros
en Caja Madrid -magnífico Évole una vez más en el último programa de “Salvados”-,
habrá sido especialmente indignante contemplar esa imagen de prepotencia
cinegética del gran cazador de sus ahorros y acucioso agente del neoliberalismo
parasitario que nos depreda. Sobre todo si prevén, como están previendo con
rabia, que Blesa nunca estará entre rejas como la pobre Petra, aunque ese sería
su destino en cualquier otro país del mundo, según el juez Silva, que lo
intentó.
“Si
tiro de la manta, el sistema no lo soportaría”, ha dicho Silva. ¿A qué espera?
¿Qué teme? ¿Por qué lo anuncia y no lo hace? ¿Tanto es el lodazal que puede
ahogarle? ¿Pueden tanto los depredadores de esa guisa en España como para acabar con la
justicia?
*Artículo publicado hoy también en Astures.info
*Artículo publicado hoy también en Astures.info
DdA, X/2.572
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