Lazarillo
Véanlos, son Emilio Botín y Rodrigo Rato, tocados con sendos jipijapa. La foto la firma Juan Carlos Hidalgo, de la afencia Efe, y el escenario es la vigésimo sexta Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Madrid en el verano de 2011 y presidida por el papa Benedicto XVI, ya en sus estertores como tal porque se negó a agonizar en el cargo. Su sucesor, el papa Francisco, se refirió el pasado domingo a todos aquellos que con una mano defraudan al Estado y con la otra dan
dinero a la Iglesia. Dijo el pontífice Bergoglio que para los cristianos
de doble vida no hay perdón de Dios: “Se merecen -lo dice Jesús, no lo
digo yo- que les pongan en el cuello una piedra de molino y los arrojen
al mar”. El diputado David Fernández, de la CUP, debería haber tenido en cuenta esa homilía cuando se dirigió a Rato hace unas fechas en el Parlamento de Cataluña para hacerle unas cuantas preguntas que al diario El País le parecieron matonerías por el trato dispensado a don Rodrigo, según se desprende del siguiente texto de su editorial de ayer: "Más que la persona de Rato, quien como cualquier otro compareciente
tiene derecho a un trato no vejatorio, quien ha recibido de este
incidente un daño difícilmente reparable es el prestigio del propio
Parlamento catalán. La sede de la representación de la ciudadanía
trabaja con discursos y normas; no con broncas ni gestos propios de
riñas callejeras. Nunca debe convertirse en espacio ni altavoz de
amenazas y matonerías. Llueve sobre mojado. El espectáculo de esta
comisión parlamentaria forma parte de una secuencia de deterioro activo
de las instituciones democráticas a cargo de prácticas inaceptables:
primero fue rodear la Cámara y los empellones a los diputados; ahora,
con los representantes de esas fuerzas dentro del hemiciclo, se trata de
convertirlo en una suerte de demagógico tribunal popular."
DdA, X/2.539
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