
Antonio Aramayona
Hace 100 años nació Albert Camus, pensador, escritor y hombre
radicalmente comprometido. Amó al ser humano con todas sus fuerzas y amó
sobre todas las cosas su libertad y su rebeldía. No fue a grandes
colegios y universidades: su madre, una menorquina analfabeta, le enseñó
el castellano y el catalán (denominado ahora "lapao" por el Gobierno
aragonés PP-PAR), y también a abrir los ojos a la belleza y la fuerza de
la naturaleza. De su padre, muerto en la Primera Guerra Mundial, apenas
si conservó una fotografía. Sin embargo, Albert Camus demostró siempre
ser agradecido con sus maestros: dedicó el Premio Nobel de Literatura de
1957 a su profesor de filosofía en su instituto de Argel, que le inició
en el pensamiento de Nietzsche. Hoy el ministro Wert
negaría una beca a Albert Camus por no haber demostrado su excelencia
académica y dedicarse además a una de las asignaturas más arrinconadas
en la LOMCE: la filosofía.
Camus resistió a cualquier presión.
De hecho, emigró a París como redactor de un periódico porque el
Gobierno francés en Argelia maniobró para que no pudiera encontrar
trabajo y quitárselo de encima. Años más tarde, a pesar de una masa
amenazante y vociferante de patrioteros franceses, abogó por que el
ejército francés y los independentistas argelinos respetaran y
protegiesen a la población civil, sometida a la miseria y la violencia
de un conflicto en que los argelinos exigían su derecho a ser ellos
mismos. De hecho, Camus es partidario innegociable de la noviolencia,
proponiendo la vía alternativa de "repensar la vida", dejar que la vida
nos sorprenda y nos empape cada día en una constante revolución interior
y exterior, quedando así inmersos siempre "en el tiempo que observamos
y el tiempo que nos transforma".
Camus creó y transmitió ideas
cada día de su vida, enfrentándose a las ideologías y los dogmatismos de
cualquier signo, a los sistemas abstractos que desdibujan la humanidad
de los seres humanos. Cada uno de nosotros es Sísifo, llevando a cuestas
una gran roca que hemos de subir hasta la cima de una montaña y que
inexorablemente rodará una y otra vez hasta el valle para que
reemprendamos el mismo camino con la misma carga y hacia el mismo
destino. Sin embargo, Camus no lo ve como una desgracia, sino como "un
gozo silencioso", pues a Sísifo le pertenece su propio destino, su roca
es todo lo que posee y la "lucha por alcanzar las cimas basta para
llenar el corazón de un hombre".
Se deleita con el placer de
sentir bajo los pies la arena blanca y cálida de Orán, su luz casi
cegadora, el viento, las olas y las gaviotas. Camus ama la vida, a
condición de que se despliegue siempre en libertad incondicional.
También abre sus brazos al bello canto de la muerte: de hecho, "la
belleza ayuda a vivir, también ayuda a morir". ¿Acaso un hombre no es
"esa fuerza que siempre termina derrocando a los tiranos y a los
dioses?" --escribe, pues "de nosotros depende crear a Dios. El creador
no es él. He ahí toda la historia del cristianismo. Porque solo tenemos
una forma de crear a Dios: llegar a serlo".
No nos es
humanamente posible la neutralidad, pues formamos parte de la comunidad y
cada uno porta consigo la desgracia del mundo, "la peste", también la
responsabilidad de oponernos a la fuerza bruta que ejerce el poder
contra tantos seres humanos. "No se puede vivir de espaldas al
sufrimiento ajeno, no puede silenciarse la opresión. El testigo no es
ciego", escribe Camus.
Por último, Camus fue colaborador en
diversos periódicos a lo largo de su vida. En un texto hasta ahora
inédito, publicado recientemente en El País, establece cuatro
ejes fundamentales para que un periodista libre no vea hurtada su
libertad: lucidez, rebeldía, ironía y obstinación. Lucidez frente a "los
mecanismos del odio, de la ira y el culto a la fatalidad" y así no
escribir nada "que pueda excitar el odio o provocar la desesperanza". En
segundo lugar, desobediencia y resistencia "frente a la estupidez",
porque "si no puede decir todo lo que piensa, puede no decir lo que no
piensa o lo que cree que es falso" y "todas las presiones del mundo no
harán que un espíritu un poco limpio acepte ser deshonesto". En tercer
lugar, "la ironía es un arma sin precedentes contra los demasiado
poderosos. Completa a la rebeldía en el sentido de que permite no solo
rechazar lo que es falso, sino decir a menudo lo que es cierto". Por
último, "obstinación para superar los obstáculos que más desaniman", a
saber: la constancia en la tontería, la abulia organizada, la estupidez
agresiva".
Como escribe Camus, "no camines delante de mí, puede
que no te siga. No camines detrás de mí, puede que no te guíe. Camina
junto a mí y sé mi amigo".
DdA, X/2.539
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