David García Sánchez
La situación de parado de larga duración es inasumible para mi
presente y pone en serio peligro mi futuro y el de mi familia. Sé que
soy una voz más de tantos millones de gritos, una mano alzada más de
tantas, en definitiva, un parado más en situación insostenible que se
define con la llamada de socorro del código morse.
Soy de la generación del 85, y cuando iba al colegio en los años 90
recuerdo que mi profesora de Primaria nos puso unos vídeos de África en
busca de colaboración para ayudar a esa gente, esa gente era de Somalia,
y en el vídeo se veían hambre, desolación y personas como yo que
llegaban a un camión de ayuda humanitaria, y la multitud se agolpaba
buscando su puñado de arroz como hace el ganado en nuestras tierras
cuando llega el ganadero con el pienso. Esa imagen me quedó marcada a
fuego en mi infancia y, desgraciadamente, me ha acompañado con otros
rostros, otros lugares durante los 28 años de mi vida. Desgraciadamente,
veré esa imagen en mi nación, seré una de esas personas que se tendrá
que pegar por una ayuda de Cáritas, Cruz Roja y tantas instituciones que
ayudan si tengo posibilidad de acceder a ellas por el lugar donde se
encuentra mi domicilio, porque sólo tengo la ayuda de mi familia y eso,
debido a ésta situación, se está acabando.
Tengo una niña de cuatro años que va al colegio con total normalidad,
que vive ajena totalmente al problema que nos rodea con toda la
inocencia del mundo, cuya única preocupación es jugar y ver sus dibujos
en la televisión como otra cualquiera, mientras que yo, su padre,
intenta no airear su pobreza, su estado de sin recursos, para que unos
señores funcionarios del Estado del bienestar no decidan qué hacer con
ella, vivo con el miedo a que me quiten lo único que me alegra el día.
Porque cada mañana que me levanto y ponemos el desayuno antes de ir a
la escuela, la miro, la veo, su cara serena, tranquila, libre de toda
carga, infantil y tierna. Y yo la miro con la misma mirada que usted,
político, funcionario, empresario, sindicalista, obrero, vecino y sus
respectivos femeninos de madre la miran. Y ella, mirando la televisión,
ve un anuncio de las Monster High, esas muñecas tan conocidas, y la pide
para Navidad, y yo suspiro, y asiento con la cabeza, triste, como al
boxeador al que lo han noqueado y advierte su derrota porque en el fondo
sabes que ésta no será la misma Navidad, que en realidad estás
derrotado, y le haces entender que no se pueden tener algunos juguetes
porque no tenemos dinero, y ella, inocente de toda culpa, suelta un por
qué.
Y te dan ganas de explicarla que por qué el político sube los
impuestos y se preocupan de sus prebendas y su sillón, y no de sus
ciudadanos, que el funcionario retiene tu expediente de ayuda social
porque está saturado de trabajo (justo lo que me falta a mí), que la
señorita del paro se equivoque en su trabajo (ese que me falta a mí) y
por dos días de plazo no te concedan una prestación laboral, que el
empresario busque trabajadores más cualificados para puestos menores y
con alto nivel de inglés, quizás del que carece él, por puestos pagados a
doble miseria, que el sindicalista siga como buen perro fiel de sus
amos políticos, atados con buena correa para asegurar su carroña, que de
lo que menos se preocupan es de los trabajadores, que los obreros tan
apretados, en vez de ayudar echan más horas por menos dinero y se
esclavizan más por miedo a perder su pienso, que el vecino ayuda con la
boca grande y la mano pequeña porque bastante tiene con salir adelante
él, que tiene la mala suerte de ser hija de un parado de larga duración,
una persona en el escalón más bajo de la sociedad y encima de origen
nacional, donde las manos para sacarte del pozo se reducen a las tuyas,
donde desde el funcionariado, el Gobierno, los sindicatos, los partidos
políticos y demás garantes de este Estado del bienestar te consideran un
parásito de la sociedad, una vil garrapata.
Lanzo este SOS porque el buque que conduzco tiene muchas
posibilidades de que se hunda, porque con mis dos manos soy incapaz de
salir a flote, como hicieron en otros muchos sitios como el «Titanic»,
el barco más lujoso de la época, como la hoguera que prende el naufrago
olvidado en algún rincón de una isla perdida en los grandes océanos,
como la última llamada de socorro del herido en peligro, porque a lo
mejor en un mes o dos ya no hay tiempo.
DdA, X/2.518
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