Decía
ayer que cuando la indignación, personal o colectiva, manifestada
públicamente frente a medidas de los gobiernos, no produce efectos ni
frenos ni cambios en las políticas de estos, la indignación ha de
resolverse necesariamente en sublevación. En sublevación material o
moral. Es moral si es reprimida por el poder establecido. Y si es
reprimida origina sensación de impotencia y ésta ríos de amargura en la
ciudadanía. Pues bien, lo que se respira ahora en este país es justo la
impotencia y la amargura que sentíamos ante los abusos flagrantes,
manifiestos y continuados de la dictadura franquista y de toda
dictadura.
Pero
hoy día, en algunos aspectos la situación es todavía más grave, pues en
la dictadura se nos dijo que no había libertad y sabíamos a qué
atenernos. Ahora se nos venden raudales de libertad, mientras por otro
lado los gobiernos nos mienten constantemente, pisotean los derechos y
libertades ciudadanos, y la justicia de los magistrados y fiscales, que
no la de los instructores, se alía con el poder político, le encubre o
prevarica más o menos descaradamente. Esta complicidad produce todavía
más indignación, más sublevación, más amargura y más impotencia: la
impresión de que vivimos en una dictadura maquillada...
En
estas condiciones nadie puede saber qué habrá de suceder a corto plazo,
pero se barruntan grandes aflicciones. Desde luego a medio plazo, la
ebullición y la inestabilidad están aseguradas. Y a largo plazo, una
economía de guerra y un invierno social. La
única salida a semejante situación está en expulsar a los políticos de
la gestión pública y entregársela en cada territorio a ciudadanas y
ciudadanos de demostrada probidad y sentido común. A fin de cuentas
Maquiavelo no veía necesarias otras virtudes en el "Príncipe", es decir,
en todo gobernante.
DdA, X/2.503
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