martes, 15 de octubre de 2013

MÁRTIRES DE LAMPEDUSA, MÁRTIRES DE LAS CUNETAS: EL CIELO PUEDE ESPERAR

Jaime Poncela

El cielo está desde el domingo más lleno que un vagón del Metro en hora punta. No hay cielo para tanto mártir, en otras palabras. Los ángeles encargados de los andenes no daban abasto a empujar almas para dejarlas bien embutidas en los estrechos límites de la gloria bendita. Hasta San Pedro ha puesto el grito en el cielo (valga la redundancia): “no me mandéis beatos de 500 en 500, hombre, que esto es un sindios. Con perdón”. La Iglesia-espectáculo volvió a montar este fin de semana una de sus galas favoritas, consistente en dejar bien claro quiénes son los buenos y quienes los malos a ojos de ese Dios que ellos creen administrar e interpretar en exclusiva. El Dios de la misericordia es, finalmente, un señor que expide carnés de santidad a través de sus burócratas con alzacuello. En esa oficina vaticana solo algunas personas consiguen pases de honor para la eternidad: las que superan el estrecho embudo de los estrictos monseñores que añoran los mejores tiempos de cristianismo de masas, el miedo al infierno, el catecismo del padre Astete y los cines cerrados en Semana Santa (ahora cierran por culpa de Montoro). Llama la atención que alguien deba llevar setenta años muerto para ser declarado mártir cuando la actualidad inmediata está llena de ellos. Sin ir más allá, los 400 muertos de Lampedusa son unos mártires recientes, de la semana pasada, aún están sin enterrar algunos de ellos, pero jamás serán beatificados, ni se les reconocerá mérito divino de ninguna clase aunque hayan sido martirizados y asesinados por un sistema económico y político tan violento y desalmado como el miliciano borracho que le dio matarile al fraile de turno hace setenta años. El cardenal Rouco dirá que los beatos del espectáculo del domingo son mártires con todos los honores porque murieron a causa de su fe en Dios, su esperanza en ir al cielo y mostrando caridad para con sus verdugos. Seguramente es así, pero uno piensa que, puestos a comparar mártires, los de Lampedusa murieron también como consecuencia de su fe en una vida mejor, luchando con la esperanza de sacar a sus hijos de la miseria eterna y, al fin, abandonados a su suerte por la total ausencia de caridad de sus semejantes. Todos ellos reclaman algún tipo de gloria en el fondo del mar como otros lo hacen en el fondo de las cunetas. Para ellos, el cielo puede esperar.


DdA, X/2.511

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