El
 naufragio de los inmigrantes en Lampedusa es, sin duda alguna, fruto 
del crimen organizado. Y no, ni me he vuelto loca por alguna teoría 
conspiroparanoica ni estoy hablando de la mafia. Expondré mi teoría y 
juzguen ustedes mismos. 
Las grandes multinacionales y corporaciones del 
planeta explotan los recursos de los países menos desarrollados. Y a 
estas alturas, no creo que a nadie
 le quepa duda de la injerencia oportunista que se impone sobre su 
política aplicando una doble moral que permite a los occidentales apoyar
 regímenes dictatoriales y violentos a cambio de obtener derechos de 
pernada. Luego, cuando la gente escapa empujada por el hambre y la 
violencia, nuestro civilizado primer mundo es capaz de meter otra bala 
en la recámara y abrir fuego. 
La inhumanidad se puede legislar en estos 
democráticos estados. Como esa ley italiana que impone penas de cárcel a
 quienes presten socorro a los inmigrantes aunque sus vidas estén en 
peligro. Y a eso hay que añadir la hipócrita cobardía del ciudadano 
escrupuloso, cumplidor de las leyes, posiblemente buen cristiano y 
familiar, capaz de mirar a otro lado mientras unos seres humanos se 
están ahogando frente a sus narices. No quieren tener problemas con la 
ley. ¿Los tendrán por lo menos de conciencia? No lo creo, porque esos 
muertos, como los vivos que en avalanchas intentaban saltar las vallas 
de Ceuta o de Melilla, no les parecen seres de la misma especie. Tienen
 otro color, religiones y culturas diferentes. De alguna manera, no 
experimentan la misma empatía  que si se trataran de cadáveres italianos
 o españoles. Son muertos de segunda. Muertos de hambre a los que en 
nuestro país se les está negando hasta la asistencia sanitaria. 
Si los 
miserables que miran a otro lado fueran más inteligentes quizás 
comprenderían que pueden correr la misma suerte. Que este sistema 
maldito, no es que sea racista, es endiabladamente clasista. Engullidor 
irredimible de cosas y personas, generador de pobreza y amoral. Todos 
somos carnaza que viaja en la cinta transportadora para alimentar su 
gula. Todos por igual, negros, blancos o amarillos, parias del mundo en 
general, todos víctimas de los putos amos del planeta. 
Aquí ahora 
padecemos la pérdida de derechos fundamentales que creíamos sagrados 
como la sanidad, la educación o el trabajo. Ahora son nuestros hijos los
 que emigran. Sería bueno que al menos eso nos hiciera reflexionar sobre
 el hecho de que existe una sola especie: la humana. Aunque eso sí, en 
grave peligro de extinción a causa de los depredadores ultraneoliberales
 y de nuestra  propia insolidaridad y estulticia.
DdA, X/2.512 

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