Manuel María Meseguer
No
sé bien si Mario Vargas Llosa tiene mucho o poco apego al periodismo.
Él mismo escribe un enjundioso artículo quincenal que rula de España a
América y de ahí, traducido, al mundo entero. Muchos de sus artículos
son verdaderas joyas de investigación. De su última novela, “El héroe
discreto”, se podría decir lo que él de las historias que narra: “No
eran obras maestras, estaban más cerca de los culebrones venezolanos,
brasileños, colombianos y mexicanos que de Cervantes y Tolstoi, sin
duda. Pero no tan lejos de Alejando Dumas, Émile Zola, Dickens o Pérez
Galdós”, escribe el Premio Nobel en el último tercio de su novela. Pero
lo que sí parece claro es que denuesta del acoso y el agobio del
enjambre de reporteros que persiguen la noticia recién conocida o al
personaje que la protagoniza. Y así será siempre, sin duda, aunque no es
lo peor.
“Toda
la jauría periodística querrá ahora entrevistarme… Lo mejor será cortar
el teléfono” “…muy pronto la noticia se haría pública y caerían los
periodistas como moscas a la casa” “La calle está llena de periodistas.
Me cayeron como una mancha cuando llegué y no me dejaban pasar” Todas
ellas frases que los famosos, famosillos, celebridades asentadas y
celebrities de medio pelo podrían reconocer ante el agobio de
micrófonos, grabadoras y cámaras que quizás pudo llegar a su expresión
más conmovedora cuando la gran Lola Flores tuvo que gritar a periodistas
y admiradores con ocasión de la boda de su hija Lolita: “Si me queréis,
irse”.
Pero
una cosa es la escenificación de los gajes del oficio, la búsqueda de
declaraciones que emite el famoso en cuestión y que, trascendentes o
banales, corren por su cuenta y otra muy distinta dinamitar las normas
básicas de la deontología periodística. El desprecio por la presunción
de inocencia, el aparente olvido de mencionar las fuentes, la narración
de los hechos como si de un auto judicial se tratara, termina por dar
por sentado que “los padres de Asunta [la niña de origen chino asesinada
en Galicia] se confabularon para matar a su hija” como
inconcebiblemente tituló el domingo 30 de septiembre pasado el diario
ABC, sin ni siquiera un antetítulo que asegurara que así lo decían los
policías y dando por hecho la veracidad de los acontecimientos narrados.
El
día antes, el prestigioso Informe Semanal de Televisión Española emitía
un panfleto a modo de informe periodístico en el que del mismo modo que
el diario monárquico se daba por sentada la culpabilidad de los padres
sin ningún tipo de paliativo ni restricción mental alguna como fórmula
de escape. Móviles económicos luego descartados, insidias sobre si la
madre pudo matar también a sus propios padres, aparición en escena de un
ciudadano marroquí…
No
es cuestión de referirse a la basura de las tertulias, ni a periódicos
dispuestos a aceptar cualquier información y la contraria sin tomarse
ningún trabajo en confirmar, verificar y contrastar lo que se vuelca en
el papel o se difunde por radio y televisión. Hablo de dos soberanos
fiascos de unos medios de acreditada solvencia a los que habría que
suponerles rigor, mesura, apego a sus propios libros de estilo y respeto
por sus seguidores.
Bastaría
quizás con que recordaran catastróficos juicios periodísticos paralelos
como el caso de Rocío Wanninkhof cuyo asesinato se atribuyó sin ningún
género de dudas a Dolores Vázquez, amiga de la familia, hasta que se
comprobó su inocencia, lo que no impidió que tuviera que expatriarse y
huir de la maledicencia que la considerará sospechosa de por vida.
¿Y todo esto tiene algo que ver con las Asociaciones de la Prensa?
Nota de Lazarillo.- Hace bien mi estimado colega Manuel María en recordar un caso tan sangrante como el que hubo de sufrir Dolores Vázquez, del que al parecer no se acuerda ninguno de esos otros compañeros enfangados en el morbo y empeñados acaso en repetir aquella tropelía. Un abrazo para Dolores, si es que la distancia interpuesta con este país no ha hecho que lo olvide.
Nota de Lazarillo.- Hace bien mi estimado colega Manuel María en recordar un caso tan sangrante como el que hubo de sufrir Dolores Vázquez, del que al parecer no se acuerda ninguno de esos otros compañeros enfangados en el morbo y empeñados acaso en repetir aquella tropelía. Un abrazo para Dolores, si es que la distancia interpuesta con este país no ha hecho que lo olvide.
DdA, X/2.502
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