Hermes
H. Benítez (Canadá)
Las cínicas
declaraciones exculpatorias de Agustín Edwards al ser interrogado por el juez
Mario Carroza, respecto de su rol como inductor del golpe ante Richard Nixon y
Henry Kissinger, no pueden sorprender hoy a nadie. Nos referimos, por cierto, a
los testimonios que Edwards ha debido entregar en el contexto la querella criminal presentada por las
agrupaciones de Familiares de Detenidos Desaparecidos y de Ejecutados Políticos, contra los
responsables, civiles y militares, de los crímenes perpetrados con ocasión
del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.
La
estrategia empleada por el dueño de El
Mercurio en sus respuestas ante el magistrado es del todo transparente: reconocer
que estuvo en Washington el 14 de septiembre
de 1970, y en otras fechas posteriores, que se reunió con Nixon,
Kissinger, Helms y otros altos personeros del gobierno norteamericano pero,
simultáneamente, negar que lo que con ellos conversó haya tenido la menor
conexión con el llamado a una intervención Yanki en contra de Allende, y menos con una
incitación a un golpe de estado en Chile. Mientras no acepta, tampoco, que haya
recibido un solo dólar de manos de la CIA.
Desgraciadamente
para Agustín Edwards, han sido los propios funcionarios que participaron en aquellas reuniones quienes, en documentos
hoy desclasificados, en memorias
personales escritas años después, o en
declaraciones ante el Comité Church del Senado norteamericano, han revelado el
contenido exacto de lo que allí se dijo, los dineros que le fueron entregados a
El Mercurio, y el crucial rol jugado
por su dueño en la instigación del golpe ante el gobierno de Richard Nixon; lo
que mostraremos en las páginas siguientes con la ayuda de Peter Kornbluh,
director del Proyecto de Documentación
sobre Chile, en el National
Security Archive, quien es, sin duda, el mayor experto en la
desclasificación de documentos oficiales del gobierno norteamericano.
En las
páginas introductorias de su excepcional libro, titulado en castellano: Pinochet:
los archivos secretos (Editorial Crítica,
Barcelona, 2004) escribe Peter Kornbluh: “En sus Memorias, Henry Kissinger
identificaba al millonario chileno Agustín Edwards, propietario y editor de El Mercurio y distribuidor de la
compañía Pepsico, como la persona que
llevó a Richard Nixon a ordenar, el 15 de septiembre [de 1970], la realización
de un golpe de estado [en Chile]. “Por entonces, Nixon había asumido un papel
personal –escribe [Kissinger] en los White
House Years -. Lo había impulsado
a actuar Agustín Edwards, el 14 de septiembre, el editor de El
Mercurio, el periódico que gozaba del mayor respeto entre los chilenos,
quien había acudido a Washington para advertirle de las consecuencias que podría tener la llegada de Allende al
poder. Se alojaba en casa de Donald Kendall, director general de Pepsi-Cola, que, por casualidad, iba a
acompañar a su padre a ver a Nixon aquel mismo día”.
Por
mediación de Kendall –uno de los mejores amigos de Nixon y responsable de buena
parte del financiamiento de su campaña, Edwards contribuyó a que el presidente
de Estado Unidos dirigiera su odio hacia Allende. La mañana del 15 de
septiembre [de 1970), el potentado chileno desayunó con Kissinger y el fiscal
general Mitchell y los puso al corriente de la amenaza que suponía el candidato
socialista para sus intereses y los de otras empresas que se mostraban a favor
de los estadounidenses. Siguiendo las órdenes de Kissinger, Helms se había
reunido asimismo con Edwards en un céntrico hotel de Washington. En la
declaración que presentó ante el Comité Church –casi treinta años después
todavía clasificada como secreta-, el director de la CIA aseguró haber tenido
la impresión de “que el presidente convocó aquel encuentro [del 15 de
septiembre en que dio órdenes de dar el golpe de estado] debido a la presencia
de Edwards en Washington y porque había oído a Kendall comentar lo que decía
éste acerca de las condiciones existentes en Chile y de lo que estaba
sucediendo allí”. (Op. Cit, págs. 33-34)
En las
primeras páginas de la edición
castellana de su libro anterior
titulado: Los EE.UU y el derrocamiento de Allende. Una historia
desclasificada (Barcelona, Ediciones B, 2003), había escrito Kornbluh:
“Hubo un individuo en particular que no siendo un funcionario
estadounidense desempeñó un papel crucial en los esfuerzos por conseguir que
Richard Nixon fijara su atención en la idea de impulsar un golpe militar[en
Chile]. Esa persona fue el acaudalado zar de la prensa chilena, Agustín Edwards,
quien había intentado influir sobre la política estadounidense [hacia Chile]
desde mucho antes de la elección de Allende. En marzo de 1970, como lo relata
David Rockerfeller en su autobiografía, titulada Memoirs: “mi amigo Agustín Doonie (sic) Edwards advirtió que si Allende ganaba las elecciones de septiembre, Chile se
transformaría en otra Cuba, en un satélite de la Unión Soviética. Según
Rockefeller, Edwards insistió en que
EE.UU tenía que impedir la elección de Allende. Tan fuerte era la
preocupación de Doonie que lo contacté con Kissinger”.
Apenas unos
días después del estrecho triunfo del candidato socialista, Edwards comenzó a
hacer lobby con los oficiales
estadounidenses en Santiago, con el fin de que iniciaran una acción militar.
Edwards le pidió al jefe de la oficina de la CIA en Santiago, Henry Hecksher,
que fijara una reunión secreta con el embajador Edward Korry en casa de uno de
sus empleados. Edwards dijo que quería
hacerme una sola pregunta,
recuerda Korry: ¿Hará algo Estados
Unidos, directa o indirectamente? En ese momento , Korry estaba impulsando
la “fórmula Alessandri”, un plan para
que el Congreso chileno ratificara a Jorge Alessandri en lugar de Allende,
después de lo cual aquel renunciaría. En seguida se efectuarían nuevas
elecciones y el presidente saliente
Eduardo Frei se presentaría y ganaría. Mi
respuesta es no, le dijo Korry a Edwards.
Este voló
raudo a Estados Unidos, donde se autoexiló, y comenzó a ejercer toda la
influencia que le fue posible sobre sus amigos y funcionarios cercanos a Nixon.
En Washington se hospedó en casa de Donald Kendall (1), gerente de Pepsi-Cola,
y uno de los amigos más íntimos del presidente, y su colaborador más importante
durante la campaña [presidencial] . Edwards le manifestó a Kendall sus
opiniones respecto de Allende y la necesidad de una intervención
estadounidense. El 14 de septiembre, Kendall efectuó una visita social a la
Casa Blanca y le transmitió a Nixon lo que decía Edwards. De inmediato Nixon
ordenó a su asesor de seguridad nacional, Henry Kissinger, reunirse con él.
La mañana
del 15 de septiembre, Kissinger y el fiscal general John Mitchell desayunaron
con Edwards , quien les informó de la
amenaza que significaba Allende para sus intereses económicos, así como para
otros intereses comerciales afines a Estados Unidos. Al volver a su oficina,
Kissinger llamó al director de la CIA, Richard Helms, y le dijo que se reuniera
con Edwards para recabar “cualquier información que él pudiese tener” sobre
Allende. Posteriormente, Helms y un asistente se reunieron con Edwards y
Kendall en un hotel céntrico. Edwards informó a Helms de su posición.
Lo que
Edwards le dijo al director de la CIA fue información clasificada durante
treinta y tres años. Pero el “Memorandum para archivo” rotulado como “Discusión
sobre la situación política chilena”, ha sido recientemente desclasificado, y
revela que Edwards buscó impulsar las operaciones encubiertas de Estados Unidos
más allá de la “fórmula Alessandri” o “enfoque constitucional” para la
conspiración golpista.
… El
documento puntualiza que “a mediados de octubre, después del congreso
partidario del PDC, se debería aclarar qué ocurrirá el 24 de octubre en el Congreso
chileno”. En aquel momento Edwards parece haber preguntado: “ “¿Podemos correr
el riesgo de que el Plan Alessandri/Frei funcione?” Aún más importante, el
memorándum de la CIA consigna que Edwards y Helms discutieron la “oportunidad
para una posible acción militar”.
Henry
Kissinger y Richard Helms asignaban a Edwards la función de catalizador de las
ahora famosas órdenes del 15 de septiembre del presidente Nixon para promover
el golpe.
… Helms
también testificó que Edwards tuvo una responsabilidad directa en las órdenes
de Nixon. En una declaración jurada ante la Comisión Church, que aún permanece
clasificada, después de 28 años, Helms recordó que “previamente a esta reunión
(con Nixon), el dueño de El Mercurio
había viajado a Washington y me pidió que hablara con él”. Helms afirmó que tenía
la impresión de que “el Presidente llamó a la reunión [del 15 de septiembre]
debido a la presencia de Edwards en Washington y debido a lo que escuchó
Kendall acerca de lo que aquél sostenía sobre las condiciones en Chile y a lo
que allí estaba ocurriendo”. (Op. Cit.,
págs. 20-23.
Los dineros
de la CIA en el Proyecto El Mercurio
“La
operación secreta que, según los propios documentos internos de la CIA,
desempeñó uno de los papeles más importantes a la hora de promover un golpe de
Estado, fue el financiamiento clandestino del “Proyecto El Mercurio”. Durante todo el decenio de 1960, la agencia
proporcionó dinero al mayor periódico de Chile, El Mercurio, acérrimo defensor de la derecha, colocó a reporteros y
editores en su nómina de pagos, escribió artículos y columnas y suministró
fondos adicionales para gastos operativos. Después de que Agustín Edwards,
propietario del periódico, acudiese a Washington en septiembre de 1970 para que
actuara en contra de Allende, la CIA empleó el diario como medio de
distribución de la ingente campaña propagandística que formaba parte de las
vías I y II (Tracks I and II).
Durante
toda la malograda presidencia de Allende, el periódico prosiguió una inflexible
campaña por medio de incontables artículos y editoriales virulentos e
incendiarios con los que inducía a la oposición a luchar en contra del gobierno
de la Unidad Popular, cuyo derrocamiento llegó a incitar, incluso, en varias oportunidades.
“El Mercurio sigue practicando su
oposición activa al régimen –hizo saber la CIA a la Casa Blanca a principios de
1971--, publicando ataques contra Allende, sus intentos de nacionalizar las
entidades bancarias, sus violaciones de la libertad de prensa y sus
confiscaciones de tierras”. Si bien los informes de la Agencia pudieran hacer
pensar que el imperio mediático de Edwards conservó su independencia durante la
época de Allende, lo cierto es que El
Mercurio hubo de enfrentarse a serias dificultades financieras que iban
desde la mala administración de que adolecía y problemas de crédito y solvencia
hasta recortes en los anuncios, escasez de papel y conflictos laborales de los
que Edwards y la CIA no dudaron en culpar al gobierno de la Unidad Popular.
En
septiembre de 1971, un representante del grupo mediático de Edwards solicitó “apoyo
confidencial” por un valor de un millón de dólares a la Agencia, petición que dio pie a un
agitado debate interno entre los estadistas norteamericanos. En un informe
secreto de la CIA elaborado para poner a Kissinger al corriente de las
distintas opciones de que se disponía y
que fue entregado al secretario de Estado el 8 de septiembre, la Agencia sugería
que el diario afrontaba “restricciones económicas” y se hacía eco de la opinión
del propietario según la cual “el diario necesita no menos de un millón si
quiere sobrevivir uno o dos años más”. Ante esto, Washington tenía dos
“opciones básicas”:
a) Suministrar un amplio financiamiento al
periódico entendiendo que esto podía no ser suficiente para impedir que el
gobierno de Allende lo cierre (por ejemplo, mediante el control de las prensas,
o la paralización del trabajo). Esta opción supondría una inversión inicial del
al menos 700 mil dólares.
b) Dejar que el periódico se hunda y
dedicar todos nuestros esfuerzos a una campaña propagandística en favor de la
libertad de prensa.
La CIA
advertía de lo arriesgado de la opción b), ya que “Allende podría contraatacar demostrando que el cierre del periódico no era sino una
consecuencia de la ineptitud financiera de quienes lo dirigen”. El jefe de la
base en Santiago y el embajador Korry se
inclinaron por la primera opción, aunque no faltaron en el gobierno de Nixon
quienes pensaran que un millón de dólares era un “precio demasiado elevado para
obtener tan poco tiempo extra”, si el periódico iba a cerrar de todos modos.
De hecho,
cuando se les preguntó la opinión de los miembros del Comité 40, cada uno de
ellos adoptó una postura diferente. El ayudante de Kissinger, Arnold
Nachmanoff, era partidario de “tomar ambas opciones y unirlas”. De este modo El Mercurio recibiría setecientos mil
dólares con la condición de que “emprendiese un ataque público al gobierno de
Allende que lo obligue a salir de la circulación”. El fiscal general John
Mitchell, según un resumen del debate, pensaba que debían “mantener viva una
voz potente, pero no vale la pena hacer lo mismo por una débil”. Por su parte,
el almirante John Moorer, representante del Pentágono, aseguró que se la
estaban jugando con un perdedor y que [la] cantidad de dinero [era]
descabellada, mientras que el director de la CIA, Richard Helms, opinaba que
“las perspectivas no eran buenas ni a corto ni a largo plazo”.
Ante tal
desacuerdo en lo referente a la puesta en marcha de una operación específica en
contra del Allende, Kissinger optó por “presentar el asunto a una autoridad más
alta”. El 14 de septiembre, Nixon autorizó
personalmente el pago encubierto de los setecientos mil dólares (y de
una cantidad mayor en caso de que fuera necesario), lo que constituye un
ejemplo muy poco frecuente de intervención presidencial en detalles tan
concretos de una operación secreta. Aquella noche, Nixon llamó a Helms para
hacerle saber que:
a) el
presidente acaba de dar su visto bueno a la propuesta de respaldar a El Mercurio con la cantidad de setecientos mil dólares, y b) deseaba que
el periódico siguiera funcionando, por lo que la cantidad estipulada podría ser
sobrepasada con el fin de alcanzar este objetivo.
Tal como lo
dictaba la decisión del presidente, Helms dio carta blanca a la división
Hemisferio Occidental para que rebasase “los 700.000 dólares autorizados hasta la cantidad de 1.000.000, y más aún, si
esto garantiza la continuidad del diario”. Los setecientos mil dólares
iniciales se enviaron de inmediato, y en octubre fue Kissinger quien autorizó personalmente los trescientos mil
adicionales.
Siete meses
más tarde, la CIA solicitó que pusiera “a disposición de El Mercurio 965.000 dólares
adicionales”, lo que hizo que se destinaran en secreto un total de casi dos
millones de dólares al diario en menos de un año”. (Op. Cit., págs 83 a la 85) (2)
Conclusiones
Como puede
verse, el papel jugado por Agustín
Edwards en la decisión de derrocar el gobierno de Allende mediante un golpe de
Estado, fue crucial, y cuádruple. Primero, atrajo la atención de Nixon hacia la
situación chilena (desde su óptica ultraderechista, por cierto); segundo,
contribuyó a transformar la atención del presidente norteamericano hacia
nuestro país en odio hacia Allende y el gobierno de la Unidad Popular; en
tercer lugar, sugirió a Nixon el curso de acción golpista, y cuarto, trabajó
activamente, por medio de su diario, en la creación de las precondiciones
políticas del golpe, aunque en esta tarea supo extraer dineros de su aliados
para resolver los problemas financieros de El
Mercurio, agitando frente a ellos el espantajo de su posible cierre.
Dada la
magnitud de la contribución de Agustín Edwards a la decisión y desencadenamiento del golpe, tal como se desprende de los
documentos que hemos citado, no cabe la menor duda que hace ya mucho tiempo que
el dueño de El Mercurio debiera haber
sido juzgado por traición a la Patria, y
recibir las penas que la ley contempla para quienes, aliándose con los líderes
políticos una potencia extranjera, han conspirado en contra de un gobierno constitucional
y legítimo como era el del presidente Salvador
Allende.
Notas
1. En 1984
Donald Kendall recibió de parte de la dictadura pinochetista la distinción
Bernardo O Higgins en el Grado de Cruz Azul. A la ceremonia realizada en la
Academia Andrés Bello asistieron, entre otros, Agustín Edwards, el Embajador de
Estados Unidos en Chile, James Theberge y el Ministro del Interior Enrique
Montero. En la página Social de El
Mercurio de ese día se destacó, como es común en estos casos, la
personalidad del homenajeado, su trayectoria “meteórica”, que lo llevó a la
presidencia de PepsiCo Inc., y otros
de sus éxitos, pero, por cierto, nada se dijo de su contribución a la toma de
decisión del golpe por parte de Richard Nixon en 1970. ( Cf. el artículo El Mundo se ha vuelto Pepsi, de Irene
Geis, Revista Análisis: Año VII
No.76, 28 de febrero al 13 de marzo de 1984).
2. En todas
las citas tomadas de los libros de Peter Kornbluh arriba referidos se
eliminaron las notas que indican las fuentes primarias utilizadas por su autor.
DdA, X/2.504
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