
Miguel Sánchez-Ostiz
Es posible que haya leído mal.
Todo cabe. Pero si lo he hecho de manera correcta, el disfraz de
comedia de Paco Martínez Soria se lo puso a la Botella un bandido
moderno, Terrence Burns, que fue quien escribió el guión, no Lázaro
Carreter. Un tipo de aspecto y gesto repulsivo, experto en el arte de la
trampa mediática, que cobró dos millones de dólares por aparejarle al
Gobierno del Partido Popular una carrera olímpica condenada al fracaso
más estrepitoso desde el comienzo.
Si hubiese sido algo natural, propio de las cortas luces de la
Botella, lo anterior hubiese pasado como una fatalidad inevitable, pero
que esa patochada haya sido urdida a la americana, con estrategias de
manipulación de la opinión pública y que obedezca a un guión, a mi modo
de ver empeora las cosas. Porque eso significa que esta carrera olímpica
en pos de la nada, le ha costado al país, un país en ruinas, un montón
de millones de dólares, algo que solo han sido capaces de ver los
periodistas extranjeros, como ha quedado claro en las preguntas que le
han formulado a la que no sabe por dónde le da el aire, la
Botella, y que esta no supo contestar porque dio la impresión de que, de
verdad, no sabía de qué le hablaban: la mejor imagen del estado de la
cuestión de los dos países.
Es probable que Burns aprovechara las dotes naturales de la
protagonista, pero sobre esas dotes, sobre esa vis cómica, sobre la
ramplona imagen de un país que parece solo estar habitado por chulos,
majos y palurdos, el trapacero Burns elaboró una puntilla de simpleza
que no se puede decir que haya acabado con lo que nunca ha sido: la
Botella y sus bobadas ahí seguirá hasta que las urnas la separen de un
puesto político para el que ha demostrado con largueza que no sirve,
salvo que sea por capricho de familia. Su talento se reduce a ser la
esposa del execrable Aznar.
Del fracaso de esta carrera en pos de la gloria olímpica no
hay que responsabilizar más que a los propios participantes, incapaces,
literalmente ciegos, de ver hasta qué punto es nefasta la imagen que sus
andanzas políticas y económicas han proyectado fuera de este país a lo
largo de estos dos últimos años. Es la imagen de los chorizos, los
incapaces, de los nulos, los mendaces y los corruptos, gente en la que
no se puede confiar, salvo para que se presten como doctrinos y la
sonrisa en la boca de baba a los abusos económicos internacionales: su
auténtica Marca España.
Se lo han dicho de todos los modos posibles los mejores
periódicos del mundo, a los que estos bandarras han hecho el mismo caso
omiso que hacen a la calle, a su clamor, a esa mayoría silenciosa que
creen que les apoya, que está con ellos, cuando lo que está es callada,
ahíta, aplastada. Desfachatez no les falta, eso desde luego, pero creen
que la majeza y el arte del desplante suplen el bien hacer, arreglan los
balances que claman ruina, esfuman las temibles cifras que asoman aquí y
allá: del paro a los recortes sanitarios pasando por las estafas
institucionales, ahora mismo sumergidas en el mar del engaño
gubernamental, o las olvidadas cifras de las familias desahuciadas.
Ahora bien, cómo puede cobrar alguien dos millones de dólares para diseñar chapuzas como la del relaxing cup of coffee, o
eso, o lo que haya sido, pero bochornoso, y que no pase nada, que no se
pidan responsabilidades, que no se examine este asunto desde el lado
penal o político. Esta gente ha gobernado y gobierna un país en quiebra.
¿Con qué autoridad moral? ¿Por qué ya solo somos capaces de reírnos de
nuestras desdichas, expresadas en astracanadas de feria, y no nos
rebelamos? ¿Es hora de reconocer que no tenemos capacidad alguna de
reacción efectiva?
"Yo particularmente, y en cuanto que persona humana", que dice
la gente a la que sacan en la televisión para que nos riamos de ella,
detesto el café con leche. Estoy en mi derecho y por muy extendido que
esté su consumo me cuesta creer que sea una emblemática bebida nacional,
símbolo del relaxing: no es una Guinness carajo, no es una
Guinness, ni tampoco un Machaquito cuartelero. Aún con una maza de jamón
al hombro, en plan reina de bastos, la Botella hubiese pasado, pero al
café con leche dando la vuelta al mundo, no lo veo como seductora marca
España. Lo que prueba que su asesor es algo más que un imbécil, es un
desaprensivo que cuenta con el paraguas de la impunidad que le otorga el
partido en el poder, uno de tantos que medra a la sombra de estos
maleantes.
Aquí lo que de verdad les duele a quienes manejan los hilos
del guiñol no es haberse quedado sin olimpiadas madrileñas -una cuestión
de necio orgullo patrio-, sino que se han esfumado las posibilidades de
mojar de lo lindo, para ellos y para los de su negra camada, de hacerse
ricos o más ricos con la bonita coyunda Olimpiadas+Partido Popular, que
en su lenguaje se iba a llamar, seguro, Regeneración económica de España, y de nuevo Milagro español,
porque, insisto, aquí afición a los milagros hay. Unas rimbombancias
que en la práctica acabarían traduciéndose por el milagro de la
aparición del agujero diferido del que nadie sabía nada: el agujero, la
pasa, el sobre, el yo no he sido y mucho traje y mucha corbata, y
amigos, amigos, familias, famiglie... y más maderos, más material
antidisturbios. En resumen, más escándalo, sin el que al parecer no
podemos vivir y que marca la vida política nacional.
Ellos, los extranjeros, los culpables de nuestras taras y
derrotas, empeñados en hundirnos porque nos quieren mal, porque no saben
valorar lo bueno, nuestro relaxing, y nosotros mientras tanto a
celebrar el milagro español, el milagro de nuestra economía, el milagro
cacareado por ese maleante de Montoro... el milagro es que todavía no
nos hayamos ido todos a la mierda. Ese es el milagro, no hay otro. El
milagro es que estemos sobreviviendo a los Rajoy, a los Montoro, a las
Cifuentes y las pícaras Barcinas. Marca o milagro, tanto da, porque lo
que cuenta es que mientras no suceda de verdad lo segundo es esta tropa
la que va a seguir gobernando de ruina a derrota y de fracaso a abuso,
mientras nosotros, eternos paganos de la farra, nos partimos el orto de
la risa, y el público extranjero se pregunta con asombro: "Pero esta
gente, ¿de qué se ríe?".
DdA, X/2.485
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