Félix Población
El ataque de unos energúmenos a la sede del gobierno de la Generalitat en Madrid, coincidiendo con la extraordinaria manifestación independentista que tuvo lugar en Cataluña hace un par de días, es un síntoma evidente de que la propuesta del referéndum de soberanía que piensa llevar a cabo el actual gobierno catalán va a encontrar reacciones similares por parte del nacionalismo español más radical. El nacionalismo catalán de igual signo debería tener esto en cuenta para no caer en la misma provocación, totalmente contraproducente si se quiere llevar a buen término y sin crispaciones lo que los promotores de tal consulta valoran como una alternativa democrática y civilizada.
Quienes nos consideramos republicanos podríamos ver con buenos ojos que la actual bandera española fuera quemada en los mítines indepedentistas de Cataluña, pero a muchos otros españoles, por el hecho de ser esa bandera la que les representa internacionalmente o con la que se identifican como ciudadanos de un país, una acción de ese carácter les puede parecer tan punible como la verificada ayer por ese grupo de neonazis en Madrid. Si se tiene en cuenta, además, el precedente independentista vasco, con una organización armada que asesinó a centenares de personas durante varios decenios, todo asomo de violencia -por mínimo que sea- debería ser erradicado antes de que vaya a más, con o sin el referéndum catalán en perspectiva. Por todo esto, me ha parecido muy oportuno servirme de las citas que mi estimado amigo el escritor Luis Arias* ha traído a colación para encauzar el problema de Cataluña por donde debe discurrir todo conflicto de ideas: la razón y la palabra.
Encontramos la polémica sobre Cataluña en el Congreso de los Diputados en 1932, en uno de los debates parlamentarios -como dice Luis- de mayor altura intelectual de nuestra historia contemporánea, tal ajenos a la bajura que se gasta en nuestros días. Sus protagonistas son Ortega y Gasset y Manuel Azaña. Dice Ortega: "Yo sostengo que el problema catalán, como todos los parejos a él, que
han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede
resolver, que sólo se puede conllevar, y al decir esto, conste que
significo con ello, no sólo que los demás españoles tenemos que
conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen
que conllevarse con los demás españoles. ...) ""Es un problema perpetuo,
que ha sido siempre, antes de que existiese la unidad peninsular y
seguirá siendo mientras España subsista; que es un problema perpetuo y que a fuer de tal, repito, sólo se puede conllevar."
Réplica de Azaña: "Para el señor Ortega, Cataluña es un pueblo frustrado en su principal destino. El pueblo catalán, un personaje peregrinando por las rutas de la historia en busca de un Canáan que él sólo se ha prometido a sí mismo y que nunca debe encontrar" (... ) "Las cortes no son el Sinaí". Pocos días después de aprobarse el Estatuto del 32, Azaña apostilla: "La implantación de la autonomía de Cataluña no hubiera tenido su verdadero valor, si alguien hubiera pretendido hacerla pasar como una transacción, como una medida generosa, como la aceptación de un mal menor o como una medida de política oportunista. No es nada de eso. La autonomía de Cataluña es consecuencia natural de uno de los grandes principios políticos en que se inspira la República, trasladado a la Constitución, o sea, el reconocimiento de la personalidad de los pueblos peninsulares"
Réplica de Azaña: "Para el señor Ortega, Cataluña es un pueblo frustrado en su principal destino. El pueblo catalán, un personaje peregrinando por las rutas de la historia en busca de un Canáan que él sólo se ha prometido a sí mismo y que nunca debe encontrar" (... ) "Las cortes no son el Sinaí". Pocos días después de aprobarse el Estatuto del 32, Azaña apostilla: "La implantación de la autonomía de Cataluña no hubiera tenido su verdadero valor, si alguien hubiera pretendido hacerla pasar como una transacción, como una medida generosa, como la aceptación de un mal menor o como una medida de política oportunista. No es nada de eso. La autonomía de Cataluña es consecuencia natural de uno de los grandes principios políticos en que se inspira la República, trasladado a la Constitución, o sea, el reconocimiento de la personalidad de los pueblos peninsulares"
Otra figura intelectual de primera fila, Américo Castro, pensaba lo que sigue sobre nacionalismos y subnacionalismos: La
angustia española de los subnacionalismos y los separatismos no tendrá
alivio mientras los capítulos de agravios y dicterios no cedan el paso
al examen estricto de cómo y por qué fue lo acontecido. El convivir de
los individuos y las colectividades se basó en Occidente en un
almohadillo de cultura moral, científica y práctica, pues en otro caso
hay opresión y no convivencia. Castilla no supo inundar de cultura de
ideas y cosas castellanas a Cataluña, como hizo Francia con Provenza y
luego con Borgoña.
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