En la
Naturaleza los seres humanos son desiguales entre sí. La desigualdad natural es
la norma. Por eso, antes de afirmar la superioridad de la inteligencia humana
sobre la de los demás seres vivos es un imperativo para ella superarla en
cuanto sea posible. Esforzarse en estrecharla es el deber por antonomasia de la
sociedad en su conjunto y de sus dirigentes económicos y sociales.
Sin embargo,
existen dos tipos de individuos, dos clases de grupos humanos, dos fuerzas
sociales políticas, dos mentalidades; dos pensamientos (si es que el de los
segundos no es, justo, la negación del pensamiento mismo): el de los que efectivamente
se esfuerzan en ello (la verdadera inteligencia), y el de los que se esfuerzan
en lo contrario, en agrandar la desigualdad. Pues bien, por una maldición
biológica, los que se imponen son los de la segunda clase.
Como en
otras materias trascendentes en la vida del ser humano, sea entendido como
individuo aislado o como miembro de una familia zoológica, las razones
profundas por las que aquellos actúan en contra del interés de la mayoría, no
están claras, si bien se pueden buscar en las distintas fuentes del conocimiento
convencional.
Pero la
Razón no es prolija. Por eso, prescindamos de lo accesorio y concretemos la
principal: la causa está, simplemente, en la necedad superlativa. La necedad
superlativa es la de quien busca exclusivamente el bien propio causando
terribles estragos al resto de la sociedad y a la naturaleza. La necedad superlativa
es la de quien acaba sumido en el tedio o viviendo temeroso de las
consecuencias de su egoísmo extremo. Cada día que pasa, a cualquier ser
verdaderamente inteligente se le hace cada vez más difícil disfrutar de la vida
rodeado por la penuria y la miseria. Por eso los grandes egoístas y los
opulentos, así como sus socios del poder político, económico y social, blindan
sus vidas, ajenos al mundo y al sufrimiento exterior; por eso se concentran en
clubs y se gastan inmensas fortunas en seguridad... Por eso creen que nos
engañan, diciendo "todo va bien", los necios que predominan, y
decretan ucases.
Hasta ahora
y siempre, el sentimiento de inferioridad que la desigualdad social despierta
en los que viven de la caridad, la beneficencia o la filantropía se ha
neutralizado o sublimado a través de dos recursos, ambos traídos por la
religión tradicional: resignación, o esperanza en una vida mejor, aquí o en
ultratumba, o las dos al mismo tiempo. Pero la desigualdad en las capas sociales
económicamente inferiores que han evolucionado, perdido el miedo y ganado una
considerable lucidez, ponen el foco en la colosal falta de inteligencia de los
obligados a emplearla. Por eso, aparte los estragos que provocan, incurren en
un ridículo espantoso en todas y cada una de las acciones políticas y las
intervenciones públicas que envuelven en engaños y absurdos propios de un
niño de parvulario o de cretinos. Malditos sean...
En toda
depredación, en toda devastación, en toda esquilmación hay una conjura contra
la naturaleza. Y estos especímenes no
cesan en la agresión fatal contra la misma colmena que habitan predadores y
depredados; la cual acabará destruida por los primeros, que es tanto como decir
los necios...
La teoría
económica imperante en occidente y de una manera muy significativa en España
(siempre este país a remolque de las iniciativas y experimentos económicos de
otros países) es un lienzo donde se superponen varios brochazos. Es fisiócrata
en cuanto que prevalece el laissez faire
como tema principal, pero es intervencionista en cuanto a que los
intereses de la banca (y financieros) priman por encima de cualquier otro y
los Estados se subordinan a ellos. La economía es mixta en teoría. Se dice combinar
la acción pública del Estado y la privada de libre concurrencia. Pero es
privatista hasta el paroxísmo en la práctica, pues se intensifica de tal modo
lo privado que el Estado, sus generales, con sus leyes y decretos socializa
las pérdidas públicas repartiendo la carga entre la tropa, para privatizar a
renglón seguido desvergonzadamente los beneficios entre unos cuantos clanes o
familias que, con una exigua aportación de capital, pretenden justificar el
posterior expolio. Por este camino el empobrecimiento general y gradual está servido.
Da la impresión de que la "educación" aquí y ahora (siempre en
sumisión) no es final, sino instrumental al servicio del pensamiento e
iniciativa anglosajones. Y no sólo la educación y la enseñanza, sino también la
investigación: los pilares de una sociedad que se postula inteligente.
Toda esta
amalgama de causas y efectos que en otros países están originando más
desigualdad, en España, aplastada por el derroche y por la inactividad que no
tenga que ver con el "ladrillo", la desigualdad entre los
inmensamente ricos y los inmensamente pobres está situando al pueblo en
niveles y condiciones medievales. El infame reparto de la tierra en algunos territorios,
el arraigado caciquismo y la picaresca proverbial, así como esos gobernantes,
empresarios y dirigentes incapaces o ladrones hacen que este país viva en vilo
y siga siendo moral, tecnológica, científica y socialmente, uno de los más
atrasados y menos independientes del mundo.
DdA, X/2.482
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