viernes, 13 de septiembre de 2013

LA DESIGUALDAD SOCIAL EN ESPAÑA

Jaime Richart

En la Naturaleza los seres humanos son desiguales entre sí. La desigualdad natural es la norma. Por eso, antes de afirmar la superiori­dad de la inteligencia humana sobre la de los demás seres vi­vos es un imperativo para ella superarla en cuanto sea posible. Esforzarse en estrecharla es el deber por antonomasia de la socie­dad en su conjunto y de sus dirigentes económicos y sociales.

Sin embargo, existen dos tipos de individuos, dos clases de grupos humanos, dos fuerzas sociales políticas, dos mentalida­des; dos pensamientos (si es que el de los segundos no es, justo, la negación del pensamiento mismo): el de los que efec­tivamente se esfuerzan en ello (la verdadera inteligencia), y el de los que se esfuerzan en lo contrario, en agrandar la des­igualdad. Pues bien, por una maldición biológica, los que se imponen son los de la segunda clase.

Como en otras materias trascendentes en la vida del ser humano, sea entendido como individuo aislado o como miem­bro de una familia zoológica, las razones profundas por las que aquellos actúan en contra del interés de la mayoría, no están cla­ras, si bien se pueden buscar en las distintas fuentes del cono­cimiento convencional.

Pero la Razón no es prolija. Por eso, prescindamos de lo acce­sorio y concretemos la principal: la causa está, simplemente, en la necedad superlativa. La necedad superlativa es la de quien busca exclusivamente el bien propio causando terribles estra­gos al resto de la sociedad y a la naturaleza. La necedad super­lativa es la de quien acaba sumido en el tedio o viviendo teme­roso de las consecuencias de su egoísmo extremo. Cada día que pasa, a cualquier ser verdaderamente inteligente se le hace cada vez más difícil disfrutar de la vida rodeado por la pe­nuria y la miseria. Por eso los grandes egoístas y los opulentos, así como sus socios del poder político, económico y social, blindan sus vidas, ajenos al mundo y al sufrimiento exterior; por eso se concentran en clubs y se gastan inmensas fortunas en seguri­dad... Por eso creen que nos engañan, diciendo "todo va bien", los necios que predominan, y decretan ucases.

Hasta ahora y siempre, el sentimiento de inferioridad que la desigualdad social despierta en los que viven de la caridad, la beneficencia o la filantropía se ha neutralizado o sublimado a través de dos recursos, ambos traídos por la religión tradicio­nal: resig­nación, o esperanza en una vida mejor, aquí o en ul­tratumba, o las dos al mismo tiempo. Pero la desigualdad en las capas so­ciales económicamente inferiores que han evolucio­nado, per­dido el miedo y ganado una considerable lucidez, po­nen el foco en la colosal falta de inteligencia de los obligados a emplearla. Por eso, aparte los estragos que provocan, incurren en un ridí­culo espantoso en todas y cada una de las acciones políticas y las intervenciones públicas que envuelven en enga­ños y absur­dos propios de un niño de parvulario o de cretinos. Malditos sean...

En toda depredación, en toda devastación, en toda esquilma­ción hay una conjura contra la naturaleza.  Y estos especímenes no cesan en la agresión fatal contra la misma colmena que habitan predadores y depredados; la cual acabará destruida por los primeros, que es tanto como decir los necios...

La teoría económica imperante en occidente y de una manera muy significativa en España (siempre este país a remolque de las iniciativas y experimentos económicos de otros países) es un lienzo donde se superponen varios brochazos. Es fisiócrata en cuanto que pre­valece el laissez faire como tema principal, pero es interven­cionista en cuanto a que los intereses de la banca (y financie­ros) priman por encima de cualquier otro y los Estados se su­bordinan a ellos. La economía es mixta en teoría. Se dice com­binar la acción pública del Estado y la privada de libre concu­rrencia. Pero es privatista hasta el paroxísmo en la práctica, pues se intensifica de tal modo lo privado que el Es­tado, sus generales, con sus leyes y decretos socializa las pér­didas públi­cas repartiendo la carga entre la tropa, para privati­zar a renglón seguido desvergonzadamente los beneficios entre unos cuantos clanes o familias que, con una exigua aportación de capital, pretenden justificar el posterior expolio. Por este camino el empobrecimiento general y gradual está servido. Da la impre­sión de que la "educación" aquí y ahora (siempre en sumisión) no es final, sino instrumental al servicio del pensa­miento e iniciativa anglosajones. Y no sólo la educación y la enseñanza, sino también la investigación: los pilares de una so­ciedad que se postula inteligente.

Toda esta amalgama de causas y efectos que en otros países están originando más desigualdad, en España, aplastada por el derroche y por la inactividad que no tenga que ver con el "la­drillo", la desigualdad entre los inmensamente ricos y los in­mensamente pobres está situando al pueblo en niveles y condi­ciones medievales. El infame reparto de la tierra en algunos te­rritorios, el arraigado caciquismo y la picaresca proverbial, así como esos gobernantes, empresarios y dirigentes incapaces o ladrones hacen que este país viva en vilo y siga siendo moral, tecnológica, científica y socialmente, uno de los más atrasados y menos independientes del mundo.

DdA, X/2.482

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