Ana Cuevas
Rajoy,
Barcenas, Cospedal, Ana Mato, Wert... cualquiera de ellos podría ser un
personaje extraído de una obra de Berlanga de las que tan bien
retrataron el tardofranquismo y el poder político de la casta
empresarial de la época. En las mismas andamos ahora, más o menos. Pero
Mariano Rajoy no tiene, ni de lejos, el desparpajo del marqués de
Leguinache para poder responder airosamente a una cuestión comprometida.
Cuando el
periodista rumano, Bailtou, le espetó a cara perro sobre el caso
Barcenas y le emplazó a comparecer para dar explicaciones a los
españoles, se le mudó la color.
Eso no entraba en el guión ensayado y la
improvisación se le da fatal al presidente. Le traiciona el
subconsciente y larga perlitas como esa de: "nadie podrá demostrar que
no son culpables". O la que ya se ha convertido en un clásico: "nada es
verdad, salvo alguna cosa". En esta ocasión, tragó saliva. Ya se creía a
salvo de impertinencias tras haber puenteado el pacto de los
periodistas y que fuera el periodista de La Razón, y no otro, el que le
hiciera las preguntas convenientemente acordadas.
Así que la
intervención de Bailtou (que tuvo un gesto torero con sus compañeros
españoles) pilló descolocado a Marianico que fijó su mirada en el rumano
como si, a fuerza de clavar en él las córneas, pudiera reducirlo a un
montón de cenizas.
Al comprobar que carecía de superpoderes, y viendo
que el periodista seguía de una pieza en modo espera, no le quedó otra que decir que dará su "versión" a la opinión pública a primeros de
agosto. De Rumanía vendrán que te harán declarar. Al parecer ha elegido
el día 1, que es una fecha estupenda para que la ciudadanía cambie sus
actividades vacacionales para escuchar los dubitativos balbuceos de
Rajoy negando haber sido "pillaó por el carrico del helaó".
Porque
seamos sinceros, las explicaciones de esta gente, sean las que sean, no
convencen a nadie. Sabemos que mienten como bellacos. Lo hacían cuando
defendían la decencia y el honor del ex-tesorero y pagaban a escondidas
un sueldo por su silencio. Y lo hacen ahora cuando afirman, como Dolores
de Cospedal, que desconocían los tejemanejes de este caballero.
La
verdad es que, en su restringido círculo, debe ser habitual pegar
mordiscos a las contratas públicas o recibir sobresueldos de dudoso
origen. Lo llevan practicando décadas con absoluta naturalidad sin que
nada ni nadie, ni siquiera cuarenta años de presuntas democracia, les
enmiende la plana.
O sea que da igual que el presidente intervenga el día
1 de agosto o el 25 de diciembre. A las 9 de la mañana o a las 3 de la
madrugada. Sabemos que mentirá. Y que su discurso se parecerá a un
monólogo de Ozores. Pero sin puñetera gracia. Un galimatías indecente
que no aclarará nada de nada. ¿O es que alguno espera que entone el mea
culpa? No seamos ingenuos, estamos en España.
DdA, X/2.443
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