Ana Cuevas
España, además de no ser país para viejos, ni jóvenes, ni
enfermos, ni dependientes, ni parados, ni trabajadores ni
inmigrantes...Tampoco es país para investigadores que pretenden meter la
nariz en nuestra rancia historia. El estado español no consiente que
ningún cotilla escarbe en los archivos franquistas o en los entresijos
de un régimen que algunos recuerdan como "autoritario" y no
"totalitario" a pesar de haberse cimentado sobre los cadáveres de
millares de represaliados.
Y es que hay que reconocer que nada te da más
autoridad que poder mandar a criar malvas a una cuneta a cualquiera que
se te antoje o te toque las pelotas. Una autoridad que prevalece en el
tiempo, hasta nuestros días, para impedir que los fusilados huesos
puedan abandonar la fosa donde fueron arrojados por sus asesinos. La
dictadura no existió jamás. Es un invento de los resentidos rojos. En su
versión oficial fue un periodo apacible acaudillado por un líder
cristiano y compasivo que ayudó a forjar la raza de las futuras
generaciones de españoles. Ni la transición ni cuarenta años de
"libertades democráticas" han enmendado la plana a sus acólitos.
Y si un
juez impertinente se empecina en investigar los crímenes del
franquismo, ya sabemos lo que pasa. El cazador acaba siendo presa y su
togada cabeza adornará el salón de algún demócrata-fascioso. ¿Qué
esperaban los historiadores? España ha cambiado de apariencia pero los
que mantienen el poder son dignos ejemplares de esa maldita raza. ¿Qué
alguien escribe que falange cuenta entre su negro currículo con un
reguero de cadáveres? Indemnización al canto para los chicos de los
yugos y las flechas. No importa que esos asesinatos fueran ciertos y
estén documentados. Decir la verdad sobre estas cosas, en España, es un
delito. Sobre todo si se cuestiona el "honor" de estos canallas de raza o
se intenta bucear en los aciagos episodios de la dictadura.
Los
descendientes ideológicos de la raza franquista están entre nosotros,
tan tranquilos. Rechazan la memoria histórica porque dicen que no es
bueno ahondar en las miserias. ¿Para quién? Acaso para los miserables
que niegan el pasado con la misma desfachatez que niegan la mayor en el
presente. Ahí están Mariano Rajoy, Cospedal y compañía. Profesionales
en no ahondar en las miserias, sobre todo si son propias. Lo llevan en
la raza.
DdA, X/2.434
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