"Vemos a los mercados comportándose como manadas de lobos. Si les dejamos actuar, atacarán a los miembros más débiles y los destrozarán”. Estas fueron las palabras de Anders Borg, ministro de finanzas sueco, ante el ataque especulativo a Grecia (Mayo 2010). Tres años después, padecemos las consecuencias de la carnicería. Como ya aventuró el sueco, los derechos elementales de los ciudadanos más débiles saltan por los aires igual que en un espectáculo pirotécnico. Eso sí, un espectáculo gore con abundante casquería y apetitosas vísceras que hacen babear las mercantiles fauces de las fieras.
Da igual que estés en el paro,
jubilado o trabajando. Que seas discapacitado o estés enfermo.
Desahuciado de tu casa o excluido de esta sociedad que cada vez es más
hostil con los desfavorecidos. A todos nos acechan los psicópatas
hocicos de los señores del dinero. Husmean la entrepierna de la gente,
enseñando los dientes, para disuadirnos de tener malas ideas. Para que
asumamos ese mundo vintage, decimonónico que quieren imponernos, sin
montar pataletas. Sin melodramas ni barricadas. Intentan convencernos de
que se trata de un sacrificio social imprescindible para mitigar el
roto financiero que han dejado los trhilleros cocadictos que manejan el
cotarro.
Sin embargo, los políticos no se plantean ni remotamente que
las entidades financieras responsables del descalabro se responsabilicen
de sus fechorías. ¿No sería justo que parte de los beneficios de
Botín, por poner un ejemplo, revirtieran en la sanidad y la educación
pública? O el co-pago, o directamente el pago, de todos los
defraudadores y evasores de capital que se sirven de las entidades
bancarias, y su ceguera oportunista ante el delito económico, para no
aportar ni un euro de sus abultadas rentas a la construcción del estado
social.
Se las trae al pairo a todos estos. La mayoría de las fortunas
que colaboran con los bancos fueron amasadas gracias al narcotráfico o
al comercio de armas y personas. No se les puede pedir mucha empatía. No
la misma que nuestro gobierno muestra con los pobres ricos bajando los
impuestos de sus yates de lujo. ¡Qué hermoso gesto! Otra lección de la
solidaridad que se gasta el Partido Popular de los trabajadores. Seguro
que los parados que se quedan sin ayudas o las familias que los bancos
echan de sus casas, dormirán más tranquilos.
Alguien debiera avisar a estos estúpidos lobos que la carne de los pobres, a fuerza de injusticias, tiende a volverse venenosa.
DdA, X/2.426
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