Quien escribe estas líneas no odia el fútbol. Es
más, creo sentir por ese deporte una querencia muy arraigada en mi niñez
sportinguista, que acaso sea el único vínculo que mantiene mi interés por ese
juego cuando se dan partidos que garantizan un buen espectáculo. Lo que ocurre
es que de entonces a hoy han pasado muchas cosas por el fútbol. Nadie se
imaginaba hace cincuenta años lo que ahora está ocurriendo. Ese espectáculo
deportivo mueve un gran negocio y su grado de incidencia en la sociedad,
gracias a la abusiva dedicación que le prestan los medios, es atosigante.
Da vergüenza advertir las grandes cantidades de dinero que se mueven en
cada fichaje –estando en plena debacle económica-, da asco asistir a la falsa
emoción que los cronistas prestan al espectáculo con su vocerío agudo y
destemplado, da repulsión observar las horas que día tras día y semanas tras
semana los medios conceden al fútbol. Todo eso junto y algo más es lo que me ha
producido observar hoy la imagen del astro brasileño Neymar en el Camp Nou de
Barcelona. A su presentación como nuevo fichaje del club catalán por ¡57
millones de euros! asistieron ¡60.000! aficionados, un aforo más propio de un
gran evento deportivo que de la contemplación de un jovencito dándole toques a
un balón.
Para llegar a tan baladí grado de ansiedad
expectante y creciente cada vez que se suscribe un fichaje de estas
características, se ha tenido que elaborar antes un clímax propicio que
lo suscite y nutra. Para ello es decisiva la incidencia mediática y
propagandística a todos los niveles, capaz de encumbrar y mitificar a unos
señores que no deberían rebasar el protagonismo que tienen otros muchos
deportistas.
Me parece grave que todos esos miles de
ciudadanos de Barcelona no tengan nada mejor que hacer que demostrar con su
presencia masiva su devoción por esa criatura millonaria. Igual me parecería de
darse esa misma situación en el estadio del Real Madrid, por supuesto. La
diferencia es que en Barcelona asocio el Camp Nou a la exhibición de banderas
independentistas y no puedo evitar tampoco la relación del público de
ayer con el que hace ondear las senyeras estrelladas en esos mismos graderíos
durante las jornadas de competición deportiva.
Temo que si los medios han sobredimensionado el
fútbol hasta extremos tan desmedidos y absurdos como el de juntar a 60.000
devotos ante un virtuoso adolescente del balompié, otro tanto se pueda hacer en
la decantación de una respuesta a una polémica consulta o referéndum que para Cataluña
tiene mucha mayor trascendencia. El pueblo de Cataluña debería demostrar más
madurez que la que se desprende de la fotografía que ilustra este comentario.
Historia y cultura no le faltan para ello. El fútbol, interpretado tal como la
imagen denota, más bien le sobra. No se trata de ganar la liga, sino de acertar
con el porvenir más idóneo para ese país.
PS.- Lo más grotesco de todo es que, en medio de ese circo de millones de euros, idolatrías y vanidades, el futbolista brasileño afirme que tenía su corazón con el Barcelona y el respetable se lo crea.
PS.- Lo más grotesco de todo es que, en medio de ese circo de millones de euros, idolatrías y vanidades, el futbolista brasileño afirme que tenía su corazón con el Barcelona y el respetable se lo crea.
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