Ahora que tanto se oye a
políticos, gobernantes y periodistas hablar de la "marca" España, es
cuando más se percibe el proceso paulatino del desmantelamiento del
Estado; de un Estado destinado a convertirse en una multinacional
gigantesca en manos de rufianes.
El adelgazamiento del Estado y
la supresión progresiva de servicios públicos, de subsidios, de ayudas a
través de la "ingeniosa" fórmula de los recortes, acompañado todo eso
de privatizaciones salvajes y de venta de empresas y bienes públicos,
conduce indefectiblemente a la irrelevancia del Estado como garante de
libertades y protector de la vida digna de la ciudadanía. La única
función que se vislumbra hoy día en el propósito de los autores de la
infamia distribuida en múltiples medidas, es la de asegurarse el control
del orden público que, dadas las circunstancias, amenaza constantemente
con una alteración significativa que va desde las revueltas y la
sedición hasta la revolución abierta.
Un país no puede sostenerse
sobre el desvalijamiento de quienes aparentan gobernar de buena fe y de
sus cómplices y numerosos responsables en banca y comunidades autónomas,
junto a la inestabilidad general y la desesperanza en el futuro de
millones de ciudadanos y ciudadanas que impiden constituir familias e
incluso procrear, ni aparentar normalidad en medio de una ignominiosa
miseria de grandes sectores de la población. En el reino animal la
hembra no gesta cuando las condiciones medioambientales no garantizan
mínimamente la viabilidad y subsistencia de los vástagos... En el reino
de los humanos, dependiendo del grado de evolución social, puede ocurrir
tanto una mayor natalidad descontrolada como un abierto retraimiento.
En este país todo apunta a esto último.
El caso es que la marca España
lleva camino de despojar de sentido la existencia del Estado y
configurar a su población como una masa informe, una inmensa horda, en
el sentido antropológico de agrupaciones humanas que nacen por la
necesidad de protegerse unos a otros.
DdA, X/2.407
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