Aún tengo fresco en la memoria el recuerdo de Crematorio,
una insoslayable miniserie televisiva nacida para prestigiar las
creaciones domésticas, basada, a su vez, en una punzante novela de Rafael Chirbes que acaba de ser aupada a los altares de la narrativa hispana
por una solvente encuesta periodística. Tanto en la una como en la otra
se da cuenta, alternando la lija y la seda, del auge y caída del imperio español de la corrupción,
el indecoroso tinglado que en unos pocos años llegó a convertirse en
santo y seña de un mundanal que, como consecuencia de ello, produce hoy
entre los pusilánimes una indescriptible mezcolanza de vergüenza y asco.
Crematorio clava su inmisericorde puya en el corazón de la
corrupción urbanística, una bastarda subespecie que encontró su feraz
caldo de cultivo a orillas del Mare Nostrum; y un reportaje publicado ahora por El País
certifica que el ochenta y ocho por ciento de tanta podredumbre tiene
concomitancias con el suelo. Haciendo acopio de los últimos datos sobre
la materia, el periódico global en español calcula que, en trece años,
se han descubierto alrededor de ochocientas corruptelas en nuestro país,
que no todas ellas están judicializadas y que se han practicado unas
dos mil detenciones. Las cifras simplemente actualizan el recuento
nuestro de cada día, aunque los pringados de turno preferirían que con
semejante material se hiciese, de una vez por todas, borrón y cuenta
nueva. Precisamente a quienes depositan sus (fundadas) esperanzas absolutorias en indeseables subterfugios, van dedicadas advertencias como la del director de infoLibre, Jesús Maraña:
"Si desde la política alguien cree que se puede tapar la Gürtel con los
ERE (o viceversa) o los sobresueldos del PP con el caso Campeón, es que
vive en otro planeta. El ventilador no funciona. Se atascó con tanta porquería. No todos son iguales, aunque muchos hagan enormes esfuerzos por parecerse".
DdA, X/2.412
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