Ana Cuevas
A los activistas de Greenpeace puede salirles muy caro su amor a la
madre tierra. Haber coronado el tejado del congreso les podría granjear
una pena de hasta cinco años de cárcel por algo que tipifican como un
"delito contra las altas instituciones del estado". ¡Caray! Hace más de
veinte años, otros ecologistas con cachirulo (los ecofontaneros)
protagonizamos un episodio similar escalando hasta la cima del
Pignatelli (sede del gobierno aragonés) con el mismo fin: desplegar una
pancarta y llamar la atención acerca de la depredación de los recursos
naturales para intereses privados. Nuestra acción no tuvo ningún tipo de
castigo puesto que se entendía que se trataba de una reivindicación
pacífica.
Pero los tiempos cambian y, evidentemente, no siempre para
bien. En este mundo al revés, los villanos no son los que venden (o
mejor dicho regalan) nuestras costas y nuestra sanidad a unos
particulares. Aquí los malvados son los ciudadanos que actuan patriótica
y democráticamente plantando cara a los saqueadores. Invertida la carga
de la prueba, el que de un paso adelante es potencialmente un
terrorista. Tiene cierta lógica maquiavélica el asunto, ya que les causa
terror que el pueblo salga del pertinaz letargo y pretenda tomar las
riendas de su soberanía. Por lo tanto, todos somos terroristas:
Ecologistas, miembros de Stop-Desahucios, preferentistas, las Mareas... Y
especialmente esos que el concejal del PP, Pérez Macián, califica como
"híbridos de hiena y rata y malnacidos", los perro-flautas del 15-M.
Todos los que pongan en peligro su negocio somos enemigos del Estado.
Evidentemente de un estado cuyas altas instituciones han firmado el
divorcio con la ciudadanía tras ponerle los cuernos con premeditación,
alevosía y recochineo. Encaramarse a un tejado no te convierte en
terrorista. Dinamitar el bienestar y el futuro de la gente está mucho
más cerca.
DdA, X/2382
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