Con la noticia de la aprobación del proyecto de Ley de Educación de
Wert se me agolpan los recuerdos de las sucesivas experiencias que la
instrucción pública ha sufrido en nuestro país. No olvidemos que el
Ministerio de la II República se llamaba expresamente así, cuando los
hombres y mujeres ilustrados, formados en la Institución Libre de
Enseñanza, creían que la implantación de un sistema de enseñanza,
público, obligatorio, laico, igualitario, universal y gratuito, basado
en los valores de la moral de la Ilustración, haría de España un país
avanzado, desarrollado y libre. Precisamente el proyecto que tuvo la II
República y que tan sangrientamente fue destrozado por la Guerra civil y
la dictadura.
Pues bien, en ningún momento de estos tan alabados años de
democracia, que no de República, no hemos logrado recuperar aquel
bendito plan de enseñanza cuyo último Ministro Marcelino Domingo
implantó en los últimos años de su mandato. Ni los socialistas, siempre
estrangulados por su temor a la Iglesia, a la burguesía y a los poderes
financieros, que con evidente cobardía nunca se atreven a molestar a las
oligarquías; ni por supuesto los populares que vienen a cumplir los
propósitos de sus amos: capitalistas, OPUS, vaticanistas, han
reimplantado en España un sistema escolar que siguiera los pasos de
nuestros admirables maestros republicanos.
No solamente no se han construido escuelas públicas en la proporción
necesaria, confiando buena parte de la enseñanza a los colegios privados
–esos que ahora se llaman concertados-, y que pagamos con fondos
públicos, la mayoría de los cuales naturalmente son religiosos; no
solamente no se ha dotado de medios económicos a los colegios e
institutos, no se ha contratado a los profesores necesarios para que las
aulas no estén saturadas, sino que, sobre todo, sobre todo, se ha
procurado desprestigiar a la escuela pública y a sus maestros.
Exactamente la política contraria a la que realizaron, con tanto
esfuerzo y entusiasmo los hombres y mujeres de la II República.
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