lunes, 27 de mayo de 2013

LIDIA FALCÓN: EL PODER HA HECHO QUE LA VÍCTIMAS DE LA VIOLENCIA MACHISTA SEAN CULPABLES DE SU DESGRACIA


Lidia Falcón

No hay delito que provoque mayor desconfianza contra la víctima que el de maltrato a la mujer. Jueces hay que antes de aceptar la denuncia solicitan un informe forense y psicológico “para determinar si la denunciante miente y se trata de una falsa denuncia”. Fiscales que no acusan ni buscan pruebas cuando la víctima no quiere ratificar la primera denuncia, psicólogos, trabajadores y asistentes sociales que emiten informes hablando de que “se instala en su papel de víctima”, vecinos y familiares que no acuden a declarar como testigos y no les pasa nada a pesar de estar obligados por ley, profesores que se niegan a acudir al juzgado o incluso a escribir lo que conocen de la situación de la víctima. Toda una conspiración patriarcal contra la mujer maltratada que concluye en la absolución del maltratador y en concederle la libertad para que a sus anchas pueda vengarse de su esclava, a la que se le entrega inerme.
Pero existe un coro unánime y perverso en atribuir a la víctima la culpa de su propia desgracia. Todos los gobiernos, independientemente de su afiliación política, ante la muerte de aquella ciudadana a la que tienen el deber de proteger, remarcan que si no denuncia o no ratifica la denuncia no pueden hacer nada por ella. Todos los jueces y fiscales se sienten irresponsables de la muerte de la que acudió a ellos a pedir protección, si no siguió las estrictas normas procesales. Los políticos nunca están concernidos por la masacre continuada de mujeres. Los legisladores se niegan, con el tono de superioridad que les da la propiedad de su escaño, a modificar la vigente Ley de Violencia de Género, que tiene 550 asesinadas sobre su recorrido legal. Los juristas se escandalizan ante la posibilidad de modificar la carga de la prueba, agarrándose a la presunción de inocencia del acusado, mientras a la víctima siempre se la presume culpable, y la policía no tiene medios para proteger a todas las que están amenazadas. Sobre todo cuando el juez ha dejado sin efecto la orden de alejamiento.
En definitiva, las mujeres son consideradas las artífices de su propia desgracia. En primer lugar, porque se casaron o se ajuntaron con hombres equivocados, si hubiese sido más espabiladas se habrían dado cuenta a tiempo de que aquel enamorado acabaría pegándolas. Son masoquistas y estúpidas si aguantan años enteros sin denunciar los malos tratos, y su necedad raya en lo inaguantable cuando no ratifican la primera denuncia.
Pero la realidad es que las víctimas conocen la indefensión en que se hallan: ni el médico que explora sus lesiones y no da parte a la policía ni el policía que aconseja a la maltratada que sea amable con su marido ni el fiscal que se inhibe del caso ni el juez que supone que está mintiendo ni el psicólogo que la desprecia por su debilidad, la van a ayudar. En consecuencia, ¿Para qué denunciar y acudir una y otra vez al juzgado –arriesgándose a la vez a la venganza del verdugo- si con orden de alejamiento o sin ella, con denuncia o sin ella, nadie va impedir que el asesino pueda acabar matándola?
El poder, con la complicidad de tantos y tantas rendidas al mismo, ha logrado su mejor propósito: que sean las víctimas las culpables de su propia desgracia.

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