Me lo veo venir. Dentro de nada, las cabezas de muchos sindicalistas
adornarán las regias mansiones del empresariado patrio. Lucirán en sus
paredes, sobre sus marmóleas chimeneas. Truculentos trofeos que
demostrarán de quién es la victoria final sobre esa incordiante cosa
llamada lucha obrera. Y lo mejor es que la cacería no les habrá costado
ni un cartucho.
El gobierno y los líderes empresariales (acompañados del
orfeón mediático de linchamiento sindical) han ido tendiendo las redes
de la insidia y el desprestigio. Solo hace falta que la ciudadanía caiga
en la trampa como un gazapo lerdo y les entregue en bandeja las cabezas
de los proscritos. ¡Menudo chollo! Desahuciados definitivamente los
sindicatos del escenario, el mundo del trabajo será un safari-park
donde las relaciones laborales se resolverán a tiro limpio. O mejor
dicho, con fuego a discreción contra cualquier germen de rebeldía que
pueda romper el nuevo contrato social que nos ofrecen: la esclavitud.
Comparto que las organizaciones sindicales necesitan una regeneración
profunda. Pero el sindicalista de trinchera que intenta frenar a cuerpo
la brutal ofensiva que sufrimos en las fábricas, en las minas o en
cualquier otro puesto de trabajo, no es el enemigo. En realidad es
nuestro único aliado y, destruirle, no parece muy inteligente. Aunque
claro, también puede ser el argumento pobre de una pobre clase obrera
que un día llegó a clase media por la gracia de dios. O eso deben pensar
ellos. Una clase trabajadora compuesta por gran cantidad de gente que
pasa de la afiliación y de mojarse, alérgica a las huelgas y de
mentalidad pequeño-burguesa y algo reaccionaria.
Definitivamente, ser
sindicalista no es muy popular en estos días. Supongo que terminaremos
fundando logias secretas en oscuras catacumbas donde honraremos los
textos de los difuntos convenios colectivos que cayeron con nosotros.
Acariciando sus lomos enlutados con crespones. Repasando con dedos
trémulos los finados derechos articulados en sus páginas. Rompiendo a
llorar, con llanto quedo, para que nadie nos oiga. No sea que nos
capturen y nos corten la cabeza.
DdA, IX/2363
No hay comentarios:
Publicar un comentario