domingo, 7 de abril de 2013

LA SUPUESTA REHABILITACIÓN DE GALILEO (1979-1992)


Hermes H. Benítez
University of Alberta
 
Galileo ha tenido que soportar varias [pseudo]rehabilitaciones. Como acabo de mencionar, Monseñor Bernard Jacqueline nos dice que “la memoria de Galileo fue rehabilitada en 1734”. Las obras que defendían la teoría copernicana, como el Diálogo [sobre los dos máximos sistemas], tuvieron que esperar un poquito más, hasta 1757 y la autorización de la enseñanza de dicha teoría hasta 1822. Aludiendo sólo a nuestro siglo, en el Concilio Vaticano I ya se oyó alguna voz que hablaba de “un homenaje reparador a la memoria de Galileo”. Pero la operación “rehabilitación de Galileo” que en los últimos años ha aparecido periódicamente en nuestros medios de comunicación, se debe, sin duda, a Juan Pablo II”.
                                                                                                                 Antonio Beltrán Marí

El segundo episodio que relataremos a continuación ─sin duda el de mayor importancia y resonancia pública de los tres examinados en este ensayo─  lo constituye la así denominada “rehabilitación de Galileo”, que encontró su climax y cierre oficial en el acto solemne realizado en la Sala Regia del Vaticano, el 31 de octubre de 1992. Ese día, esto es, 359 años después de la condena de Galileo por la Inquisición romana, se hicieron públicas una serie de declaraciones de las más altas autoridades de la Iglesia, que casi todo el mundo interpretó como una efectiva rehabilitación (8) del gran científico italiano, así como un tardío pero sincero reconocimiento de los errores y responsabilidades históricas que le corresponden a dicha institución por su conducta autoritaria, intolerante y represiva hacia la doctrina copernicana. Nos referimos, por cierto, al así denominado Informe Final, presentado por el entonces obispo Paul Poupard, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, y al discurso del Papa Juan Pablo II, con cuya lectura se puso cierre a los trabajos de la comisión interdisciplinaria encargada de estudiar el caso Galileo.     
La historia de este segundo episodio se iniciaría el 10 de noviembre de 1979, con el discurso leído por Juan Pablo II ante la Pontificia Academia de Ciencias, con motivo de la celebración del primer centenario del nacimiento de Albert Einstein, ocasión en la que el Papa pronunció las históricas palabras que pondrían en movimiento la así denominada “rehabilitación” de Galileo:
“La grandeza de Galileo es de todos conocida, tanto como lo es la de Einstein; pero con una diferencia: que en comparación con aquél a quien estamos rindiendo hoy honores, ante el Colegio Cardenalicio en el Palacio Apostólico, el primero tuvo que sufrir mucho ─no podemos ocultarlo─  a manos de hombres y organizaciones de la Iglesia(9). 
En esta misma oportunidad el Papa anunciaría que se creará una comisión interdisciplinaria, formada por teólogos, científicos e historiadores, quienes:
“Animados por un espíritu de sincera colaboración, profundicen el examen del caso Galileo y reconociendo errores, de uno y otro lado (sic), despejen la desconfianza que este asunto aún susita en muchas mentes, en detrimento de una fructífera colaboración entre la ciencia y la fe, entre la Iglesia y el mundo(10).
Al año siguiente, es decir, en 1980, hablando por Radio Vaticano, Monseñor Bernard Jacqueline, en representación del Secretariado para los no Creyentes, de la Santa Sede, informó que el Papa Juan Pablo II deseaba mejorar las relaciones de la Iglesia con el mundo científico, y que para este efecto se re- examinaría el caso Galileo.
El día 3 de junio de 1981 se constituye la comisión pontificia especial encargada de estudiar lo que la Iglesia denominó eufemísticamente como “la controversia entre las teorías ptolomeica y copernicana en los siglo XVI y XVII”, es decir, el conflicto entre Galileo y la Iglesia católica.
Tres años más tarde, esto es, en 1984, el entonces Obispo Paul Poupard, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, declaró, escueta pero significativamente, en la introducción de lo que vendría a ser el primer informe público de la Comisión Interdisciplinaria, que “los jueces del Santo Oficio se equivocaron al condenar a Galileo; cometieron un error objetivo(11).
Durante una visita oficial a la ciudad de Pisa, lugar de nacimiento de Galileo, del día 22 de septiembre 1989, Juan Pablo II se refirió una vez más al gran científico, en los términos siguientes:
“¿Cómo podríamos no recordar el nombre del gran personaje que nació aquí, y que dio aquí sus primeros pasos hacia una reputación que nunca morirá? Imprudentemente opuesta al principio [la obra científica de Galileo],  es ahora reconocida por todos como una etapa esencial en la metodología de la investigación y, en general, en el camino hacia la comprensión del mundo natural” (12).  
Finalmente, y luego de transcurridos 13 años desde que el Papa anunciara su creación en 1979, el 31 de octubre de 1992, en una ceremonia solemne, ante los miembros la Academia Pontificia de las Ciencias, Juan Pablo II da lectura a un extenso discurso en Francés, posteriormente al cual el Cardenal Poupard presenta el “Informe Final”, en el que se resumen y fundamentan las conclusiones de los trabajos de la comisión encargada de estudiar el caso Galileo.
Pasajes escogidos de dicho informe  son entregados a la prensa, los que serán casi unánimemente interpretados, especialmente por los medios del mundo católico, (13) como dando expresión a una verdadera rehabilitación de Galileo, y como un sincero y amplio reconocimiento de los errores y responsabilidades que le corresponden la Iglesia por su conducta autoritaria y represiva hacia el científico toscano y su obra. Significativamente, la palabra “rehabilitación” no aparece empleada ni una sola vez en el discurso del Papa Juan Pablo II, ni tampoco en el así llamado “Informe Final”.
Trece años demoró la Comisión Papal en llegar a dichas conclusiones, pero si contamos desde la fecha de la condenación de Galileo en 1633, le tomó a la Iglesia católica un total de 359 años, cuatro meses y nueve días llegar a este punto.
Examen de algunos puntos claves del Informe Final
El Informe Final, un documento cuyo texto en Inglés cubre un total 1380 palabras, comienza  haciendo un poco de historia del origen de la comisión papal, y luego de explicar su estructura y los nombres de sus diferentes grupos de trabajo, entra en su parte sustantiva mediante la definición de sus fines:   
 “El propósito de estos grupos era responder a las espectativas del mundo de la ciencia y la cultura con respecto a la cuestión de Galileo, volver a analizar todo el caso con plena fidelidad a los hechos históricos establecidos, y de acuerdo con las doctrinas y la cultura de la época, así como reconocer lealmente, en el espíritu del Concilio Ecuménico Vaticano II, los errores y las razones, vengan de donde vengan. No se trataba de revisar un proceso sino de llevar a cabo una reflexión serena y objetiva, tomando en cuenta el contexto histórico y cultural. La investigación fue amplia, exhaustiva, y en todas las áreas involucradas. … La Comisión se planteó tres preguntas: ¿Qué ocurrió? ¿cómo ocurrió? Y ¿por qué ocurrió? …” (14).
Como podrán advertir los lectores, Poupard se limita aquí a repetir casi textualmente las declaraciones papales del 10 de noviembre de 1979 ante la Academia Pontificia de las Ciencias, con motivo de la  celebración del centenario del nacimiento de Albert Einstein. Pero a continuación, mediante una verdadera voltereta retórica, Poupard procede a declarar lo que no solo es manifiestamente contradictorio con lo que acaba de afirmar más arriba _en el sentido de que se volverá a examinar todo el caso Galileo_ sino que, además, constituye una sorprendente revelación, al anunciar que en realidad no habrá revisión del proceso a Galileo.
Es decir, la Comisión ha fijado desde el principio unos límites tan estrechos a aquel reexamen del caso Galileo, que éste no incluyó una revisión del proceso de 1633. La pregunta que se plantea aquí es obvia: ¿Cómo puede revisarse efectivamente el caso, sin volver a examinar el proceso en el que se originó? Porque, evidentemente, sin el proceso a Galileo no hubiera existido el caso Galileo. Pero la implicación más grave de esta maniobra es que al no revisar o examinar, de modo alguno, el proceso, la comisión reafirmó, de hecho, el carácter irrevocable y la justicia de la sentencia de 1633.
Por cierto, este conveniente acotamiento de sus límites le restará toda efectividad y credibilidad a la supuestamente amplia y exhaustiva investigación, la que por lo demás no sería hecha a la luz del día por un organismo imparcial, sino por miembros de la propia Iglesia, y en el secreto de las referidas comisiones de trabajo. De allí que resulte enteramente vacua la afirmación de Poupard, hecha al cierre del Informe, en el sentido de que los miembros de la Comisión Interdisciplinaria habrían disfrutado de “la más amplia latitud para explorar, investigar y publicar en la completa libertad que exigen los trabajos científicos”. (Destacado nuestro)
En realidad aquí no hubo una tal libertad para explorar e investigar, ni mucho menos para publicar, puesto que la curia no está autorizada para dar expresión pública escrita a sus opiniones sin el expreso conocimiento y autorización de sus superiores. Pero, además,  los acotados y estrechos parámetros dentro de los cuales la Iglesia enmarcó los trabajos de la Comisión, impedían desde la partida una verdadera e imparcial investigación de los hechos. A la luz del caso Paschini examinado más arriba, se hace transparente la intención retórica que se oculta tras cada una de aquellas bellas frases de Poupard.
Tampoco pueden caracterizarse las actividades de dicho organismo como teniendo un carácter científico, en ningún uso adecuado del término. Con mucha más propiedad  podrían calificarse éstas como ejercicios de propaganda, o public relations,  pero de ningún modo como actividades de carácter científico, o motivada por propósitos científicos. En primer lugar porque aquí, evidentemente, no se trataba de establecer la verdad del caso Galileo, por lo demás conocida, sino de cautelar la imagen pública de la institución patrocinante de aquellas supuestas investigaciones.   
De manera que, al negarse a revisar el proceso en contra de Galileo, la comisión partió  prejuzgando algunas de las más importantes de sus eventuales conclusiones, descartando así, de entrada, toda posibilidad de una efectiva crítica a la conducta de la Iglesia. Y lo que es aun más significativo: al no examinar el proceso, la comisión cerró “a priori” toda de posibilidad de arribar a una verdadera rehabilitación del científico toscano, y en consecuencia de poder rehabilitar moralmente a la Iglesia ante el mundo y la historia.
Continúa el texto del Informe Final:
“…El cardenal Roberto Bellarmino, en una carta del 12 de abril de 1615, dirigida al carmelita Foscarini, ya había señalado las dos verdaderas custiones  planteadas por el sistema copernicano: ¿Es verdadera la astronomía copernicana en el sentido de estar apoyada por pruebas verificables y verdaderas, o solo se sostiene sobre conjeturas y probabilidades? ¿Son las tesis copernicanas compatibles con las afirmaciones de las Sagradas Escrituras? De acuerdo con Roberto Bellarmino, mientras no hubiera pruebas de que la Tierra orbitaba en torno al Sol, era necesario interpretar con gran circunspección los pasajes bíblicos que declaraban la inmovilidad de la Tierra. … En realidad Galileo no había conseguido probar de modo irrefutable el doble movimiento de la Tierra _su órbita anual en torno al Sol y su rotación diaria en torno al eje polar_aunque él estaba convencido de que había encontrado pruebas de ello en las mareas oceánicas, cuyo verdadero origen sería demostrado más tarde por Newton.” (15).
Como puede verse, una vez descartada la revisión del proceso, a la Iglesia le quedaba un solo camino a seguir: insistir en la justicia del proceso a Galileo. Para ello nada mejor que desempolvar el astuto pero falaz argumento del cardenal Bellarmino según el cual esta institución no podía aceptar que la Tierra gira en torno al Sol  porque ello no había sido científicamente demostrado por Galileo. Como si la Iglesia estuviera en condiciones de exigir “pruebas irrefutables” a la ciencia emergente, mientras que al mismo tiempo postulaba sin otro apoyo que la fe, tanto la verdad absoluta de sus dogmas, como la del sistema geocéntrico. Es decir, la posición del cardenal inquisidor ante el copernicanismo de Galileo contenía una profunda inconsistencia, porque le aplicaba a esta teoría unos criterios evidenciales y de validez que no estaba dispuesto a aplicarle a sus propias creencias dogmáticas, ni a la propia teoría geocéntrica.  
En este mismo contexto, ha sido mérito del estudioso español Antonio Beltrán Marí, destacar  un aspecto central de la actitud de la Iglesia católica hacia Galileo y su ciencia, casi nunca correctamente comprendida, cuando, en su libro monumental, titulado Talento y Poder, escribe: “…La literatura apologética en general, y sobre todo el torrente de publicaciones provocado por la revisión del caso Galileo iniciada por Juan Pablo II, ha intentado inculcar la “falsa idea”(como dice Galileo) de que el nucleo de la cuestión entre Bellarmino y Galileo _entre la Iglesia y Galileo_ era de naturaleza científica, metodológica o filosófica. … La réplica obvia es que, en las disputas filosóficas, incluso aunque uno no pueda probar su tesis, no se amenaza con la condena y la cárcel o cosas peores, así como con la prohibición de sostener o defender esa teoría. En las polémicas científicas, los errores o incongruencias no se identifican con herejías y no se trata a los adversarios como delincuentes. Y, naturalmente, la participación en ellas exige competencia en la disciplina correspondiente.”(16).                 
A continuación los redactores del Informe Final echan mano de un recurso argumental hasta ahora inédito, al que denominaremos aquí como la “teoría de la rehabilitación implícita”. Según ésta, y más allá de lo que todo el mundo pudo haber creído, en realidad la sentencia de 1633 en contra de Galileo había sido ya “implícitamente revocada” por el Papa Benedicto XIV en 1757. Esto es, por decir lo menos, una afirmación sumamente curiosa, que de ser verdadera, reduciría al ridículo y el absurdo gran parte de la conducta de la Iglesia hacia Galileo por casi dos siglos y medio, incluyendo, por cierto, el trabajo de la Comisión Interdisciplinaria misma.    
Es cierto, según señala Poupard, que Benedicto XIV autorizó en 1757  el levantamiento de la prohibición de los libros que postulaban la inmovilidad del Sol y el movimiento de la Tierra, pero ello no significó en modo alguno, el término de la persecución eclesiástica de la obra de Galileo, como debió haber ocurrido si efectivamente  hubiera existido una “revocación implícita” de la sentencia de 1633 por parte de la Iglesia. Que esto no fue así lo confirma el hecho de que, ocho años más tarde, el astrónomo francés Joseph Lalande, tratará infructuosamente de conseguir que las autoridades católicas retiraran del Index las obras de Galileo, lo que sería algo completamente inexplicable si la “rehabilitación  implícita” hubiera sido una realidad efectiva.
Pero si esta noción de una “reforma implícita” de la sentencia de 1633 es manifiestamente inaceptable, lo es más aún la firmación de que la autorización concedida por Benedicto XIV a la publicación de la primera edición de las Obras Completas de Galileo en 1741, habría correspondido a una reacción de la Iglesia ante el descubrimiento de ciertas pruebas ópticas del hecho de la rotación de la Tierra en torno al Sol. Porque como el cardenal Poupard lo sabe muy bien, estas pruebas fueron descubiertas solo a partir de 1828, es decir, casi un siglo después (17).
Que la publicación de las obras de Galileo en 1741 no había implicado un cambio, ni en el espíritu ni en la letra, de la sentencia de 1633, queda demostrado por los siguientes hechos, convenientemente omitidos en el Informa Final: 1.Que la referida publicación fue autorizada solo una vez que se introdujeron cambios en los textos galileanos, con el fin de hacer aparecer la doctrina copernicana como una simple hipótesis, lo que por sí solo refuta la afirmación del cardenal de que la publicación de los escritos del científico toscano hubiera  sido motivada por el reconocimiento de la Iglesia de que la teoría copernicana había sido empíricamente confirmada. 2. Que aquella  edición del Diálogo sobre los dos máximos sistemas iba precedida por el texto de la sentencia y la abjuración de Galileo, así como por un ensayo anexo, escrito por algún censor de la Inquisición, en el que los pasajes de la Biblia referentes al orden del mundo eran interpretados de la manera católica tradicional. 3. Que aquella publicación se hizo sin que se hubieran levantado, ni la condena del científico toscano, ni la prohibición general del copernicanismo, como lo demuestra categóricamente el hecho de que la obra de Copérnico: Las revoluciones de las esferas celestes continuara en el Index, junto con los Epítomes de astronomía copernicana, de Kepler, y los propios Diálogos, de Galileo. De manera que aquella episódica edición, censurada y alterada, de las obras de aquél, no implicaba, en modo alguno, un “reconocimiento implícito” de la verdad del copernicanismo, como lo afirma Poupard.
Pero, además, fue precisamente porque las sentencias, primero, en contra del copernicanismo (1616) y luego en contra de Galileo (1633)  continuaban entonces vigentes, que 62 años más tarde, cuando en 1819 el canónigo Giuseppe Settele trató de obtener la autorización eclesiástica  para la publicación de su libro sobre Optica y Astronomía, ésta le fue denegada por la Congregación del Index, con el pretexto de que en aquella obra  se postulaba la teoría heliocéntrica, no como una simple hipótesis, sino como una verdad científica establecida.          
En síntesis, una lectura crítica de los pasajes principales del Informe Final, no permite llegar, entonces, a las siguientes conclusiones:
1. La Iglesia católica no llegó a revisar el proceso instruido en 1633 por la Inquisicion romana en contra de Galileo, aunque desde el anuncio papal  de que se crearía una comisión interdisciplinaria se declaró que se tenía la intención de hacerlo.
2. Tampoco llegó la Iglesia a disculparse ante el mundo, de manera conmensurable con el daño hecho a Galileo y a la ciencia moderna, por su conducta represiva y autoritaria hacia el gran físico, matemático y astrónomo, aunque casi todo el mundo fue convencido de que, efectivamente, lo había hecho.
3. Galileo no fue rehabilitado, ni invalidada su condena, aunque gracias a la astucia de la Iglesia y a la falta de sentido crítico de la mayoría de la prensa, en especial del mundo católico, se nos hizo creer que así había sido.
4. Todo lo que la Iglesia llegó a conceder en esta oportunidad fue un cualificado reconocimiento formal de error, consistente en declarar que los jueces de la Inquisición se equivocaron en 1633, al no haber sabido distinguir entre los dogmas de la fe y las afirmaciones de la cosmología geocéntrica.    
Para la Iglesia el caso Galileo estaba definitivamente cerrado.
En términos reales la comisión no llegó a responder derechamente a ninguna de las tres preguntas que se había planteado al inicio del Informe, porque en vez de explicarnos ¿qué ocurrió?, no hizo más que repetir las viejas  y gastadas justificaciones de la Iglesia. Tampoco nos entrega el Informe ninguna información específica acerca de ¿cómo ocurrió? que Galileo llegó a ser condenado en 1633, porque éste no contiene la menor referencia a hechos o documentos (antiguos o nuevos) referentes al proceso mismo. En cuanto a ¿por qué ocurrió?, el Informe no aporta, aparte de la “teoría de rehabilitación implícita”, nada que no hubiera sido dicho, o escrito, antes por Bellarmino, o por algún otro defensor de la posición de la Iglesia.
Ahora, si se las mide a partir de los objetivos  establecidos por la propia Comision al inicio del Informe, las conclusiones a las que llegó no muestran que la Iglesia haya profundizado, en modo alguno, el examen de caso Galileo, ni aportado nada nuevo sobre éste. El grueso del Informe está dedicado, simplemente, a defender mediante diversos argumentos la corrección y la justicia del comportamiento de la Iglesia hacia el científico toscano, a lo largo de tres siglos y medio.
En cuanto a haber satisfecho las expectativas del mundo de la ciencia y la cultura,  es manifiesto que la Iglesia ha defraudado profundamente a aquellos que (en las palabras de Giorgio de Santillana) , “esperaban  un verdadero cierre y reconciliación, que se declarara inválido el proceso y que se rehabilitara a Galileo” (18). Pues aquí no hubo ni un verdadero cierre del caso, ni una verdadera reconciliación entre la Iglesia y la ciencia, simplemente porque no puede haberla mientras no se invalide la sentencia de 1633 ni se rehabilite efectivamente al científico toscano.
Todo lo que aquí hubo no fue otra cosa que una campaña publicitaria, astutamente orquestada desde El Vaticano, cuyo propósito manifiesto era hacer aparecer a la Iglesia Católica como habiendo resuelto, por fin, su unfinished business con Galileo y la ciencia moderna, cuando, en realidad, esta institución, en su conservatismo(*), sigue siendo incapaz de hacer una autocrítica  profunda y efectiva de sus errores y excesos autoritarios del pasado, tal que le permita redefinir hoy su posición ante la ciencia y la libre investigación de la verdad.    

DdA, IX/2352

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