Horas antes de escribir estas líneas, un hombre de sesenta y cinco años
ha intentado quemarse a lo bonzo cerca de mi casa. Protestaba así porque
le habían quitado unas ayudas y con su miserable paga apenas puede
pagar la medicación oncológica que precisa. Ahora está en un pabellón
psiquiátrico, detenido por las amenazas e insultos proferidos a los
funcionarios del IASS (Instituto aragonés de servicios sociales) durante
su intento de suicidio. La historia te deja sabor amargo, de cenizas.
Le salvaron de las llamas, pero ¿le sacarán del infierno? Un infierno
compartido por millones de ciudadanos que se sienten rodeados por el
fuego. Como los 6. 202. 700 parados declarados que deambulan por el
averno de la desesperación.
Igual que las personas que llegaron a las puertas del Congreso. Pequeñas lenguas de fuego que
sin duda serán alimentadas por la calorífica leña de los antidisturbios.
1.400 agentes para controlar a poco menos de cuatrocientos
manifestantes. ¿Piensan sacarlos a hombros? Con un gobierno pirómano, la
cosa se está poniendo al rojo vivo. El viernes, volverieron a rociar
nuestras existencias con su gasolina. Son insaciables, insensibles. Se
creen ignífugos. Olvidan que muchas revoluciones nacieron por la
combustión espontánea que brotó del sufrimiento de la gente. Nuestros
mandamases continúan repartiendo llamaradas. Dicen por ahí que quien
con fuego juega tarde o temprano acaba "chamuscaó". Que sea temprano
por favor. A ser posible, antes de que toda España se convierta en un
horno crematorio. Antes de que arrojen a la hoguera los últimos
sarmientos de esperanza.
DdA, X/2369
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