martes, 19 de marzo de 2013

POBRES QUE SE SALVEN POR LA RESIGNACIÓN Y RICOS QUE SE SALVEN POR LA CARIDAD

 Jaime Richart

Se ve que ha llegado la hora de la pedagogía democrática en este país. Todos los políticos y los periodistas ahora nos dan lecciones de democracia, y todos claman por la transparencia. Incluso la reclaman los maestros en opacidad que obstruyen astutamente los procesos judiciales que comprometen sus tejemanejes, afloran sus trapisondas y están en camino de probar sus defraudaciones y apropiaciones. Parece como si la clase política y la mediática no hubieran olfateado la corrupción generalizada hasta ahora. Y sin embargo, desde hace mucho tiempo había muchos indicios más que suficientes. Hasta la misma publicidad de bancos, de operadoras telefónicas y de otros productos (ésa a la que tantos guiños hacen los presentadores de las cadenas televisivas), tomaban (y toman) por deficiente mental a la ciudadanía y apestaban a prácticas engañosas. Hay muchas maneras de corrupción. Pero hasta hace unos meses nadie se ha decidido a denunciarla. Ni siquiera los notarios obligados a poner en conocimiento del Banco de España la escritura sospechosa. Ha tenido que llegar una coyuntura desastrosa para grandes mayorías. Los medios impresos, que acusan considerablemente problemas financieros y una franca reducción de sus lectores, quizá se han lanzado ahora por eso a la investigación de la corrupción política que antes desdeñaban.

 Y el pueblo, al fin, ha reaccionado tumultuariamente. Pero ha necesitado 40 años de dictadura militar, 35 años de dictadura del dinero y de la banca bajo la mirada indiferente o complaciente de los políticos, muchos de ellos sólo atentos a robar, a malversar, a derrochar o a aprovechar el privilegio. Esto, y una situación social y laboral deplorable. Ahora, ya no hay quien, en primera persona o en la de sus allegados, no padezca el mordisco del desempleo o de la ruina material y moral. No hay quien, de derechas, de izquierdas, de centro o de nada no ponga el grito en el cielo. De todos modos, si la corrupción se ha reducido es, sobre todo, por falta de oportunidades, no tanto por convencimiento general. Este país lo lleva en los genes. Y si no hay convicción, difícilmente habrá saneamiento por muchas decretos anticorrupción que se promulguen; lo mismo que no hay democracia sólo porque lo dictamine una ley. Esto es lo que no han comprendido este país, sus políticos y periodistas hasta que ha sido golpeado por el momento de la verdad: el de tener que devolver los dineros prestados por Europa.

 Como es triste que el sentimiento solidario sólo llegue a golpe de desgracia generalizada, siempre en espera para manifestarse, de situaciones límite para  lucir la conciencia social. Porque mientras muchos carecían de lo más indispensable aun en los recientes tiempos de bonanza, esa conciencia era escasa. Sólo cuando el número de los afectados es escandaloso es cuando el pueblo y parte de las élites despiertan a los terribles efectos del abuso de los que lo tienen todo pero quieren más. Por otro lado, el temor a que el lenguaje empleado no sea el políticamente correcto, decretado por los que apuntalan el marco político y económico, ha contribuido a no haber evitado con antelación los estragos propiciados por los dueños del poder. Es más, no se quería escuchar a los que hace mucho dieron la voz de alarma. Si se hubiera escuchado a quienes entonces se les hacía pasar por agoreros, quizá se hubiera podido rectificar a tiempo. Pero los profetas eran acallados o perseguidos para que no aguasen la larga fiesta del derroche, de la malversación y del expolio de las arcas públicas.

 El capitalismo es así. Y más el capitalismo católico  de ese principio no escrito: debe haber pobres que se salven por la resignación para que haya ricos que se salven por la caridad. Y a la inversa. Este marco psicosocial es el que ha funcionado en España hasta ayer. Y si hasta ayer el expolio, la rapiña y el despilfarro medraron en medio de una abundancia de ocasión, ahora pasamos a una situación prostibular consecuencia de la anterior. Dos ideas de Voltaire: "ni una sola gota de sangre derramada justifica la libertad de todo un pueblo"; "no debe haber nadie tan pobre que se vea precisado a venderse, ni tan rico que pueda comprar a otro". Evitemos la guillotina, pero ahora, en tiempos de desastre social generalizado, tampoco miremos a otra parte ante un tráfico nauseabundo de muchos que se ven obligados a venderse, que malviven junto a otros al acecho de la ocasión propicia para comprarlos, incluso legalmente mediante contrato laboral.

 No es posible adivinar ni el cuándo ni el cómo de la salida de esta crisis causada principalmente por la corrupción política, bancaria, inmobiliaria y mediática. Pero parece claro que estamos mucho más cerca de la absoluta decadencia, que del renacimiento. Por eso no debe sorprender que muchos confíen la esperanza en su emancipación. Sea la personal emigrando a otro país, sea la territorial separándose de éste.

PUNTOS DE PÁGINA
Yo también me lo pregunto con más frecuencia de la que me gustaría.
                 Buenas noches a tod@s.

DdA, IX/2337

No hay comentarios:

Publicar un comentario