Se ve que ha llegado la hora de la pedagogía democrática en este
país. Todos los políticos y los periodistas ahora nos dan lecciones de
democracia, y todos claman por la transparencia. Incluso la reclaman los
maestros en opacidad que obstruyen astutamente los procesos judiciales
que comprometen sus tejemanejes, afloran sus trapisondas y están en
camino de probar sus defraudaciones y apropiaciones. Parece como si la
clase política y la mediática no hubieran olfateado la corrupción
generalizada hasta ahora. Y sin embargo, desde hace mucho tiempo había
muchos indicios más que suficientes. Hasta la misma publicidad de
bancos, de operadoras telefónicas y de otros productos (ésa a la que
tantos guiños hacen los presentadores de las cadenas televisivas),
tomaban (y toman) por deficiente mental a la ciudadanía y apestaban a
prácticas engañosas. Hay muchas maneras de corrupción. Pero hasta hace
unos meses nadie se ha decidido a denunciarla. Ni siquiera los notarios
obligados a poner en conocimiento del Banco de España la escritura
sospechosa. Ha tenido que llegar una coyuntura desastrosa para grandes
mayorías. Los medios impresos, que acusan considerablemente problemas
financieros y una franca reducción de sus lectores, quizá se han lanzado
ahora por eso a la investigación de la corrupción política que antes
desdeñaban.
Y el pueblo, al fin, ha reaccionado
tumultuariamente. Pero ha necesitado 40 años de dictadura militar, 35
años de dictadura del dinero y de la banca bajo la mirada indiferente o
complaciente de los políticos, muchos de ellos sólo atentos a robar, a
malversar, a derrochar o a aprovechar el privilegio. Esto, y una
situación social y laboral deplorable. Ahora, ya no hay quien, en
primera persona o en la de sus allegados, no padezca el mordisco del
desempleo o de la ruina material y moral. No hay quien, de derechas, de
izquierdas, de centro o de nada no ponga el grito en el cielo. De todos
modos, si la corrupción se ha reducido es, sobre todo, por falta de
oportunidades, no tanto por convencimiento general. Este país lo lleva
en los genes. Y si no hay convicción, difícilmente habrá saneamiento por
muchas decretos anticorrupción que se promulguen; lo mismo que no hay
democracia sólo porque lo dictamine una ley. Esto es lo que no han
comprendido este país, sus políticos y periodistas hasta que ha sido
golpeado por el momento de la verdad: el de tener que devolver los
dineros prestados por Europa.
Como es triste que el sentimiento solidario sólo
llegue a golpe de desgracia generalizada, siempre en espera para
manifestarse, de situaciones límite para lucir la conciencia social.
Porque mientras muchos carecían de lo más indispensable aun en los
recientes tiempos de bonanza, esa conciencia era escasa. Sólo cuando el
número de los afectados es escandaloso es cuando el pueblo y parte de
las élites despiertan a los terribles efectos del abuso de los que lo
tienen todo pero quieren más. Por otro lado, el temor a que el lenguaje
empleado no sea el políticamente correcto, decretado por los que
apuntalan el marco político y económico, ha contribuido a no haber
evitado con antelación los estragos propiciados por los dueños del
poder. Es más, no se quería escuchar a los que hace mucho dieron la voz
de alarma. Si se hubiera escuchado a quienes entonces se les hacía pasar
por agoreros, quizá se hubiera podido rectificar a tiempo. Pero los
profetas eran acallados o perseguidos para que no aguasen la larga
fiesta del derroche, de la malversación y del expolio de las arcas
públicas.
El capitalismo es así. Y más el capitalismo católico
de ese principio no escrito: debe haber pobres que se salven por la
resignación para que haya ricos que se salven por la caridad. Y a la
inversa. Este marco psicosocial es el que ha funcionado en España hasta
ayer. Y si hasta ayer el expolio, la rapiña y el despilfarro medraron en
medio de una abundancia de ocasión, ahora pasamos a una situación
prostibular consecuencia de la anterior. Dos ideas de Voltaire: "ni una
sola gota de sangre derramada justifica la libertad de todo un pueblo";
"no debe haber nadie tan pobre que se vea precisado a venderse, ni tan
rico que pueda comprar a otro". Evitemos la guillotina, pero ahora, en tiempos de
desastre social generalizado, tampoco miremos a otra parte ante un
tráfico nauseabundo de muchos que se ven obligados a venderse, que
malviven junto a otros al acecho de la ocasión propicia para comprarlos,
incluso legalmente mediante contrato laboral.
No es posible adivinar ni el cuándo ni el cómo de
la salida de esta crisis causada principalmente por la corrupción
política, bancaria, inmobiliaria y mediática. Pero parece claro que
estamos mucho más cerca de la absoluta decadencia, que del renacimiento.
Por eso no debe sorprender que muchos confíen la esperanza en su
emancipación. Sea la personal emigrando a otro país, sea la territorial
separándose de éste.
PUNTOS DE PÁGINA
DdA, IX/2337
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