sábado, 16 de marzo de 2013

EL PRECIO DE ENVEJECER EN EUROPA


A la memoria de Albert Huybrechts 
Verónica Rocasé


Cuando somos jóvenes y vitales, rara vez nos detenemos a reflexionar sobre las consecuencias de envejecer. No sopesamos el costo emocional y económico que esto conllevará. Acumular años en la piel, con problemas de salud y sin familia que cuide de uno, puede transformarse en una pesadilla.
 En Europa, miles de ancianos enfrentan la penosa realidad de ingresar en casas de reposo o en instituciones sanitarias. El costo es oneroso, variando en función de los servicios a recibir y de los metros cuadrados que pueden pagar. En Bélgica, por ejemplo, una habitación cuesta entre 50 y 75 euros diarios, y no incluye medicamentos, ni visitas médicas.
Para afrontar este gasto de subsistencia que supera los 1.500 euros mensuales, recurren a sus ahorros, a la venta de su casa o a la ayuda financiera de sus hijos. Si aún así no les alcanza, el estado subsidia el déficit o la carencia total y los ubica en residencias públicas de menor coste social.

La nueva vida de los ancianos
A partir de ese momento, deben adaptarse a un espacio vital más pequeño y a convivir con gente desconocida. Tienen que abandonar sus rituales, someterse a horarios impuestos por terceras personas y a escoger entre alimentos que no siempre son de su agrado. Las enfermeras y los auxiliares que los atienden, en general, no cuentan con el tiempo suficiente para oírlos o ayudarlos en el momento preciso. La sobrecarga de trabajo (por falta de personal) les impide brindar mejores cuidados.
Llegar a viejos sin salud es volverse un poco niños otra vez. No es fácil aceptar la dependencia de los demás, incluso para hacer las tareas más básicas. El anciano o la anciana, inicia una readaptación que desgasta aún más su poca energía. Si a ello se agrega la pérdida del cónyuge, el sufrimiento se hace mayor y la depresión golpea la puerta de su corazón. Entonces, la vida, para ellos, comienza a carecer de sentido y se dejan apagar por la tristeza y por el desamparo. No obstante, una sonrisa, un golpecito en el hombro, una mirada de afecto o un apretón de manos, consiguen milagros. Lo sé por experiencia y me emociona comprobar que es posible romper con esa dicotomía vendedor-cliente, que tanto me exaspera.

La tradición familiar se mantiene
En América Latina, en África y en Asia, por fortuna, se mantiene la tradición y nuestros abuelos –en su gran mayoría– aún pueden gozar de las atenciones de la familia y, sobre todo, del entorno de sus enseres cotidianos, del aroma de sus jardines o del ruido de la calle. El amor y la dedicación prodigados por sus cercanos son medicinas del alma que ayudan (a mi juicio) a sanar las heridas que el tiempo ha causado en el cuerpo.
He querido hacer esta nota desde la imparcialidad, pero me resulta complicado. Me es imposible no tomar partido por los viejos, por sus penas, por sus achaques, por esa su angustia de verse obligados a dejar aquello por lo que tanto trabajaron. Me parece injusto, doloroso que un hogar y una historia de esfuerzo, se reduzca a un armario, a una cama, a una mesa, y a un cuarto de baño. Para estos viejitos, la idea de terminar sus días rodeado de sus seres queridos y de sus objetos más preciados, fue sólo un sueño.

DdA, IX/2334

No hay comentarios:

Publicar un comentario