Con la amenaza
de las acciones preferentes y la deuda subordinada y el cepo que la Unión
Europea ha desplegado en torno a los ahorradores chipriotas, de nuevo hay que
remitirse a nuestro país hermano, Argentina, para extraer las lecciones
oportunas a la situación que en la actualidad vive el otrora poderoso occidente
europeo.
Fueron los
argentinos pioneros de la hiperinflación una vez olvidada la que arrasó a la
Alemania de entreguerras. Lideraron las suspensiones de pagos de sus emisiones
de deuda internacional, muchas de ellas suscritas por jubilados italianos, a las
que aplicaban una costumbre ampliamente extendida en los usos cotidianos: la
quita. Lo habitual en los usos porteños era dejar engordar las deudas de
empresas y particulares hasta un punto en que los deudores terminaban mostrándose
imposibilitados de su pago. A partir de ahí llegaba la negociación y la
exigencia de una rebaja, la quita, de un 40 o un 50 por ciento, que despojaba
al acreedor de cualquier beneficio por intereses que hubiera podido acumular.
Aquilataron al
máximo, con precisión de orfebre, el cerco a los depósitos bancarios, unos “minicorralitos”
de unos pocos días laborables a los que denominaban feriados cambiarios y
bancarios (sin actividad en tales jornadas) para conjurar otro invento al
parece argentino, la “corrida bancaria y cambiaria” que, para entendernos,
venía a ser un despelote en la retirada de depósitos de los bancos y un alza
descontrolada del tipo de cambio respecto al dólar.
Este panorama
ha sido habitual en Argentina con la sucesiva adopción de monedas, la mayoría
con un valor de una milésima respecto a la sustituida. Cuando en 1985 el
gobierno de Raúl Alfonsín adoptó el austral, con una paridad de uno a uno con
el dólar, la habitual pendiente de la depreciación de la moneda llevó a que en
1991 un dólar se cambiara por 10.000 australes. El Peso Moneda Nacional de 1889─1969
equivaldría ahora a un billón de los actuales pesos.
Pero el
“corralito” de la década de 2000 terminó siendo el definitorio de un cierto
modo de confiscación pública de los ahorros con el aval del Estado. Y ahí
también nos mostraron el camino del sufrimiento nuestros hermanos argentinos.
Véase si no el suplicio al que el Gobierno español ha sentenciado a los
ahorradores de la deuda preferente y de la subordinada. Invirtieron de buena fe
los ahorradores, en su mayoría de edad avanzada, engañados por los mandos
intermedios de las cajas de ahorros y de los bancos, para saber que habrán de
esperar una dudosa reencarnación para poder cobrarlos con las ganancias que les
ofrecieron. Compréndase también el agobio de los chipriotas que de estar a
punto de tocar con la mano el estatus de Luxemburgo ─la “Isla del tesoro” ha
llamado el economista Krugman a Chipre─ hacen cola ante los cajeros y las
oficinas bancarias como los judíos de la Biblia en el desierto a la espera del
maná.
Entonces (por
desbaratados que fueran los gobiernos argentinos sucesivos) como ahora, los
ciudadanos se han visto coaccionados por unas normas que no hacen sino minar la
confianza en sus gobernantes y en su sistema político. Que nadie se extrañe si
amanece un nuevo Hitler o su caricatura. La frase que se escuchaba una y otra
vez en la década de los 90 en Buenos Aires ─“La única salida de Argentina es
[el aeropuerto de] Ezeiza”─ ya la tienen asumida nuestros jóvenes licenciados desempleados
a la hora de hacer las maletas. Vamos para atrás.
PUNTOS DE PÁGINA
DdA, IX/2343
No hay comentarios:
Publicar un comentario