José Luis Trasobares
Por si había alguna duda, ayer quedó claro que Mariano Rajoy
está decidido a ponerse España por montera. Ya se sabe, los toros serán
bien de interés cultural y lidiar a todo un país se convertirá (por
simple regla de tres) en una magna obra de arte. Por eso el presidente
describió el estado de la Nación con un alarde de contradicciones,
delirios y pitorreos (lo de que él ha orientado la política económica de
la Unión Europea fue la risión). No eran lapsos dialécticos, sino una
exhibición de impudicia y de poderío. El líder del PP ha oficializado su
deber de incumplir lo que promete, así que puede volver a prometer lo
que ya incumplió. Y si lo incumple de nuevo, tampoco pasará nada.
Algunas personas pensaron que en este debate Rajoy asumía un compromiso
letal, que al apostarlo todo a una reactivación imposible se estaba
cerrando cualquier salida posterior... ¡Qué va! El presi
afrontará lo que nos depare el porvenir desdiciéndose de lo dicho,
negando lo evidente y dándole la vuelta al argumentario cuantas veces
sea preciso. De hecho, ha incurrido ya en tantas contradicciones que
decir una cosa y su contraria le debe parecer un juego de niños. Incluso
para nuestros parámetros, la facundia de don Mariano resulta
superlativa. Un tipo capaz de ver efectos positivos (para el empleo) en
la puesta en práctica de la reforma laboral ha de tener una autoestima y
un desparpajo fuera de lo común.
Todo lo cual explica que Rajoy
no mencionara siquiera las dos huelgas generales habidas durante su
mandato, ni las diarias protestas y manifestaciones, ni los suicidios de
los desahuciados, ni el lastre que el rescate financiero ha echado
sobre la deuda pública... Por no hablar de los efectos de la corrupción
sistémica, que pretende combatir con medidas aparentes y un ejercicio de transparencia trucada. Eso sí, con sus desahogos, el presidente del Gobierno hizo fácil el trabajo de Rubalcaba, permitió que la izquierda saliese airosa pese a sus limitaciones (Yuste, el buen hombre, hizo lo que pudo a la sombra de Labordeta) y dejó margen para que Rosa Díez siguiera impulsando a UPyD.
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DdA, IX/2.312
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